VALÈNCIA. Se encuentran en la plaza del Conde del Real, un pequeño recoveco del barrio de La Seu, en València, frente al Colegio de Trinitarios. Es una edificación de dos alturas de datación incierta. Nadie sabe quién las ordenó construir. Ni cuándo. Ni a quién pertenecían en origen. Hay suposiciones, pero nada firme. Por su tipología, estas caballerizas, que tienen adosadas una pequeña casa de guardés, llevan en la ciudad de València desde hace seis siglos: son tan viejas como las Torres de Serranos. No hay muchas referencias sobre ellas, por no decir ninguna, y saltaron a la actualidad hace ahora un lustro cuando sus propietarios desde el año 2000, la familia Serra de Álzaga, presentó un proyecto en el Ayuntamiento de València para derribarlas y ampliar su residencia del Palacio de Escrivá, inmueble postrero y anexo donde conservan una valiosa colección privada de arte. El proyecto, firmado por el arquitecto José María Lozano, quedó suspendido y las caballerizas se libraron de la piqueta, si bien están consideradas como patrimonio en peligro.
Popularmente se les conoce como las caballerizas de Escrivá, aunque la denominación es inexacta por el matiz, nada baladí, de que fueron construidas mucho antes de que se pusiera el primer ladrillo del palacio. Son precisamente los ladrillos que están a la vista de la edificación original, los que señala el catedrático de Historia del Arte de la Universitat de València Amadeo Serra para certificar que se trata de un inmueble medieval. “Este tipo de ladrillos, este tipo de mortero, que emplea mucha grava, son típicos de las construcciones de aquella época”, comenta señalándolos. Las catas fueron realizadas cuando los impulsores del derribo sostuvieron que se trataba de una edificación del XIX sin valor. Descubrieron las paredes, se analizó la obra y se marcharon por donde habían venido, dejando las dos fachadas con tiras de su piel al descubierto.
Hay tres documentos que indirectamente corroboran la existencia de las caballerizas desde, al menos, el siglo XVI. Así, se las puede intuir en la panorámica de València que realizó Anton van den Wyngaerde en 1563, en el plano de Manceli de 1608, y en el plano del padre Tosca de 1704. Los tres certifican su presencia de manera ininterrumpida durante tres siglos. Serra presupone que debían dar servicio a los palacios de la zona, y estima que su origen puede ser incluso anterior, ya que las caballerizas se hallan en la zona del antiguo alcázar musulmán. En este sentido, Serra apunta que “la parte de los muros de piedra de mampostería parece muy antigua y puede relacionarse con los restos del alcázar islámico que se hallaron cerca del Almudín”. El Almudín, de hecho, se puede ver desde la puerta de las caballerizas. Atendiendo a la calidad de los materiales que la componen, y muy especialmente a esas enormes vigas de madera de mobila, idénticas a las de otras construcciones medievales que han perdurado, cabe certificar que cuando las construyeron, para ser unas cuadras, se tomaron mucho interés.
Las caballerizas han tenido uso hasta hace apenas unas semanas como Keramos, la escuela taller de cerámica de Josep Manuel Blasco. Blasco, que trabajaba a principios de los años ochenta en la calle Caballeros, en una empresa informática que se dedicaba a manejar información confidencial, solía aparcar en la plaza. Fue así como descubrió esta pequeña edificación que entonces estaba cerrada. Se enamoró de ella y cuando decidió abandonar su trabajo y abrir una escuela de cerámica, para así unir sus pasiones por el dibujo y la escultura, pensó en ellas como sede de su taller. Estamos hablando de 1983. Su entonces propietaria, la rica heredera Josefina García Segarra, conectó enseguida con Blasco y le cerró un contrato de por vida. Mientras estuviera trabajando, las caballerizas serían suyas.
Se dio la circunstancia de que Blasco, siguiendo la costumbre de aquellos años, comenzó a restaurar el interior sin informar al Ayuntamiento de València. Cuando había terminado la obra, se acercó al consistorio y le anunciaron que las caballerizas habían quedado fuera de ordenación. Al no haberse procedido al cambio de titularidad, en el Ayuntamiento creían que aún eran propiedad de Mariano Fos Carrasquer, pero éste ya había fallecido. Sin saber a quién dirigirse, el consistorio decidió demoler el inmueble que, antes de la llegada de Blasco, había servido de refugio para drogadictos y camellos. Un arduo proceso legal en el que tuvo que mediar incluso un Consejo de Ministros evitó esa primera demolición.
A lo largo de estas tres décadas y media las caballerizas han tenido una vida muy activa como Keramos, un espacio por el que han pasado cerca de 1.000 estudiantes que se han introducido en el mundo de la cerámica de la mano de Blasco. Tiene a gala este ahora profesor jubilado que “los alumnos que no aprobaban en Manises” acudían a él y allí aprendían lo que no habían podido asimilar en la escuela oficial. Son cerca de mil historias diferentes, propias y ajenas, que se han sumado a las que debieron pasar en esas céntricas cuadras que han sido testigo del paso de los siglos por la ciudad.
En estos años Blasco ha ido descubriendo secretos del inmueble, como la conexión con un túnel que encontró en una esquina del edificio, en la parte baja, o el torreón que se halla apenas unos metros delante y que refuerza la tesis de que la construcción original puede ser incluso anterior a la llegada de Jaime I. Más misterios rodean a la zona. En una excavación se halló un enterramiento infantil de origen posiblemente romano. Y Blasco explica cómo en una ocasión le señalaron que en una de las puertas había una marca de la Inquisición. Teniendo en cuenta que el Palacio de la Inquisición estaba relativamente cerca, no es tampoco descartable que las caballerizas dieran servicio a los miembros del Santo Oficio.
Este verano de 2019 para Blasco será diferente. Es el primero que inicia sin pensar en el curso que viene, ya que no impartirá clases. Atrás quedan anécdotas y vivencias. Sin embargo, en lugar de estar contento alberga una honda preocupación por el destino de las caballerizas. Teme que sus propietarios las dejen abandonarse. No ha visto ningún interés por ella. Así, relata que cuando le entregó las llaves al dueño, una vez vencido su alquiler, éste no quiso ni interesarse por el estado del edificio. “¿Quién no comprueba que le devuelven un inmueble en correctas condiciones?”, se pregunta retórico. Alguien a quien no le interesa la propiedad, se responde. Teme pues que los Serra de Álzaga recuperen el proyecto de demolerlas, aquel que en 2014 fue paralizado por la administración autonómica y municipal, después de recibir informes de entidades como la Academia de Bellas Artes de San Fernando en los que se ponía en valor la importancia de las caballerizas.
La cobertura legal que hay sobre el inmueble es considerable. Así lo hacía ver en noviembre de 2014 la entonces directora general de Patrimonio, Marta Alonso, en un escrito remitido al Círculo por la Defensa del Patrimonio. Ya entonces advertía de que las antiguas caballerizas tenían una triple cobertura, al hallarse protegidas y afectadas por los ámbitos de los entornos de tres BIC: el del Palacio de Escrivá (BIC número 28), el del Almudín (número 29) y el de la Iglesia del Santísimo Cristo del Salvador (número 25).
“Es sorprendente que hayan sobrevivido al siglo XX”, insiste Serra, mientras contempla las caballerizas desde fuera. Una fotografía captada con teleobjetivo por Kike Taberner permite ver con detalle el arco medieval del interior. Serra y Blasco comentan pormenores de la construcción, que corroboran su origen medieval. ¿Quiénes dejarían allí sus caballos? ¿Qué negociados debían tratar en la ciudad? Ni las guerras, ni las revueltas, ni los conflictos del tiempo han conseguido acabar con ellas. Y ahora, ya lejos de su razón de ser original, permanecen impertérritas, como congeladas en el tiempo, esperando quizás a que se resuelvan por fin todas las incógnitas que les rodean.