MADRID. Desde la impresora 3D low cost más usada en el mundo hasta un submarino de bajo coste capaz de sumergirse a cien metros de profundidad. Ambos son ejemplo de productos lanzados con éxito al mercado surgidos de la cultura maker y la filosofía del hazlo tú mismo, el DIY conforme a sus siglas en inglés.
“El DIY corresponde a un concepto amplio en el que puede incluirse cualquier persona que prefiera fabricar o reparar sus cosas él mismo en lugar de recurrir a terceros. Es una forma de ahorrar y aprender haciendo con la que podría identificarse un artesano o cualquiera que coja unos palés y se construya un armario. También el movimiento maker se enmarca en el DIY pero está más enfocado al diseño industrial y a la fabricación digital”, aclara Juan Aritio, responsable del proyecto It's Faber Time. Sería pues el salto a la tecnología del DIY de los años 70.
“En cuanto al diseño industrial se vale, básicamente, de tres tecnologías: impresión 3D, corte láser y fresado con CNC y, de manera transversal, de la robótica. Sobre estos cuatro pilares se apoya la fabricación digital teniendo, como denominador común, la conversión de un archivo digital que hemos creado en nuestro ordenador en un objeto. Así puede fabricarse cualquier objeto funcional, desde un coche hasta un traje a un zapato”.
Conforme a la explicación de Aritio se entiende que el trabajo creativo lo realiza cada cual en su escritorio aunque, gracias a la importancia que el movimiento da a la transferencia de conocimiento a la comunidad, muchos de esos archivos pueden descargarse de internet. En este caso, el diseño del objeto ya no sería un problema pero si seguiría siéndolo el de la fabricación dado que, salvo la impresora 3D, pocos tienen recursos para adquirir una cortadora láser o una fresadora.
Han empezado así a proliferar espacios de trabajo colaborativos, equivalentes a laboratorios de prototipado, que adoptan nombres como Fablabs, Teamlabs, Makerspaces o Techshops. El acceso a estos no siempre es libre, muchos obligan a los usuarios a hacerse socios y pagar por la utilización de las máquinas. Juan Aritio detectó en ello una oportunidad de negocio y constituyó Fabertime, una empresa donde vende impresoras 3D, realiza encargos a terceros e imparte cursos de formación y talleres para niños y adultos.
A las líneas de negocio referidas Fabertime suma otra más lúdica que es la apertura de su Fabercafé. A la ya tradicional presencia de ordenadores y wifi de los cibercafés los fab incorporan al decorado una impresora 3D o una grabadora láser de manera que, mientras consumes un pincho con alguna bebida, se va imprimiendo tu drone. Los Fabcafés sí permiten la entrada a cualquier persona de la calle dado que uno de sus fundamentos es contribuir a la difusión de la cultura maker.
Una iniciativa similar a la de Aritio había surgido en la ciudad de Barcelona. A este suele acudir el valenciano que se hace llamar Flan , artista residente en Teamlabs de Madrid. “Aquí tengo montado un lab donde investigamos y creamos productos en torno a cuatro ejes: diseño, arte, tecnología e innovación. El 80% de los productos tienen una parte maker o de fabricación digital que finalizo en el FabCafé de Barcelona. Anterior director creativo de Demium Startups Flan se halla ahora embarcado en un proyecto empresarial propio.
“El proyecto, muy maker, se basa en la visión de la comunidad Arduino enfocada en la educación y construcciones abiertas para que se aprecie la tecnología y su funcionamiento. Lo que yo hago es fabricar con herramientas digitales las casitas para envolver toda la ingeniería al aire y convertirla en un producto amable para lanzarlo al mercado”. Para obtener financiación organizó una campaña de crowdfunding en Kickstarter, otro de los distintivos de los emprendedores makers que suelen rechazar las vías convencionales.
Indiegogo ha sido la plataforma elegida Bonadrone para recaudar fondos y poder acometer la fabricación de su prototipo, un drone modular llamado El mosquito. Este se comercializará como un kit para que cualquiera pueda montarlo, personalizarlo y adaptarlo a las funciones que desee. “Las utilidades son múltiples. Ha llegado a contactar con nosotros un grupo de pescadores interesados en lanzar el anzuelo más lejos y mejorar la pesca”, cuenta Daniel López, uno de los integrantes de este grupo de amigos de la infancia de Vallbona d'Anoia que se han animado a aprovechar el auge de estos artilugios aéreos.
Al amparo de la cultura maker nació también la startupOnomo de la que forman parte los españoles Javier Soto Morrás y Luis Martín Nuez junto a otros diseñadores e ingenieros repartidos por el resto de Europa. Con sede en Londres, el primer producto que lanzaron al mercado fue la brújula Haize a la que comparaban con la de Jack Sparrow, de Piratas del Caribe. Se trata de una herramienta que ayuda a los ciclistas a circular por las ciudades de una forma segura dado que, en lugar de apuntar siempre al norte, marca hacia la dirección que deseas ir. La brújula incorpora un GPS pero también respeta la libertad de ruta que elige el ciclista quien sólo tiene que indicar el destino desde el móvil y luego seguir la orientación de la brújula afianzada en el manillar.
La idea original fue de Javier Soto. Residente en Londres y harto de perderse con la bicicleta, se lo comentó a Luís en uno de sus encuentros en el Dlabs Hackerspace de Zaragoza. Ambos empezaron a desarrollar el prototipo y fueron sumando socios de otros países. “El único espacio común de este equipo existe en Internet- describe Luis la filosofía del equipo - Las barreras culturales, de idioma o las fronteras entre países nos parecen obsoletas. Pensamos en escalas globales, somos capaces de coordinarnos a miles de kilómetros de distancia y es la pasión por el diseño y la tecnología lo que los une, más que su lugar de nacimiento”.
Y aunque podrían sumarse más casos de iniciativas emprendedoras surgidas del ecosistema maker, lo cierto es que siguen siendo menos que más los que se deciden a lanzarse al mercado, por muy brillante que sea la idea. La escasez de recursos para fabricar y competir con empresas de mayor tamaño acostumbra a ser la excusa para limitarse a la autoproducción.
La tendencia, sin embargo, apunta un largo camino al movimiento maker. Así, la rama estadounidense de la consultora Deloitte, incluía entre sus recomendaciones a las empresas para conectarse al futuro “usar el ecosistema maker para incrementar la capacidad de detectar tendencias tecnológicas con recorrido, ya que muchas de las innovaciones disruptivas de los últimos años se fraguaron lentamente en este mundo”. Son casos puntuales pero en España ya parecen haber tomado nota algunas de las grandes, como es el caso de la tecnológica BQ que ha creado su propia escuela maker.