Hacia finales de los años setenta Andrés Alfaro Hofmann empezó en Godella la que es hoy la colección privada más importante de diseño industrial enfocada al electrodoméstico
VALÈNCIA.-El diseño en España entró por la cocina. La frase es de Andrés Alfaro mientras nos guía en una visita a su colección particular ubicada en el Espai Alfaro de Godella, a apenas cinco kilómetros de València, y es que la popularización del diseño en los hogares españoles de mediados del siglo pasado se hizo hueco desde la cocina con los primeros electrodomésticos llegados de Alemania, Reino Unido y EEUU. Por eso hablamos del diseño cotidiano al referirnos a estos utensilios eléctricos que aparecieron para hacernos la vida más fácil. Por eso, visitar la Colección Alfaro Hofmann y contemplar todos esos cacharros que hemos visto alguna vez utilizar a nuestras abuelas en sus casas tiene un importante componente nostálgico.
Fue a partir de los años veinte y treinta del siglo pasado cuando aparecen las primeras neveras eléctricas para sustituir a los cajones de leño que almacenaban hielo. El impacto fue tal que esos primeros frigoríficos se diseñan como si fuesen muebles; con sus patas victorianas que elevaban el cajón principal para ubicar el electrodoméstico en el salón, como si se tratase de una cómoda o un armario y, así, poder lucir este gadget llegado del futuro. En la evolución de neveras, batidoras o aspiradoras vemos la importancia del diseño de la carcasa para posicionarse en el mercado, hacer más agradable su uso y optimizar el espacio, y la llegada de nuevas tecnologías y los primeros intentos del marketing para vender electrodomésticos.
Tras una zona más arqueológica, pasamos a esa nostalgia de la casa de los abuelos a un fondo que parece salido del atrezzo de películas y series costumbristas y, de repente, nos encontramos aquel primer Walkman que en estos días celebra su 40 aniversario, el Discman o los teléfonos que nosotros mismos utilizamos hace apenas dos o tres décadas. Es entonces cuando la cercanía cariñosa de esos productos nos desata un poco de pavor por tener ya un trozo de nuestra historia más reciente en un museo.
* Lea el artículo completo en el número de agosto de la revista Plaza