VALÈNCIA.-Mi primer cara a cara con Marruecos, su cultura y sus historias ha sido Fez. Pero también mi primera vez en muchas cosas sola: en una medina, en un shisha-bar, en el arte del regateo en mercados en los que parece que haya caído al pasado... Y eso es precisamente lo que buscaba en mi viaje, ese Marruecos auténtico con rincones donde reencontrarme con tradiciones, sabores, oficios y personas sumergidas en ese caos ordenando.
Un Marruecos que intuyes nada más aterrizar en el Aeropuerto de Fez-Saïss (FEZ), con una sola pista y todos los pasajeros, como yo, sentados en el suelo rellenando el visado para poder entrar al país —para ir más rápido llévate un boli—. Después de contestar a las preguntas pertinentes, me sellaron el pasaporte y salí a la sala de llegadas. Decenas de taxistas esperaban con un cartel en la mano con los nombres de quienes venían a recoger. Disimuladamente di cuatro vueltas para buscar el mío pero no lo vi. Aguanté el tipo pero al ver que muchos se iban, un sudor frío y los peores pensamientos me invadieron el alma. Todo paró cuando me tocaron el hombro y me enseñaron el papel con mi nombre escrito en él —casi le abrazo de la alegría—.
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Me llevó hasta la Puerta Azul y de allí me acompañó hasta mi alojamiento. Un trayecto que transcurrió por un mercado vacío y conquistado por los gatos, que campaban a sus anchas y disfrutaban hurgando entre la basura. Elegí hospedarme en un riad porque me parece más coqueto que un hotel y conserva la esencia de las casas árabes, con su patio central, sus columnas y esa decoración que puede echar un poco para atrás, pero a mí me resulta encantadora. Tenía ganas de acostarme así que con señas —no hablo francés— rechacé el té de bienvenida y me fui a la habitación.