VALÈNCIA. Huyendo de la oscuridad de los años de la dictadura, una nueva generación acude en los setenta a la capital en busca de nuevas experiencias y aires de libertad. En aquel nuevo ambiente de desenfado y adolescencia democrática, un joven Antonio Campos Ramos (1948-) llega desde Bétera, el pueblo que le vio nacer y crecer, a València. Una ciudad en plena efervescencia cultural donde la noche se había encendido con la apertura de nuevos locales nocturnos, salas de fiesta e íntimos cabarets. Así nace un personaje que hoy es el símbolo de toda una generación valenciana, ‘La Margot’.
Alentado por tres grandes amigos de la infancia, Antonio Campos se convierte en ‘La Margot’ en el escenario de La Cetra. Este local, pionero en ofrecer espectáculos transformistas todas las noches, se convirtió en referente de la cultura nocturna de finales de los setenta.
En 1977, en plena transición hacia la democracia, subió a un escenario y deslumbró a todos imitando y transformándose en Sara Montiel. Algo que pronto le valió el apelativo de ‘La Sarona’. Su fama dio origen a un estilo que pasó a ser personal e intransferible. De local en local, del escenario al cine, Antonio Campos triunfa y se convierte en alguien importante para las siguientes generaciones, en un referente visible al que admirar.
“Esta es la historia de una generación y de un modo de vida que no se ha visto reconocido. De una cultura obligada a ocultarse y que ahora el MuVIM recupera y homenajea, en plena consonancia con las actuales políticas de reconocimiento y ampliación de derechos”, señala Gloria Tello, diputada del MuVIM, museo dependiente de la Diputació de València.
Por su parte, Rafael Company, director del MuVIM, ha defendido la idoneidad del museo que dirige para albergar una exposición de estas características. “Al fin y al cabo —ha dicho—, la historia de la Ilustración, de nuestra modernidad, es la historia del paulatino reconocimiento y ampliación de los derechos y las libertades del individuo frente al poder, empezando por la libertad de conciencia en el siglo XVII —es decir, el derecho de cada cual a creer o no en el Dios que quiera y de la manera que quiera— y continuando con la libertad de expresión, de reunión, de circulación, etc. En ese sentido, la voluntad de ser, el ejercicio de autoafirmación que hizo Antonio Campos, se inscribe plenamente en ese linaje reivindicativo”.
‘La Margot’, ‘La Condesa’, ‘Sareta-Sareta’... artistas de una València en transformación en unos años en los que la ciudad se transfiguró a ritmo de cabaret y lentejuelas. Espacios como La Cetra, Claca o Belle Époque allanaron el camino a la convivencia entre dos culturas, contribuyeron a dar a conocer esa parte de la sociedad que había sido victimizada y perseguida por un régimen autoritario y un concepto de la virilidad y la masculinidad trasnochado, que convirtió al transformista y al travesti (en el contexto del significado de la palabra durante la transición) en icono político y cultural del cambio social.
Vestidos, carteles, fotografías, joyas... conforman la muestra La Margot. Trans(formarse) en libertad, comisariada por Juan Barba y Rafael Solaz, homenaje a un artista de indiscutible éxito, ejemplo de coraje e identidad en una Valencia que transitaba de un pasado gris a unas nuevas formas de relación social. Un indicio de que el mundo del transformismo también ha contribuido a que tengamos la sociedad que disfrutamos hoy.
“Un homenaje a todos los transformistas que sentaron las bases de una protesta con canciones, con lentejuelas. Un canto a la libertad”, afirma Rafael Solaz, comisario de la exposición.
Un hecho destacado también por Juan Barba, para quien “hoy el MuVIM ha dado un paso importante apostando por resaltar la figura de Antonio Campos, ‘La Margot’, otorgando la relevancia que tuvo su ejemplo en construir una sociedad más igualitaria, libre y diversa. Hay mucha historia silenciada por sacar a la luz, y sus personajes y testimonios son tan necesarios y valientes como el ejemplo que hoy mostramos a la ciudadanía”.
Estos espacios de resistencia y socialización dieron voz y cobijo a una parte de la sociedad que, por su identidad sexual, había estado perseguida durante casi 40 años. Con el trasfondo del sonido de las copas y el humo del tabaco, resurge una de las disciplinas artísticas bandera de la escenificación de la diferencia que, ya desde tiempos de la República y tras el paréntesis de la dictadura, vuelve a desempolvar pelucas, rímel y plumas.
“’La Margot’ representaba la alegría y las ganas de querer cambiar el mundo. Daba luz a un mundo hasta entonces oscuro como el de la homosexualidad”, destacaba Carmen Alborch en una entrevista que se encuentra reproducida en la exposición.
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