VALÈNCIA. Los diarios de Kurt Cobain vienen a confirmar algo bastante conocido en el universo diarista: no necesariamente una vida inflamada y agitada certifica un diario vibrante. Qué duda cabe que los Diarios de Kurt Cobain, reeditados a finales del pasado año por la editorial Reservoir Books, reunían todas las características para convertirse en legendarios. Sin embargo, bien por una edición y supervisión interesadas a cargo de su viuda Courtney Love, bien porque los textos primarios carecían de la suficiente épica, estos diarios resultan especialmente decepcionantes, en tanto no desvelan nada del misterio de una muerte que sacudió el universo del rock en la década de los 90.
El líder del grupo Nirvana apareció muerto en su casa de Seattle con un disparo en la cabeza el 8 de abril de 1994. Se trataba de un suicidio. La nota que dejó, dedicada a Boddah -su amigo imaginario- así lo atestigua. En ella decía que se sentía culpable, triste y temeroso ante la posibilidad de que Frances, su hija, pudiera parecerse a él.
Llena de amor y alegría, confía en todo el mundo porque para ella todo el mundo es bueno y cree que no le harán daño. Eso me asusta tanto que casi me inmoviliza. No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como en lo que me he convertido yo.
Casualmente, esta nota de suicidio no se incluyó en el material de los diarios, compuestos esencialmente por dibujos, letras, listas de grupos, chistes, pensamientos… Son entradas sin fecha. Una especie de no-diario que contiene reflexiones repletas de angustia y dolor.
Me gusta la sinceridad. Carezco de sinceridad. Esto no son opiniones. Esto no son palabras sabias, esto es una exoneración por mi falta de educación, por mi pérdida de inspiración, por mi desconcertante búsqueda de afecto y por la vergüenza instintiva que siento hacia muchos que tienen más o menos mi edad. Ni siquiera es un poema. Sólo es un montón de mierda. Como yo.
El cineasta Gus Van Sant recreó los últimos días de Kurt Cobain en Last Days, un film que se estrenó en 2005 y que contaba, entre otros, con la participación de Kim Gordon, cantante y guitarrista del grupo Sonic Youth. Esta película es capaz de reflejar la existencia perturbadora de un líder musical cuya concepción de sí mismo rayaba en el odio más absoluto. Algunos pasajes desvelan una personalidad extremadamente particular y maldita.
Llevo meses sin masturbarme porque he perdido la imaginación. Cierro los ojos y veo a mi padre, niñas, pastores alemanes y comentaristas de noticieros, pero no a chicas desnudas y voluptuosas haciendo mohines y estremeciéndose de placer con las posturas ilusorias que evoco en mi mente. No; cuando cierro los ojos, veo lagartijas y bebés sirena, aquellos que han nacido deformes porque sus madres tomaban píldoras anticonceptivas nocivas. Tocarme me da auténtico pavor.
No fueron pocas las ocasiones en las que sus fans, periodistas o expertos extrajeron tesis freudianas a raíz de las entrevistas que concedía:
(…) He leído tantas interpretaciones freudianas mediocres y patéticas basadas en entrevistas que hablan de mí, desde mi infancia hasta el estado actual de mi personalidad y de mi fama de heroinómano perdido, alcohólico, autodestructivo, aunque abiertamente sensible y delicado, frágil, sosegado, narcoléptico, neurótico.
La publicación de los diarios a principios de la década de los 2000 no estuvo exenta de cierta crítica. Courtney Love se convirtió en la mezcla perfecta de Yoko Ono, María Kodama y la Gala de Dalí. Representaba la traición para los millones de fans devastados por la muerte de su ídolo. ¿Cómo es posible que la viuda vendiera por 4 millones de dólares unos diarios que comenzaban con una clara advertencia: ‘No leas mi diario en mi ausencia’? Fue posible, por supuesto. El espectáculo, uno que él detestaba, debía continuar para ensanchar una leyenda sin límite:
Dios mío, estoy tan harto de la banalidad del rock. Me pregunto qué voy a hacer cuando sea viejo si ya lo sé todo sobre el rock’n’roll a los diecinueve años.
Pero Kurt no llegó a viejo. Su rostro, sin embargo, sí denotaba cierto poso de amargura y abatimiento. Es conocida la anécdota según la cual, el escritor Willian Burroughs, en 1993 conoció a Cobain en Kansas. El viejo escritor sentenció: “Ese chico tiene algún problema. Frunce el ceño sin ningún motivo”. En estas 319 páginas, Cobain no deja de culpar a una atroz enfermedad estomacal como culpable de todos sus males:
Tienes el estómago sumamente inflamado y rojo. De ahora en adelante prueba a comer helado, a ver qué pasa’. Por favor, Dios. A la mierda los discos exitosos, hazme dueño de una enfermedad estomacal extraña e inexplicable que lleve mi nombre. Y que sea el título de nuestro próximo álbum doble: La enfermedad de Cobain.
Y así, entre enfermedades, heridas, miedos y culpabilidad se leen estos diarios contradictorios, casi bipolares que van desde la vulnerabilidad hasta la ironía con una rapidez asombrosa. “¡Déjenme en paz!”, solía gritar Kurt al acabar algunas de sus intervenciones o en sus escritos. Como precursor de leyendas igualmente acosadas como Michael Jackson o Amy Winehouse, Cobain cambió para siempre la historia del rock y del grunge. Se suicidó con una hija pequeña en casa. Él mismo era un niño con traumas que no pudo salvarse. Estas fueron sus últimas palabras:
Frances y Courtney, estaré en vuestro altar.
Por favor Courtney, sigue adelante, por Frances, por su vida que será mucho más feliz sin mí. Los quiero. ¡Los quiero!