EL PRECIO DEL ACEITE

El oro será su ruina, capitán: la especulación del aceite de oliva

«Estoy contento, me han aprobado el préstamo para cambiarle el aceite de oliva a la freidora», bromeaba un usuario en X (antiguo Twitter) por los desorbitados precios de nuestra grasa de cada día. Pero, ¿conocemos la causa de nuestros lamentos?

| 01/12/2023 | 5 min, 39 seg

—El oro será su ruina, capitán. ¡Nos costará la cabeza!

—¡Es mejor vivir sin cabeza que sin oro! Te lo tengo dicho cientos de veces…

Este diálogo es de un libro de piratas, pero podría darse en alguna de las 2,75 millones de hectáreas de olivar en España. De esta cifra, 2,55 millones pertenecen a olivar de almazara (93 % del total de olivar), es decir, el que está destinado a dar los frutos de los que se extrae el aceite, el oro líquido objeto de catastrofistas noticias en el telediario y memes que ironizan sobre la precariedad juvenil y socioeconómica. «Ahora dilo sin llorar», que tuitearía Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, el d1ct4d0r cool y buenorro que se autodenomina philosopher king (qué daño ha hecho El príncipe y Platón a la masculinidad) y que más bien parece el protagonista de una narconovela: según el último boletín del Ministerio de agricultura, pesca y alimentación sobre los precios de aceite de oliva, la variación media de las pasadas dos campañas respecto a la última es de una subida del 143,2 %. 

Tras el pico de la semana 36 del 2023, o sea septiembre, en la que el AOVE alcanzó los 828,77 euros por kilo (de media y a ojo de buen cubero, a 9 € el litro en botella de plástico de marca blanca) y los supermercados engancharon alarmas al cuello de las botellas, los precios han descendido, porque todo lo que sube, baja. Los medios de comunicación se ocupan de otras psicosis (el precio del marisco cara a las fiestas navideñas, por ejemplo) y los habitantes de las quince comunidades autónomas con cultivos recogen, si aún no lo han hecho, la oliva para la siguiente campaña. Como apuntó el investigador Eugenio Romero en un artículo para El Salto, «la producción de aceite de oliva en la campaña que acaba de terminar ha sido de 665.800 toneladas de aceite. El consumo nacional ha estado por debajo de las 400.000 toneladas. Concretamente, 367.000. Es decir, este año hemos consumido 227.200 toneladas menos que la campaña anterior, lo que supone una bajada nada más y nada menos que del 38,21 %. Es lo que ocurre cuando aprietas tanto para maximizar beneficios. Suele pasar que se vuelve en tu contra y bajan las ventas. Queda claro que la población española ha optado por reducir el consumo de aceite de oliva y/o sustituirlo por otros aceites vegetales. En el caso del aceite de girasol, su consumo en los hogares españoles aumentó un 32,10% entre agosto de 2022 y agosto de 2023».

Si analizamos sardana de cifras, la producción casi dobla el consumo. ¿Qué sentido tiene entonces la espectacular subida? El Ministerio cifra en 715.000 las toneladas la exportación de aceite de oliva, o sea, el 107,39 % de la producción nacional. Tirando de refranero y paranomasia: tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe; quien mucho aprieta, poco abarca; muchos ajos en un mortero, mal los maja el majadero o como cantaba la Jurado: «se nos rompió el amor de tanto usarlo». Al exportar más de lo producido, hubo que importar aceite de oliva de otros países para satisfacer la demanda interna y más allá.


Vale que ha hecho más calor y ha quemado la flor del olivo, vale que no llueve, que nadie quiere trabajar la tierra, que la inflación, la guerra y que la única ley que se cumple es la de la oferta y la demanda, pero no son estos factores aparentemente lógicos los que influyen en la etiqueta final que leemos y pagamos en el supermercado: desde La Sexta Columna a Equipo de investigación, pasado por analistas económicos, agrícolas y articulistas —con mayor o menor rigor— se habla de que el aceite es un bien especulativo más. Los grandes fondos de inversión entran en la producción de aceite de oliva como entran en las casas típicas de El Cabanyal - Canyamelar para convertirlos en pisos de alquiler turístico.

Naranjas, cacahuetes, pimientos… no es la primera vez, ni la última, en la que un producto producido en territorio nacional se dirige a la exportación, y en su lugar hay que comprar un género viajero que además de emitir toneladas de Co2, tiene una trazabilidad en la que es fácil que haya agroquímicos a gogó y la labor de los campesinos y campesinas esté aún peor pagada. Según la organización agraria UAGA-COAG, en 2020 el coste laboral diario en España multiplicaba por catorce el salario de un jornalero en Marruecos (5 euros/ día). Esto, sin hablar de las condiciones laborales o el trabajo infantil.


Romero apunta que además, los olivares superintensivos objeto de inversiones extranjeras son, curiosamente, los que se ubican en regiones con importantes problemas de acceso al agua como Andalucía, Extremadura o Castilla La Mancha. A esto se le añaden más pasos en la cadena: los almacenes que guardan el aceite de oliva para crear también una inquietante sensación de escasez. Como si fueran acciones y la bolsa de la compra el IBEX 35, «esperan a que suba el precio y entonces lo ponen a la venta». Analistas como Juan Vilar, cuya ocupación retributiva actual es el trading (compraventa de activos cotizados) y el asesoramiento en la industria agroalimentaria —¡oro!, ¡oro!— estamos en un cambio del ciclo que «invertirá la situación de oferta y precios de forma abrupta, provocando unos efectos devastadores en el sector, por cuanto los costes de producción seguirán elevados y el consumo deteriorado, en un escenario de exceso de oferta, por lo que los precios caerán batiendo igualmente récords, pero a la baja». ¡Desgracia, desgracia!. Otro gran país productor, Turquía, anunció en agosto tres meses de prohibiciones de exportaciones de aceite de oliva debido a la escasez de producción en los países mediterraneo y el consecuente efecto negativo en los precios domésticos, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos.

Como Marcelo Criminal canta en Quemando contenedores: «Me dan ganas de llorar / Todas las industrias / Me dan ganas de llorar / Luego el resto de cosas / Pues me hacen empeorar».

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