Tantos años escuchando hablar de él, tanta gente en común que le conocía, tantas buenas palabras sobre su trabajo, tanto reconocimiento institucional o privado hicieron que lo primero que hice nada más pisar Mozambique fue llamarle por teléfono. Quería conocer su proyecto pero sobre todo quería conocerle a él. Vicente Berenguer se marchó a Mozambique hace más de 50 años y allí sigue... de momento
9/07/2016 -
Vicente Berenguer es una de esas personas que te reconcilia con la vida y con la iglesia. Vicente Berenguer forma parte de esa iglesia real, esa iglesia que ayuda, esa iglesia que conoce las realidades donde trabaja, esa iglesia que es coherente con sus principios, esa iglesia que es crítica con la otra iglesia. Esa iglesia que también existe aunque trabaje muy lejos de nuestro entorno.
Al día siguiente de aterrizar en Maputo, le llamé. No podía esperar. Quería conocerle en persona. Y la vida quiso que ese día justo estaba viajando desde Ressano García, hasta Maputo. Ressano García es una ciudad que se encuentra en la frontera con Sudáfrica, zona de paso en busca de una mejor vida. Algunos lo consiguen y otras no. Hay contrabando de personas, de productos, de dinero… y allí es donde el padre Vicente lleva instalado los últimos años. Me cuenta mi amiga Julia que desde el portón de su casa se ven los mejores atardeceres que puedas imaginar.
Tuve suerte. Y ese día, le llamé y quedamos en el asilo de ancianos que ha montado en Maputo. Una residencia que es un auténtico oasis en medio de un entorno horrible, pobre hasta decir basta, y sin mucha opción de salir de ahí a simple vista. Sobre todo para esos ancianos que si no estuvieran en esas instalaciones posiblemente ya no vivirían. Son ancianos que vienen de umbrales de pobreza que nuestra imaginación no alcanza y, lo que es peor, de una soledad que asusta. La residencia que yo conocí, sus condiciones, su ambiente, sus plantas, su entorno, sus trabajadoras y trabajadores y sus monjas divertidas y buenrolleras dan vida, amor y cariño a estos ancianos y ancianas.
El caso es que el padre Berenguer además de velar por los niños y de haber construido colegios que han dado a todos estos niños un futuro, también ha velado por los ancianos. Los grandes olvidados en estos contextos de países pobres donde las políticas sociales no suelen ni pensar en ellos, entre otras cosas, porque casi no existen. Hay poca parte de su población que llegan a viejos.
Vicente Berenguer es un joven enfundado en un cuerpo ya anciano pero su sentido del humor, su buen carácter, sus experiencias, su vida le mantiene eternamente joven. El padre Vicente te llega, engancha y entusiasma. Es único y todas las alabanzas y reconocimientos que siga recibiendo por su trabajo en Mozambique, África, son pocos y nunca llegarán a la altura de la inmensidad de lo que ha conseguido. Quien ha podido comprobar in situ toda la labor del padre Vicente en Mozambique no se desengancha.
Una de ellas es mi compañera de profesión Puri Naya y el fotógrafo Rafa Andrés que se han desplazado al terreno por una semana. Su manera de contar su reciente viaje para conocer al Padre Vicente y su proyecto ha sido tan bonita que he querido acercarles un poco de ella. Según Puri: " Este viaje se puede contar desde muchos puntos de vista. Con la historia de Vicente que es cura, ha sido director de instituto, ha trabajado en el Ministerio de Educación de Mozambique y tiene miles de anécdotas sobre su vida, se puede escribir un libro". Ahí va su reflexión.
La mirada de Puri Naya
Este viaje ha cambiado mi vida. Todavía no puedo escribir sobre él sin emocionarme y sentir nostalgia y una tristeza infinita por no estar allí. En Mozambique se paró el tiempo. Se paró mi tiempo y, sin duda, sin duda fue demasiado corto. Llevo los colores de Mozambique, su olor y a su gente pegados a mi piel. Siento todavía el abrazo que me dio una mujer tras regalarme una capulana. Aquella mujer, fuerte, grande, risueña, alegre, negra, aquella mujer me dio el mejor abrazo que me han dado nunca y que todavía hoy hace que me sienta poderosa. Como ellas. Esas mujeres son pura energía, las admiro.
El padre Vicente, Vicente Berenguer, las animó a organizarse y asociarse. Hoy cuentan con su propio local en Ressano Garcia, han comprado máquinas de coser, celebran su día que es fiesta nacional y le han nombrado a él su padrino. Algunas son católicas y van a la iglesia, otras no, pero a Vicente lo que le importa es que se tengan las unas a las otras para poder seguir adelante a pesar de los obstáculos, a pesar de sus muchos hijos (una media de 5), a pesar de la malaria, del SIDA, de la falta de recursos, de la escasa agricultura, de las viviendas casi en ruinas o a punto de caerse, a pesar de la guerra que parece que fue ayer por cómo siguen todavía las casas, las calles, la falta de comercio, de bares, de vida, de presencia de esperanza o de futuro.
Nunca había hecho un viaje así. Me lo propuso mi buen amigo Rafa Andrés, un magnífico fotógrafo que ya había hecho proyectos como este y me animó a que viajáramos juntos “porque tengo un tío mío de Teulada que está en Maputo y su trabajo es brutal, quiero documentarlo antes de que vuelva a casa”.
El padre Vicente salió de Teulada con la ilusión de cambiar el mundo hace ahora 50 años en un barco desde Lisboa a Mozambique. Y lo consigue. Cada día cambia la vida de las personas a las que se encuentra en su camino porque hace que mejore su destino. Llegó a Maputo por primera vez y se encontró a dos niños, les preguntó por qué no estudiaban. “Los pretos (negros en portugués, pero con una connotación muy negativa) no estudiamos”, le contestaron. Ahí empezó su trabajo. Con la ayuda, primero de Cáritas y después de empresas, entidades y particulares, Vicente ha creado decenas de escuelas infantiles, colegios de primaria, de secundaria, institutos e incluso residencias para que los jóvenes de las aldeas también tengan una oportunidad.
Precisamente en las aldeas está centrando sus esfuerzos en los últimos años. Movene, Chankulo, Inkomati, Mbobo… allí ha construido escuelas infantiles donde los pequeños no solo aprenden, porque las escuelas son el refugio, la alimentación, la seguridad, la dignidad. Los mejores estudiantes podrán quedarse en alguna residencia cerca de la ciudad y acudir a clase. Llama la atención ver una aldea de viviendas hechas con cañas y barro y junto a ellas una escuela, con sus pequeñas casas para los maestros e incluso un pequeño parque.
Como Vicente, pienso que la educación es el arma más poderosa que tienen, pero hay tanto trabajo, que se necesitan 20 más como él. Afortunadamente no cae en la desesperación, todo lo contrario. Ve posibilidades en todas las personas a pesar de la pobreza, ve reconstrucción en las ruinas, no ve los obstáculos aunque la ayuda que haya tenido haya sido poca, sigue su propio consejo cuando un alumno le dijo que estaba muy triste porque los amigos no le dejaban tocar en su grupo, y Vicente le contestó: “¿y cuál es el problema? ¡Monta el tuyo!
En Mozambique he visto a la miseria y a la felicidad compartir una muñeca a la que le faltaba un brazo o conducir un coche sin ruedas, ni cristales. La miseria y la felicidad juegan juntas, de la mano, sin egoísmos, ni reproches.
El escritor Salva Alemany recupera en su última novela —Lapsus— la curiosa biografía del cura Vicente, un sacerdote famoso en Nazaret por sus buenas obras y que se dedicaba al narcotráfico y la venta de armas, y al que conoció en persona hace unos años