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memorias de anticuario

El patrimonio cultural no está en los debates, pero lo estará

28/04/2019 - 

VALÈNCIA. Un punto de partida que en realidad son dos: un país, un territorio una ciudad (España, la Comunitat Valenciana, la ciudad de València etc) no puede olvidar su historia si no quiere condenarse a mutar su identidad por dilución. Debemos tomar conciencia de que el patrimonio  que conservamos es la prueba de cargo del relato en el que fundamentamos esa identidad. Ahí está lo que hemos mantenido en el legado (de otra parte sólo podemos hablar por referencias), para que tomemos contacto directo, físico, con aquello de lo que los libros, los ensayos, nos hablan. Podemos leer mucho sobre la presencia islámica en la península, pero si los castillos desaparecen nuestras lecturas se convertirían en una especie de actos de fe.

Como han podido comprobar, el patrimonio cultural y por extensión la cultura es un asunto que se ningunea de forma insultante en el debate político… por ahora. Y digo “por ahora” porque esto, me temo, cambiará a medio plazo. La protección y conservación del patrimonio, si nadie lo remedia, va a ser uno de los grandes retos del futuro de países como Francia (que ya está viendo las orejas al lobo), Italia y España, que son tres de los Estados con una mayor cantidad de bienes culturales. Las razones por las que el patrimonio acabará siendo objeto de debate en España son básicamente tres y emergerán, desgraciadamente, porque el patrimonio está abocado a convertirse en un problema, al no haberse nunca abordado como una solución a tantas cosas y ser tratado como una enorme oportunidad.

 La primera es que ya se adivina como un problema la cada vez más acuciante falta de empleo especializado en determinadas disciplinas que tienen que ver con la restauración y conservación de bienes artísticos, la segunda es un abandono del entorno rural que va a dar lugar a la ruina de miles de edificios (castillos, iglesias, murallas, edificios civiles…) con un nivel de menor o mayor protección, situados en estos núcleos rurales en proceso de despoblación, y la tercera es el cada vez menor número de vocaciones religiosas que va a traer consigo el cierre de conjuntos religiosos con el consiguiente peligro tanto a la hora de su conservación como de seguridad de los bienes que se hallan en estos.

Falta de profesionales

Hablemos de una paradoja en un país, el nuestro, con un problema estructural de falta de empleo que a su vez ha renunciado a la formación de profesionales en artes aplicadas. La destrucción parcial de la catedral de Notre Dame ya está poniendo de manifiesto en nuestro país vecino las carencias a la hora de prevenir y abordar estas catástrofes, por mucho que Francia sea un país que históricamente se toma muy en serio su patrimonio cultural. Así que cuando veas las barbas de tu vecino cortar… A los pocos días del desastre y sin que todavía no exista ni un proyecto de reconstrucción ya se ha avanzado que existirán problemas para localizar en el mercado laboral a profesionales especializados que aborden con garantías la restauración del edificio (una situación que ya padeció Inglaterra hace años ante la falta de especialistas para acometer la restauración del castillo de Windsor, devorado por las llamas en 1992). Hace varias semanas me visitaba un profesional valenciano que se dedica a la restauración de metales. Me transmitía la preocupación en su sector por la desaparición de la profesión ante la inexistencia de centros en los que se transmitan los secretos de la restauración en el campo de las artes aplicadas, más allá de la pintura y algunas especialidades próximas a esta. Este profesional llevaba un tiempo de conversaciones con la administración para proponer la creación de una escuela de aprendices en estos oficios y su visión no era muy optimista al respecto.

España vaciada

La llamada, con toda propiedad, “España vaciada”, puesto que la realidad con la que nos encontramos en 2019 es resultado no del azar o del inevitable destino, sino de unas políticas públicas (y de la ausencia de otras), es otro de los problemas con los que se encuentra el patrimonio cultural en España (y en este caso se trata de un asunto muy nuestro, que no se da con tal virulencia en ningún otro país europeo). Podemos afirmar que abandono del entorno rural es ya un gran problema nacional, al parecer no interiorizado, todavía, por buena parte de la clase política. Una situación que ha ido cociéndose a fuego lento y que no se ha sabido ver (o no se ha querido ver), estallando tras varias décadas de pasividad por un lado, y por la configuración demográfica de un país en el que el modelo de vida “a seguir” tanto para un desarrollo personal y como laboral pasaba por el éxodo del campo a la ciudad y sus centros comerciales. En este sentido envidio a nuestro país vecino, Francia, y un desarrollo económico que siempre ha pasado por el carácter irrenunciable al mundo rural. Las consecuencias que trae esta España vaciada sobre el patrimonio cultural material e inmaterial ya se están percibiendo y se recrudecerán en las próximas décadas, salvo que se apliquen políticas ambiciosas que van a ser cada año que transcurra, irremediablemente más costosas económicamente, y su planificación más compleja, al hallarnos inmersos en un proceso de deterioro que no tiene visos de detenerse. Cuando el poder político considere, de verdad, creyéndoselo, que el patrimonio cultural posee un gran potencial para el desarrollo económico de las regiones, lo vean como una máquina para la creación de empleo, una herramienta para la educación, la vertebración del país… es decir, una tormenta perfecta de virtudes, el esfuerzo a realizar tendrá que ser titánico y en muchos casos, me temo, que inabordable por falta de viabilidad.

Patrimonio eclesiástico

Una parte muy considerable del patrimonio inmueble y el conjunto de bienes muebles que contienen dichos edificios es propiedad de la Iglesia católica. Afortunadamente esta institución de la mano del Estado, es decir de todos nosotros, a través de nuestros impuestos, sirviéndose de inversión directa como de beneficios fiscales, ha llevado en las últimas décadas una enorme labor de recuperación y preservación de una parte de su inmenso patrimonio (la Luz de las Imágenes en su día, o Las edades del Hombre, todavía vigente, son hitos en la recuperación de centenares de espacios y miles de obras artísticas). Pero también es cierto que el descenso imparable, al menos hasta la fecha, de vocaciones ha producido el cierre y consiguiente abandono de muchos edificios (en València son casos recientes el Real Monasterio de la Trinidad o el antiguo convento de San José o la Iglesia de San Andrés que a penas se abre salvo para celebraciones). En unos casos se produce la venta y desacralización del edificio, que por un lado, desgraciadamente, representa una pérdida en cuanto al uso original que se le daba al espacio y la desubicación del patrimonio mueble que contenía (cuadros, tallas, objetos litúrgicos, libros etc), pero por otro es una solución idónea que rescata de la ruina segura el edificio, siempre que los nuevos propietarios procuren la conservación del mismo.

Finalicemos con un punto realista-optimista: debemos aceptar que el Estado es inviable que pueda hacerse cargo de la enorme cantidad de bienes en riesgo, por una cuestión presupuestaria y de las prioridades que imponen el estado de bienestar, sin embargo es inexcusable que que articulen mecanismos que faciliten la entrada de la iniciativa privada (hay muchas y variadas formas de lograrlo), siempre con unas estrictas condiciones de adecuada conservación y promoción cultural.


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