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LA PANTALLA GLOBAL

El pimiento que vino del espacio y otros marcianos de pacotilla

El estreno de la rimbombante ‘Independence Day: Contraataque’ es un buen pretexto para recordar algunos entrañables marcianos cinematográficos

1/07/2016 - 

VALENCIA. Veinte años le ha costado a Roland Emmerich retomar a los personajes de Independence Day. Durante ese tiempo, el director alemán ha estado entretenido destruyendo todo lo que le salía al paso en títulos como Godzilla (1998), El día de mañana (The Day After Tomorrow, 2004) o 2012 (2009). Lo suyo es demoler, demoler, demoler, que dirían Los Saicos. Y tarde o temprano estaba destinado a realizar la secuela de una de las películas más taquilleras de su carrera. En Independence Day: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016), las naciones de la Tierra, que temen el regreso de los alienígenas, han colaborado en la elaboración de un gigantesco programa de defensa para proteger el planeta, utilizando tecnología obtenida de los extraterrestres dos décadas atrás. Pero no es seguro que ese programa sirva para hacer frente a los avanzados recursos de los atacantes, que también han tenido tiempo para hacer evolucionar su potencial armamentístico y no tardarán en asomar por los cielos.


No esperen grandes novedades, porque no las hay. La fórmula funciona y únicamente se trata de repetirla. De hecho, así ha sido desde la década de los cincuenta, puesto que Independence Day no era otra cosa que una película de aquella época realizada con tecnología punta. Como mucho, combinada con algunas recetas del cine de catástrofes de los setenta. Pedro Duque, en su libro Arañas de Marte. Video-guía de invasiones alienígenas (Glénat, 1998), la definía como “un gigantesco anacronismo que, a pesar del violento recibimiento que tuvo en su estreno (debido a sus contenidos supuestamente imperialistas) demostró su efectividad convirtiéndose en la película del año. Lo mejor es juzgarla como lo que es: La serie B más cara jamás rodada”. Veinte años después ya no lo es, ampliamente superada por su secuela y muchas otras cintas de similares características estrenadas o en proyecto. Entre ellas, la ya anunciada Independence Day 3.

El pimiento del espacio exterior

Los sofisticados marcianos de Emmerich nada tienen que ver con los que le sirvieron de inspiración. Durante los años cincuenta, mucho antes de que el género alcanzara la edad adulta gracias a 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odissey, Stanley Kubrick, 1968), la ciencia ficción era terreno abonado para las producciones de bajo presupuesto destinadas a los autocines. Y claro, en ese campo no ha habido nadie como Roger Corman, un auténtico especialista en sacar rendimiento a cada centavo invertido. De entre su cosecha fantástica es inevitable destacar Conquistaron el mundo (It Conquered The World, 1956), que también dirigió. Y no por la interpretación de Lee Van Cleef o el guión de Charles B. Griffith, escrito en dos días, sino por el pimiento gigante de goma-espuma de afilados colmillos y pinzas de langosta que era, supuestamente, un emisario de Venus en misión exploratoria. 


En el maravilloso libro Interviews with B Science Fiction and Horror Movie Makers, de Tom Weaver (McFarland, 1988), la heroína de la película, Beverly Garland, recuerda: “La primera vez que vi el monstruo fue durante el rodaje de una escena en la que salía de una cueva. Le comenté a Roger: ‘¡Eso no puede ser el extraterrestre…! Esa cosa tan pequeña de ahí no es el monstruo, ¿verdad?’ Él me miró y contestó: ‘Sí, tiene buena pinta, ¿eh?’ Le dije: ‘¡Podría cargármelo de un bolsazo! ¡Eso no es un monstruo, sino una figurita decorativa!’ Se le había ocurrido solucionarlo rodar planos míos y del monstruo por separado, para que el espectador no fuera consciente de su tamaño real”. Así era Corman, aunque él mismo matiza que, ante los comentarios de Garland, decidió recrear la criatura con una estatura mayor. “Aprendí que los monstruos deben ser siempre más corpulentos que la protagonista femenina”, confiesa en Cómo hice cien films en Hollywood y nunca perdí ni un céntimo (Laertes, 1992), su divertidísima autobiografía.

Es bien sabido que en Estados Unidos la proliferación de películas sobre invasiones extraterrestres está directamente relacionada con el clima de paranoia anticomunista posterior a la Segunda Guerra Mundial. Francisco Llinás recordaba en ¿Quién teme al forastero?, un artículo aparecido en un número de la revista Nosferatu, que “no se pueden simplificar las cosas afirmando que detrás de todo marciano hay un comunista enmascarado”, y quizá el mejor ejemplo es la estupenda La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), pero no dudaba en asegurar que “en esta invasión de alienígenas, elementos extraños al american way of life, aparece un retrato muy preciso de los temores que anidan en el inconsciente colectivo y que amenazan una suerte de Edén”. En esa línea se enmarcan, por ejemplo, las diferentes versiones de La guerra de los mundos, a las que ya dedicamos un artículo hace algún tiempo.


Lechugas, starlettes y lo que se tercie

Corman no estaba solo en su misión de traer hasta la Tierra extravagantes entes del espacio. Edward L. Cahn fue otro director que se las tuvo con criaturas de otros mundos en films como La invasión de los hombres del espacio (Invasion of the Saucer Men, 1957), donde unos adolescentes atropellan por accidente a lo que, en principio, parece ser un enano cabezón. Sin embargo, cuando acuden a la policía a dar parte del incidente se dan cuenta de que las autoridades tratan de echar tierra sobre el asunto. De manera literal, ya que entierran a la víctima. ¿El motivo? Pues que no era un enano cabezón, sino un hombrecillo de Marte. En este caso, los marcianos controlan la voluntad humana a base de inyectar en los humanos mediante sus uñas hipodérmicas tal cantidad de alcohol que les provocan un estado de embriaguez mortal. El delirante argumento es suficiente para sospechar que ya estamos en el reino de la comedia, pero si había dudas no hay más que echar un vistazo a los marcianos, sospechosamente parecidos a lechugas antropomorfas.


El amigo Cahn, que llegaría a rodar más de ciento veinte películas, reincidiría en títulos como Invasores invisibles (Invisible Invaders, 1959), donde, en el colmo de la precariedad presupuestaria, las naves espaciales eran, efectivamente, invisibles, o El terror del más allá (It! The Terror Beyond Space, 1958), situada en el 1973 del futuro y protagonizada por una criatura marciana que era, en realidad, un tipo con un traje de goma y unas manos de considerable tamaño. El monstruo, como los de La invasión de los hombres del espacio y el pimiento de Conquistaron el mundo, era una creación del genio del diseño alienígena de los cincuenta: Paul Blaisdell. Nunca ganó un Oscar, pero se lo debió pasar en grande. Probablemente, tanto como Harry Thomas, encargado de maquillaje de Killers from Space (1954), con unos extraterrestres que son, literalmente, “unos señores enfundados en skijamas con capucha, fajín a rayas y pelotas de ping pong en los ojos”, en precisa descripción de Pedro Duque. El directo de tamaño esperpento fue W. Lee Wilder, hermano mayor del célebre Billy Wilder.


Pasados los cincuenta, el cachondeo y el despiporre se adueñaron definitivamente de las películas baratas de ciencia ficción. De la serie B se pasó sin pestañear a la serie Z y personajes como Bruno VeSota, que podría haber rivalizado con Ed Wood por el título de peor director de la historia, realizó films como Invasion of the Star Creatures (1962). Para hacerse una idea del carácter del proyecto basta decir que Corman se negó a participar en él. Pero, así y todo, salió adelante, motivo por el que hoy podemos contemplar con la boca desencajada a un par de invasoras del espacio con aspecto de pin-ups y vestidas con mini-shorts. Acompañadas de unos vegetales mutantes (no hay una explicación clara para la abundancia de alienígenas con aspecto de hortaliza), que en realidad son dos tipos con mallas y un saco en la cabeza, intentarán conquistar la Tierra, pero finalmente caerán rendidas ante los encantos de dos soldados, se enamorarán de ellos y abandonarán sus pérfidos planes. Como lo oyen.


Cerebros, cerebros…

Pero ojo, que no todo fue caspa en la producción fantástica de los cincuenta. La épica This Island Earth (Joseph Newman, 1955) narraba el secuestro de un grupo de científicos terrícolas por parte de los habitantes de Metaluna, en guerra con los malignos Zhagons, con objeto de obtener ayuda para conseguir uranio. Una space opera convertida en clásico del género y rodada en un llamativo tecnicolor, que trasladaba a la pantalla grande el espíritu de revistas pulp de la época como Astounding Science Fiction o Amazing Stories, y lucía unos extraterrestres gigantes con pinzas en lugar de manos y una cabeza enorme con el cerebro al aire (probablemente, la fuente de inspiración de Tim Burton en Mars Attacks!, 1996). Se dice que algunas de las escenas del film son responsabilidad de Jack Arnold, maestro del fantástico autor de La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954), El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) y Llegó del más allá (It Came from Outer Space, 1953), rodada en rudimentarias tres dimensiones, basada en un relato de Ray Bradbury y con un discurso progresista poco habitual para la época.


Si los cerebros de This Island Earth imponían, los de la británica Fiend Without a Face (Arthur Crabtree, 1958) lo hacían aún más, porque eran la materialización del pensamiento producto de un experimento científico, andaban sueltos por una base espacial y tenían la capacidad de volar. Suena demencial, pero las escenas en las que las criaturas, parcialmente animadas, estrangulaban a sus víctimas, fueron la inspiración directa del xenomorfo abrazacaras que sale del huevo y se adhiere al rostro de John Hurt en Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979), otro claro ejemplo de producción de gran presupuesto confeccionada a base de meter en la coctelera diferentes ingredientes de películas de serie B, como la de Crabtree o, todavía de manera más flagrante, de Terror en el espacio (Terrore nello spazio, Mario Bava, 1965). 


La lista de alienígenas psicotrónicos es infinita, y no ha parado de crecer desde la edad dorada del cine de ataques extraterrestres. Entre los clásicos marcianos verdes de Invasores de Marte (Invaders from Mars, William Cameron Menzies, 1953) y los malvados payasos intergalácticos de Killer Klowns from Outer Space (Stephen Chiodo, 1988) hay cientos de títulos donde elegir. Amenazantes o ridículos, de goma-espuma o generados por ordenador, los visitantes de otros planetas continúan siendo un recurso infalible en el cine de género. En los últimos tiempos, películas como Monstruoso (Cloverfield, Matt Reeves, 2008) han vuelto a apostar por sugerir más que mostrar, dejar cierto margen a la imaginación del espectador y preservar el carácter misterioso de las criaturas que amenazan a sus protagonistas, pero el cine de explotación nunca ha tenido miramientos, y cuando un platillo volante asoma por un film barato, tarde o temprano aparecerá un espantajo capaz de aterrorizar a la población… o hacer que se parta de risa. En cualquiera de los dos casos, ya saben: Vigilen los cielos.


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