VALENCIA. Hace varios días que se suceden todo tipo de actividades (charlas, talleres, presentaciones de libros, performances) en diversos puntos de la ciudad, pero este fin de semana el Valencia Sex Festival se traslada al recinto ferial para encarar las dos jornadas más intensas de un evento que defiende el valor cultural del porno y lo reivindica “como forma de expresión artística, y a sus protagonistas como creadores que merecen el mismo respeto y consideración que los de cualquier otro género”. Según la organización, se trata de una iniciativa “que cambiará tu visión del porno y del sexo para siempre”. A diferencia de la mayoría de festivales eróticos, la programación destaca por su escasez de proyecciones. El cine X no es uno de sus reclamos, y cuando se convierte en protagonista prefieren definirlo como “porno ético”, que se caracterizaría por ser “un cine en el que la representación de los personajes sea consensuada, exista una narratividad y una argumentación en los guiones, una buena puesta en escena, así como igualdad salarial y derechos laborales sin importar género, raza o religión”.
Sí, con el porno hemos topado. Un cine que celebran sectores culturales respetados (sin ir más lejos, una conocida cartelera valenciana) y que ostenta una inusitada relevancia en la sociedad actual, donde una actriz como Amarna Miller hace campaña por Podemos sin que nadie se rasgue las vestiduras. Al contrario: Parece un signo de normalidad evidente, de asimilación por parte de la corriente general (el mainstream) de un género tradicionalmente estigmatizado. O eso dice el tópico. Porque, en realidad, la pornografía siempre ha sido sinónimo de distinción intelectual. Lo era en los años setenta, cuando llegó a las pantallas Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano, 1972), un estreno que provocó el fenómeno sociológico etiquetado como porno chic, y lo sigue siendo hoy en día, porque parece que nadie osa levantar la voz contra ella.
Gabriel Núñez Hervás, director de Boronía y autor del imprescindible artículo Contra el porno (La misoginia como espectáculo), opina que “la pornografía se muestra inmune a las críticas por su habilidad para situarlas (y así descalificarlas) junto a compañeros de viaje tan indeseables como los ultraderechistas y los fundamentalistas religiosos. También junto a las feministas, cuya indispensable labor ha sido ridiculizada con saña y sin pausa. Sin embargo, las teorías y argumentos de las feministas de los años setenta están más vigentes y son ahora más necesarios que nunca. La pornografía es hoy un paraíso fiscal de la delincuencia del sexo, y alimenta directamente graves problemas sociales como la violencia de género, el proxenetismo, el tráfico de personas, la pederastia y la lamentable educación sexual de varias generaciones. Si la pornografía sitúa a quien la critica junto a fanáticos políticos y religiosos, sus defensores se colocan al lado de los verdugos, violadores, ejecutores y filonazis del sexo”.
Los límites del debate
No hay más que asomarse a cualquier web porno de internet para comprobar cuál es la tendencia mayoritaria en el género actualmente. “Desde hace tiempo y cada vez más, el porno ya no es la representación de escenas sexuales, sino la grabación y exposición pública de esos actos y cuanto más crudos (menos cocidos, menos preparados, más realistas) y violentos, mejor. No hay ya lugar para la representación, de modo que el porno se halla genérica y esencialmente mucho más cerca de las grabaciones caseras y de las palizas, humillaciones y actos delictivos”, asegura Núñez Hervás. Frente a él, la actriz y directora Amarna Miller, una licenciada en Bellas Artes que denuncia la existencia de una visión estereotipada de lo que ella llama “trabajo sexual”, y no duda en afirmar (en una entrevista para la revista GQ) que “sigue existiendo esa figura paternalista del redentor con todas las frases que usan para convencerte de que lo que haces está mal. Me dicen que invisibilizo a mis compañeras explotadas. Que alguien me dé una estadística real, hecha por un medio real, sobre el tráfico de personas en la pornografía. Siempre son artículos de corta y pega que vienen de páginas abolicionistas”.
Estos días, los medios de comunicación generalistas (y no las páginas abolicionistas) exhiben en sus portadas a Torbe, de nombre real Nacho Allende, responsable de la página web Putalocura, encarcelado por abusos sexuales, difusión de pornografía infantil y trata de seres humanos. “Cuando ya no podía contener las arcadas y corría hacia el baño llorando para vomitar, el cámara la seguía hasta ahí y continuaba filmando. Un centenar de hombres habían practicado sexo oral con ella, uno detrás de otro. La chica, como tantas antes, venía de Ucrania, y según cuentan algunas compañeras, no tenía muy claro cuál era el trato. Tampoco cuánto iba a ganar ni qué tenía que hacer. Cuando veían ahí a todos aquellos hombres se quedaban aterrorizadas. Muchas veces teníamos que bajar nosotras a comprarles una botella de vodka o algo así para que se emborracharan y pudieran hacer la escena”, cuenta en El País una de las actrices que trabajaba con el detenido. Coincidí personalmente con él en marzo, en el aeropuerto de Ciudad de México, y en la breve conversación que mantuvimos se jactó repetidamente de llevar “una semana follando sin parar”. Según decía, las jovencitas hacían cola para pasar por su cama.
El de Torbe es un caso aislado, por el que no puede juzgarse a toda la comunidad porno, podría argumentar Amarna Miller (que acaba de rodar un mediometraje con El Dioni y el peluquero de Karina). O no. Núñez Hervás recuerda que el celebrado Rocco Siffredi (llevado en volandas en Valencia por saraos de todo tipo) declara que “la violencia es, sencillamente, la forma en que yo vivo mi sexualidad, y son muchas las mujeres que lo comprenden”. Segunda excepción. ¿Y Max Hardcore? Pues asegura, de nuevo siguiendo el artículo de Núñez Hervás, que “se divierte contando cómo las chicas que llegan a su casa no tienen ni idea de lo que les va a ocurrir. La sorpresa, la mentira, el chantaje, la amenaza, son sus armas. ‘El secreto está en pulverizar su voluntad, reducirla a pedacitos, y cuando ya sólo son pedacitos, machacarlos aún más’, afirma, entre risas. Podría pensarse que su caso representa lo peor de este negocio, y hay compañeros de profesión que reniegan de sus prácticas porque les parecen muy extremas y dan una mala imagen del género, pero sus modos y maneras son cada vez más habituales en las producciones más comerciales”.
Vaya, se nos empiezan a amontonar las “excepciones”. Ya que estamos en la tierra de las flores, de la luz y del amor, no olvidemos a Nacho Vidal, con numerosos palmeros ilustres entre la cultureta local, que en su biografía (Confesiones de una estrella del porno, MR Ediciones, 2004) afirmaba: “Me gusta darles unas bofetadas mientras me las follo. Me pone caliente. Y a ellas también. Pero no crean que soy un maltratador. Hay una enorme diferencia entre lo consentido, e incluso lo que te piden que hagas, y lo que no tiene ninguna justificación porque solo te da placer a ti. Me han criticado mucho esa costumbre. Pero luego resulta que las chicas lo quieren, el director lo exige y el público lo compra”. Y quien dice dar unas hostias, dice escupir y eyacular en los ojos o introducir a la vez dos pollas por el ano, prácticas que, como todo el mundo sabe, “te piden que hagas” constantemente.
Hay que entender a nuestra estrella. Es un hombre hecho a sí mismo. En otro pasaje de su jugoso libro, comenta: “La escuela nunca me interesó para nada. Y sigue sin interesarme. No le encuentro una utilidad indispensable a la mayoría de cosas que trataban de obligarme a aprender. No escribo mucho, tengo atroces faltas de ortografía. Y leer, por suerte, leo bien. Tengo un buen vocabulario porque en mi casa había cultura. Y eso lo he mamado. No me da vergüenza decirlo: cuando la gente está encerrada leyendo, yo estoy con mis amigos, divirtiéndome, disfrutando de la vida, follando, o las tres cosas a la vez”. Una filosofía de vida que, contra todo pronóstico, ha rendido a sus pies a una clase intelectual más reprimida e insatisfecha de lo que parecía. Con todo, no conviene perder de vista el principal problema: “En el porno del siglo XXI, el sexo es sólo una coartada para la violencia. Amparada tras un arsenal de argumentos falaces, victimista hasta el paroxismo, la pornografía amplía su campo de batalla mientras reduce la condición humana de la mujer y pulveriza su dignidad. Impulsado por una insaciable ansia de ofrecer ‘todavía más’, el porno se ha convertido en una maquinaria universal de propaganda misógina. La debilidad de sus detractores (y la habilidad del mundo porno para descalificarlos) ha conducido a una situación paradójica, en la que el porno se presenta y se acepta como valedor y defensor del sexo, cuando el sexo no es más que una coartada para ejercer (sin penas) y promulgar (entre aplausos) un modelo machista brutal y extremo”. La cita, nuevamente, es de Gabriel Núñez Hervás.
Como el porno vende, los ejemplos al respecto se multiplican sin necesidad siquiera de salir de nuestra fronteras. En Epifanía. Un rodaje porno (2009), el alicantino Ramiro Lapiedra relata sus experiencias biográficas como director de cine X. Algunos de los episodios no desentonarían en una película gore. En un futuro cercano, quizá snuff. La actriz Susana Plané, conocida como Anastasia Mayo, también tiene libro, escrito por la periodista Anna García en 2004. En Los placeres de Anastasia, además de confesar que Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) es su película favorita (el dato no es nada baladí), recuerda un rodaje con Max Cortés, Denís y una actriz rumana sin identificar, a la que inmovilizaron el cuerpo con cinta de precinto. “La otra chica, al estar precintada, lo tenía más crudo, porque a la hora de mamársela a Max, por ejemplo, no podía apartarlo con sus manos para que no la forzara tanto. Así que la cogió por la cabeza y no la dejaba ni respirar. Además, se le notaba un poco confusa, no paraba de mirarme, supongo que necesitaba ver qué me hacían a mí, tal vez tenía miedo de que la cosa fuera a más”. Si te lo estás preguntando, amigo lector, la respuesta es sí. Eres cómplice de ello si lo estás mirando en tu ordenador.
¿Hay alguien ahí fuera?
“Lo peor del porno es que es impune”, subraya Núñez Hervás, “Quien quiera ganar una fortuna maltratando a mujeres puede hacerlo sin temor. Nadie le molestará, nadie le criticará, se hará rico y será aplaudido”. Lo difícil es poner puertas al campo. “No se trata de recurrir a la censura, por ineficaz y porque provocaría el clásico discurso falaz de ir contra la libertad de expresión. Se trata de controlar cómo se genera el producto, de luchar contra la exaltación del terrorismo de género. Hay una manera muy sencilla de hacerlo: adecuarse a los derechos humanos”, concluye.
En el seno de la industria han surgido algunas iniciativas con la intención de desmarcarse de la corriente general. Hace ya años que se habla de porno para mujeres, una concepción del género que sería más respetuosa con el sexo femenino y que en España abandera Erika Lust, pero en la que también se podría englobar a la neoyorquina Audacia Ray, la alemana Julia Ostertag o la francesa Ovidie, aunque todavía está por ver si la etiqueta va más allá de la mera estrategia comercial para captar nichos de mercado tradicionalmente alejados del cine X.
Más miga tiene la figura de la francesa Virginie Despentes, autora de Teoría King Kong, un ensayo en primera persona en el que atacaba algunos tabúes del feminismo liberal como la violación, la prostitución y la pornografía. Su estilo directo (la han calificado de diva punk) y su imagen mediática juegan a menudo en contra de sus argumentaciones, que expone de manera vehemente. “Yo no tengo ningún problema con el discurso anti-porno. Creo que alguien debe asumirlo. Y mi papel es el de asumir el opuesto. Pero para que yo pueda plantear un discurso pro-pornografía, es necesario que antes se haya hecho la crítica de la pornografía. Y no creo que el discurso anti-pornografía del feminismo liberal tenga suficiente eco. Lo único que realmente se escucha, desde mi punto de vista, es el discurso religioso”. El problema, en este caso, es que tuvo la oportunidad de dirigir una película y el resultado no pudo ser más decepcionante: Fóllame (Baise-moi, Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, 2000) era un vulgar porno en el que, simplemente, se daba a las mujeres el papel dominante y vengador tradicionalmente asignado a los hombres. Poco más que una versión hardcore de la nauseabunda Thelma & Louise (Ridley Scott, 1991).
Si nos remontamos en el tiempo, la veterana actriz de los setenta Annie Sprinkle acuñó en 1990 el término postporno para presentar un espectáculo titulado The Public Cervix Announcement, donde invitaba al público a explorar su vagina con un espéculo. De este modo, planteaba una crítica de la manera ginecológica de representación del sexo en la pantalla, caracterizada por los primeros planos de penetraciones, felaciones y eyaculaciones. A partir del término, autoras como Marisol Salanova han analizado en ensayos como Postpornografía (Pictografía Ediciones, 2012) una corriente cuya meta es “dar visibilidad a prácticas sexuales no convencionales”. Así, el postporno se centra en sexualidades alternativas, periféricas y disidentes, y a menudo se manifiesta a través de la performance o el activismo social y político, “para combatir estereotipos y categorías de género y luchar contra la discriminación y la marginalidad”. Es lo más cerca que se puede estar de dejar de hablar de explotación e industria para pasar a hablar de arte y teoría crítica. Una necesaria ecuación que, por fuerza, debería dejar fuera el porno tal como se concibe mayoritariamente en la actualidad.