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El progresismo y su parodia

29/11/2018 - 

El peligro que corre cualquier persona, idea o movimiento es acercarse demasiado a su propia parodia. He visto selfies en INSTAGRAM que podrían ser tanto reales como una caricatura. He visto hipsters cuya imagen (bigote con cera, pelo repeinado, gafas de pasta, tirantes, pantalones piratas…) era tanto supermoderna como la propia burla de lo supermoderno. He visto titulares en el ABC o La Razón que se parecían a los de El Mundo Today. He visto tertulianos en Tele5 que podrían ser una mala pantomima de Los Morancos. He visto a señores mayores con bigotito y pulserita de España defendiendo a Franco y a albañiles con un palillo en la boca que parecían salidos de una película de Alex de la Iglesia o Santiago Segura. Y últimamente asisto, con temor, a cierto acercamiento a lo grotesco de ciertas ideas progresistas, con los que estoy de acuerdo en lo básico, pero cuyo celo empieza a ser peligroso para lo que predican.

Uno de los principales problemas que tenemos actualmente es la falta de autocrítica. Cualquier persona que disienta lo más mínimo o critique levemente una idea, es tachado rápidamente de enemigo de esa misma idea. Y esto no es solo ridículo sino también contraproducente para esa idea. Tenemos el deber de ser autocríticos con aquello que defendemos, no para hundirlo, sino para mejorarlo. Pero tristemente, lo normal, es que a la mínima que disientes un poco, te colocan en el lado de los herejes.

A ver: una feminista diciendo que el problema del mundo son los hombres –todos los hombres— y hablando medio en broma medio en serio sobre la castración o la utopía de un planeta solo habitados por mujeres se parece mucho a la idea simplificada y grosera que un usuario de Forocoches tiene en su cabeza sobre las feministas. A su propia y antipática parodia. Y esto es un problema para el feminismo.

Un animalista diciendo que prefiere que mueran 100 toreros a 1 toro y alegrándose de que un señor jubilado con demasiado anís en el cuerpo muera corneado en las fiestas de su pueblo se parece demasiado a su propia y antipática parodia. Y esto es un problema para el animalismo.

Una cooperante subiendo a twitter que “más negros mueren en África y nadie dice nada” cada vez que ocurre alguna catástrofe en Europa se parece demasiado a su propia y antipática parodia. Y esto es un problema para las ONG.

Un naturista diciendo que no va a vacunar a sus hijos y tomando flores de Bach y poniéndose una foto de perfil con las piernas sobre la cabeza en una postura de yoga que sana el cáncer se parece demasiado a su propia y antipática parodia. Y esto es un problema para la idea que tenemos de vivir una vida más natural.

Un comunista defendiendo a asesinos como Stalin, Kim Jong-Il o Pol Pot se parece demasiado a su propia y antipática parodia. Y esto es un problema para la izquierda más moderada.

Y así podría seguir con ciertos veganos, ciertos “comprometidos”, ciertos anticapitalistas y, en general, con muchos movimientos provenientes de la izquierda. Movimientos con los que comulgo pero que en algunos casos se han fanatizado, sobre todo en las redes, y empiezan a ser grotescos.

Estábamos acostumbrados a que fuese el mundo conservador y católico el que fuese fácil de convertir en meme. Pero en estos últimos años, la cosa empieza a igualarse.

¿Recuerdan aquella canción del grupo ficticio Los Happines que se llamaba Amo a Laura? Durante días no supimos qué creer. Los grupos cristianos suelen ser tan cutres que la canción bien podía ser real… Aunque finalmente resultó ser una campaña publicitaria de la MTV, el daño ya estaba hecho: las juventudes cristianas aparecían en el inconsciente colectivo como un grupo de gente friqui, casposa y alejada de la realidad.

Estábamos acostumbrados a que fuese el mundo conservador y católico el que fuese fácil de convertir en meme. Aznar, Rouco Varela o Rita Barberá eran su propio guiñol. Salvo algunos personajes histriónicos y caricaturescos como Willy Toledo, la izquierda solía salir mejor parada. Pero en estos últimos años, la cosa empieza a igualarse.

Cuando alguien se convierte en ridículo pierde su credibilidad. Es lo que pasó con el Ku Klux Klan cuando la radio empezó a leer pasajes del Kloran, su Biblia secreta (y bastante ridícula), a reírse de sus saludos, de sus jerarquías (el cíclope exaltado, el gran titán…), de su disfraz de fantasma… Algo similar a lo que ocurrió en España cuando programas cómicos como Vaya Semanita o El Intermedio empezaron a burlarse de ETA: de sus comunicados con pasamontañas y chapela, por ejemplo, que dejaron de dar miedo para verse como algo risible.

Por desgracia, lo políticamente correcto se ha ido convirtiendo en una pequeña dictadura que impone los límites a lo que podemos decir o pensar. Como antes lo fuera el catolicismo. Y ese clima de corrección, con la seguridad moral de estar en el bando legítimo, ha hecho que mucha gente se radicalice, se cierre a la duda y se convierta en su esperpento, en su propia imagen deformada en uno de esos espejos convexos o cóncavos del callejón del gato.

Como persona progresista, cada radical que defiende con autoritarismo, fanatismo y falta de autocrítica los mismos ideales que yo defiendo, me duele. Porque se ha convertido en eso contra lo que siempre hemos luchado los progresistas. Y su radicalidad convierte en risible y sospechoso su mensaje.

No dejemos que los fanáticos parasiten ideas que solo hablan de igualdad y aumento de derechos. Esas ideas no necesitan fascistas defendiéndolas. O dejarán de ser buenas.

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