El Ayuntamiento de València, a propuesta del Consell de la Joventut, ha tenido el acierto de bautizar como Puente de la Solidaridad la pasarela que une la ciudad con las pedanías situadas al otro lado del nuevo cauce del Turia. La pasarela que desde el 30 de octubre han recorrido miles de personas, la mayoría jóvenes, para prestar ayuda desinteresada a sus desgraciados vecinos.
El único consuelo que nos queda en medio de tanto dolor es que hemos visto que los valencianos, los españoles, seguimos siendo un pueblo solidario. Desconozco cómo andan de solidaridad en Alemania –con la que tanto nos gusta flagelarnos– o en otros países cuando sufren catástrofes, pero cuesta imaginar una respuesta popular más emocionante. Quizá la haya en países del tercer mundo que no tienen otra porque adolecen de un Estado desestructurado incapaz de rescatar a su gente. Aquí, por momentos, nos hemos parecido a eso.
Los nostálgicos de cualquier tiempo pasado se habrán llevado un chasco al comprobar que, como viene ocurriendo a lo largo de la historia de la humanidad, las nuevas generaciones son mejores que las anteriores. Y se habrán quedado sin argumentos durante un segundo –lo que cuesta cambiar de tema– al descubrir que el temido individualismo que nos dicen que están provocando el liberalismo y los teléfonos móviles no ha impedido que las desordenadas oleadas de voluntarios hayan acabado entorpeciendo las labores de los servicios de emergencias y que el material enviado desborde los almacenes.
Han pasado 67 años y la respuesta de los españoles no ha sido menor que la de la riada de 1957, cuando por todo el país se organizaron donaciones o tómbolas benéficas a favor de los damnificados (ahora se habla más de "afectados" que de "damnificados", palabra de la que se abusó cuando la pantanada de Tous hasta el punto de que parece asociada para siempre a esa tragedia).
La solidaridad no es solo quitar barro. Cientos de miles de personas la han demostrado con donaciones de dinero, de material o poniendo a disposición de los damnificados sus empresas, sus habilidades profesionales o su ingenio. Soluciones de movilidad como bicicletas gratuitas para quienes se han quedado sin coche o tren, plataformas para compartir vehículo con el fin de no atascar aún más las carreteras, profesionales de todos los ámbitos que ofrecen gratis su trabajo para levantar esto cuanto antes...
El pueblo ha ido por delante de las instituciones, que afortunadamente se han puesto las pilas después de una semana vergonzosa que culminó con la inoportuna visita a Paiporta de los culpables, acompañados por los Reyes por si les servían de parapeto. ¡Qué esperaban! Quitando los palos y las piedras, el recibimiento fue el que merecían, barro incluido para que se enterara todo el mundo. Y la respuesta de los Reyes, muy adecuada, aunque a Felipe VI le sobró la lección sobre bulos a unas personas que tenía razones para rabiar y que en los días previos no había dedicado su tiempo precisamente a navegar por las redes sociales.
Un pueblo, en definitiva, que no se merece estos políticos.
PS: Mucho se ha hablado y escrito de la alerta Es-Alert que mandó la Generalitat el 29 de octubre porque llegó tarde, a las 20.11 horas, cuando ya había víctimas mortales. Pero poco se habla del mensaje en sí, a mi parecer confuso, débil, puesto que advertía de "fuertes lluvias" –en València no llovía– y no del desbordamiento del Barranco del Poyo o de inundaciones inminentes en l'Horta Sud, que es lo que habría alarmado de verdad en caso de haber llegado antes.