El racismo es hoy más que nunca un reclamo electoral. Ese miedo a lo diferente, a la pérdida de la supuesta identidad, a los cambios culturales e intercambios sociales, está siendo manipulado por determinados partidos con proclamas abiertamente xenófobas y racistas.
Para su éxito necesitan mentiras. Y para hacerles frente se han creado distintas webs que ofrecen datos reales que evidencian que las personas inmigrantes no usan mas la sanidad pública, ni los servicios sociales, ni se les dan viviendas por ser inmigrantes, ni ayudas sociales específicas por serlo; y también desmienten que los inmigrantes traigan enfermedades.
Todos los estudios económicos ofrecen cifras concluyentes: las personas migrantes aportan mucho más a la Hacienda Pública de lo que reciben, pues gastan poco en servicios sociales, sanitarios y pensiones. El FMI concluye que son positivos para la economía: hacen crecer el PIB y no incrementan las desigualdades. Asimismo aportan innovación, fruto de la mezcla de ideas y culturas. Entonces, si todo es positivo ¿por qué se alimenta el racismo en lugar de reconocer su valor? ¿Será por interés electoral?
La derecha española lleva años fomentando el sentimiento de rechazo, no de cualquier migrante, no, sino del humilde, del que viene en patera, del que ha escapado de su país sin nada, del que huye de la miseria y la guerra. Esos son “los otros”.
Así acuñaron el término “efecto llamada”, para alimentar el miedo y frenar cualquier medida de regulación positiva. La falta de humanidad es tal que el PP incluso apeló al “efecto llamada” ante el anuncio de la retirada de las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla, que como es sabido causan graves heridas e incluso la muerte. El último en abusar de ese término fue Casado alertando de que millones (sí, millones) de africanos preparaban su llegada a España. Toda una invasión que sólo existe en su imaginación.
Quizás quiso imitar la campaña pro salida de la UE de los que promovieron el Brexit, que manipularon a los británicos alertando de una posible invasión turca: toda la población de Turquía (76 millones) podía llegar a Reino Unido si entraba en la UE. La mentira era redonda, incluso daban cifras del costo sanitario. Puro racismo electoral. Y ganaron.
Las víctimas de estas soflamas son las personas migrantes, a las que, a pesar de los beneficios que aportan, el gobierno estatal les aplica las devoluciones sumarias en la zona fronteriza, práctica internacionalmente prohibida. Les encierra en los CIE, cárceles de inocentes que el actual ministro Marlaska se opone a cerrar. Y les conduce a trabajar para las mafias y a sufrir su explotación sexual al dificultarles el acceso a documentación que reconozca su existencia en nuestro país, alimentando la economía sumergida y enriqueciendo a sus explotadores. Racismo institucional que les condena a la precariedad, al miedo, a la expulsión y devolución a un país del que huyeron como única manera de sobrevivir. ¿Dónde queda el principio de no discriminación por razón de origen, etnia, religión o cualquier otra condición de nuestra afamada Constitución Española?
El último episodio de vergüenza institucional compete al ministro de Fomento, al negar la salida de puerto a los barcos Open Arms y Aita Mari, decisión arbitraria e inhumana. Así, en un ejercicio de incoherencia el gobierno estatal firma en diciembre pasado el Pacto Mundial Sobre Migración, que compromete a evitar detenciones y salvar vidas, para después seguir encerrando a inocentes en los CIE o impedir a los barcos salir a rescatar personas en el mar Mediterráneo. La ruta migratoria en la que más personas pierden la vida gracias a las políticas de la UE, desapareciendo en sus aguas para siempre.
Como vemos, el racismo electoral ya da sus frutos envenenados. En nuestra Comunidad las organizaciones sociales han detectado un incremento de la violencia racista y xenófoba, y recuerdan que son esas acciones las que alteran la convivencia y cohesión social, y no la realidad social plural.
Porque la sociedad es ya diversa y, como en el fondo bien sabe Trump, no hay muro que contenga esa realidad. Y esa diversidad ha de ser respetada y apreciada también en las decisiones y mensajes públicos, y así deberían ser trasladados por los medios de comunicación, reflexión a la que invita la Unió de Periodistes.
La integración no es obligar a la persona migrante a cumplir con las convenciones sociales o culturales que algunos deciden que son las nuestras, persiguiendo las de “los otros”. Debe ser construida desde la igualdad en derechos. Lo contrario es fomentar la pobreza y exclusión social.
El gobierno de nuestra Comunitat y de la ciudad de Valencia han dicho una y mil veces que queremos acoger, recibimos el Aquarius, apoyamos la llegada del barco de Santa Pola y ofrecimos acudir a recoger a las personas refugiadas. Desde les Corts hemos solicitado el cierre del CIE de Valencia, el fin de las identificaciones raciales y la salida del Open Arms.
La Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas ha impulsado la Red de Oficinas de Atención a Personas Migrantes, con el fin de generar espacios y sinergias comunes, trabajar la convivencia y, de ese modo, favorecer la inclusión social; esta red de 88 oficinas también se encarga, junto a las entidades implicadas, de desarrollar el Plan de Acogimiento de Personas Refugiadas, Asiladas y Desplazadas.
El mundo es hoy más pequeño y cercano y en permanente cambio. La diversidad social, cultural y religiosa, es una gran oportunidad para enriquecernos a través del intercambio mutuo, para avanzar como sociedad. Lo demás no son más que mentiras que pretenden alimentar el odio para lograr el voto del miedo. Que no te engañen.
Isaura Navarro es diputada de Compromís en Les Corts