Juan Vitoria espera en su casa, rodeado de miles de vinilos y recuerdos de sus viajes, para reabrir Ámsterdam, una tienda de discos con 37 años de historia
VALÈNCIA. La casa de Juan Vitoria es como un transbordador. Cruzas la puerta de su coqueto dúplex en Alfafar y el recorrido por su hogar es como viajar al San Francisco de largas melenas, camisas de colores y pantalones de campana; al Londres de cuero, crestas y tachuelas, o al barrio francés de Nueva Orleans donde los mofletes negros se inflan para hacer llorar a una trompeta. O bien puedes desviarte al Liverpool del extraño acento y los cuatro jóvenes con flequillo que cambiaron el mundo. O salir a una terraza interior y sentirte como si estuvieras en Arizona, el Estado que tanto le evoca, que tanto le gusta, que lo cogió y se lo regaló para siempre a su hija, Arizona Dylan, hoy una chica de 26 años y el pelo rojo que forma parte de esos jóvenes que militan en la resistencia frente a la colonización del trap y otras especies. Y si le echas mucha, mucha imaginación puedes hasta subir a la Luna con Tintín y Milú.
Los recuerdos de tantos y tantos viajes asfixian las paredes. Mil fetiches de mil lugares diferentes. Aunque el tesoro del hogar se esconde al final de la escalera, tras una puerta de la que cuelgan unas caretas de Elvis y Bowie, que parecen darte la bienvenida al país de la música, una habitación donde Juan guarda más de 27.000 discos que ordena por conceptos musicales. Allí reposa su primer LP, In the land of grey and pink, de los Caravan, la banda de rock progresivo de los 70. "Aunque, en realidad, lo primero que yo escuché, en casa de mis padres, fue a los Beatles", puntualiza Juan, que viaja de golpe a los años en los que la música atravesó su epidermis con aguijonazos de Lou Reed, David Bowie, T-Rex...
Allí, en largas estanterías preñadas de vinilo, hay auténticas reliquias. Rarezas como aquel disco de The Silkie. "Que, en verdad, son los Beatles y todas las letras son de Bob Dylan, aunque no lo pone. Encontré tres copias en una tienda de discos de Nashville (Tennessee). Una es esta, otra se la di a un amigo y la tercera se la regalé a Gaizka Mendieta (exfutbolista y DJ)". Al final de aquella estancia, en un rincón abuhardillado, hay un micrófono, una mesa de mezclas y un plato. Allí se pega sentadas de tres horas para grabar 39 sonidos (un guiño a 39 escalones, la obra maestra de Alfred Hitchcock), su programa de radio, los podcasts que, como todo en esa casa, salta de un estilo a otro, del pasado al presente.
La música no solo ha alimentado su alma desde que era un niño, el hijo de un aparejador de Tarragona y una ama de casa de Xàtiva que vivieron en Ruzafa y Benicalap, en pisos donde nunca faltaron discos, libros ni tebeos, sino que también ha pagado las facturas. Juan Vitoria es el propietario de Ámsterdam, una histórica tienda de discos que resiste en Nuevo Centro. Ahora está cerrada, pero volverá a abrir en cuanto lo permita la Administración. Un proyecto a contrapié. Un modelo de negocio en retirada. Porque casi todos ya bajaron la persiana, como hizo hace unos días Disco Centro y contra lo que se resisten Oldies o Harmony.
Aunque Juan lo intentó primero, a finales de los 70, con el diseño gráfico. "Era un bohemio total y la verdad es que no me iba mal. Un montón de diseños y logos de València son míos. Además, cuando mi padre tenía que hacer muchos planos, le ayudaba y me daba dinero para comprarme discos". En aquella época fue también cuando conoció a Margarita, aquella chica que adoraba a Lou Reed y Patti Smith. Tiene un recuerdo vago de aquel momento que contrasta con la precisión de Margarita -hoy su mujer y la madre de Arizona-, mucho más certera. "Sucedió el 20 de agosto de 1977 en un aplec de Gandia", puntualiza ella. Eran dos jóvenes muy modernos que coincidían en los conciertos del momento, como aquel de los Ramones en la sala Bony de Torrent "ante no más de cuarenta personas".
Un día, harto de la venta impersonal de las tiendas de discos de la Transición, donde vendían vinilos como podían vender mecedoras, se animó a abrir su propio negocio. "Tenía una idea clara: tú te llevas el disco, pero antes vamos a hablar tú y yo de ese disco... Ámsterdam, mi tienda, es un lugar donde mucha gente va simplemente a hablar de música". Juan, Margarita y otros socios que se irían desligando después abrieron la tienda junto a Miguel Ángel Galán. "Es mi mejor amigo y hoy sigue siendo mi empleado".
Ya por aquel entonces -la tienda se inauguró con una gran fiesta el 23 de diciembre de 1982- habían empezado a viajar. A los modernos de la ciudad les gustaba volar a Londres y regresar con la maleta llena de discos que aún no habían sonado en València. Pero también podían viajar al Valle de Arán para cruzar la frontera y alcanzar Toulouse, "donde había unas tiendas de discos chulísimas".
Juan Vitoria era en aquellos años 80 un joven al que le gustaba vestirse como los mods, con camisas abotonadas hasta el cuello, pantalones de pitillo y botines. "Solo me faltaba la Vespa". Hoy tiene 62 años, luce patillas y un peinado nada ortodoxo con mechones negros y rubios, y observa el mundo a través de los cristales de unas Rayban marrones. Sigue con su tienda y, además, pincha en locales de guitarreo de València como el George Best o 16 Toneladas. Aunque ya casi no vende discos. Ahora tiene una tienda de discos donde la gente va a comprar el ‘merchan’ de sus grupos favoritos: camisetas, chapas, bolsos, parches, carteras... Al menos fue de los privilegiados que vivió la edad de oro del vinilo. "En los 80 vendías por castigo. El disco era un gran producto para regalar y eso se notaba. Hasta que llegó internet y la cultura del ‘todo gratis’. La industria saca entonces el CD, con unos costes muy inferiores, y crea así su propio demonio y se hunde a sí misma". Juan detalla la decadencia del negocio delante de un cartel en blanco y negro que muestra momentos clave de la historia de los discos de vinilo: First death in 1991. Resurrection from 2005.
Los 90 traen los CD, las descargas y la muerte de la industria. Juan explica que también cambia la forma de consumir la música. "Ahora la gente no entiende lo que es escuchar un disco sentado en el sofá mientras observas la portada, prestándole la misma atención que si estuvieras leyendo un libro. Ahora la gente escucha la música en el móvil con una calidad ínfima mientras hace otras cosas. Y antes vendía discos y alguna camiseta, y ahora los jóvenes se gastan más dinero en merchandising del grupo que en su música, que no la compran".
Desde que abrió Ámsterdam en el 82, Juan mantiene un criterio en su negocio. "Lo único comercial que tenía era aquello relacionado con el rock, gente como Loquillo o Alaska. Por lo demás, siempre me he negado a vender basura. Y qué es basura lo decide mi gusto, obviamente. Luego hay otros, como Alejandro Sanz, que no son basura pero no los vendo".
El negocio del coleccionismo también ha cambiado con los tiempos. "En contra de lo que pueda pensar la gente, la llegada de internet, que te colocaba todo a tu alcance, fue contraproducente. Porque antes ibas a Montreal o a Moscú y muchas tiendas no sabían lo que vendían. Yo antes viajaba con una maleta Samsonite de esas duras para traérmela de vuelta repleta de discos para mí. Hoy hay libros que catalogan los precios de los discos y ya es imposible encontrar un chollo".
Ahora dice que un buen destino es Tokio. "Puede haber más de 300 tiendas de discos. Cuando entré en una y vi el primer disco de los Pic-nic no me lo podía creer. Tenían discos de grupos españoles de los 60". Juan es un obseso de los discos: los ha buscado por todo el mundo, pero Juan es un loco de los discos que no se vuelve loco por los discos. Hace años trazó una línea que no le gusta cruzar. "Rara vez me gasto más de 200 euros. Uno de los que pagué más dinero fue por Story (1970), de Honeybus, que me costó 500 euros". Y también asegura que no es un melómano varado en el siglo XX. "También consumo mucha música contemporánea", afirma antes de decantarse por bandas como Nap Eyes o Nada Surf, de las últimas que le han atrapado. "O Drugdealer, un grupo que me dejó colapsado. Son californianos y retoman la música de California de los 60 dándole un toque moderno. Yo me sigo emocionando con los nuevos grupos. Y luego hay productos actuales, como la serie Mindhunter, que tienen una banda sonora espectacular, pero claro, con lo que han elegido no puedes fallar", indica en alusión a la selección de temas de Fleetwood Mac, Pat Benatar o David Bowie.
Una hora de conversación y prácticamente no ha aparecido un artista español, más allá de aquel ‘incunable’ de los Pic-nic. "Claro que me gustan los grupos españoles. Radio Futura es mi banda favorita de siempre. O El niño gusano. También tengo muy buena relación con los chicos de La habitación roja. Y Sokolov, una banda valenciana que hace unos conciertos brutales. Mireia (Pérez, la cantante y guitarrista) es actriz y llena el escenario de actores. Sus videoclips también son magníficos, transgresores, dignos de Pasolini. O los históricos Doctor Divago".
Juan conserva el gusto por ir a un pub a escuchar buena música. A su juicio, a pesar de que lo mainstream se ha desparramado por toda la ciudad, todavía quedan buenos tugurios donde lo que más le fascina es pinchar la música que le gusta a él mientras se toma unos tragos. "Claro que quedan locales. George Best, Loco Club o 16 Toneladas, que me gusta mucho. Aunque mi garito era el Velvet, que ya cerró".
Pero eso aún tendrá que esperar. Los garitos, los conciertos, su legendaria tienda de música... Aunque siempre le quedará una buhardilla con un plato y una colección de discos colosal. Y una casa llena de recuerdos por la que viajar con la imaginación mientras baila cogido de Margarita.