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Visiones y visitas / OPINIÓN

El rigor

18/08/2019 - 

Si de algo podéis jactaros, es del rigor. Si hay un rasgo que os caracteriza, es éste. Porque sois tan rigurosos que hasta resulta comprensible que os envanezcáis. El rigor os define, os distingue, os hace destacar entre los establecimientos del ramo. Todo el mundo sabe que vivís rigurosísimamente sometidos a los caprichos y las amenazas de los padres. Todo el mundo ha oído hablar del exagerado rigor con que sois, por ejemplo, arbitrarios; del rigor extremo con que cambiáis las notas de los que rozan el filo según convenga llenar unas aulas u otras; o lo rigurosísimamente que forjáis complicidades cínicas.

Yo no he visto en claustro alguno, fuera del vuestro, estigmatizar con parecido rigor a quienes no asumen el adocenamiento del grupo. El rigor, como la cobardía y la falsedad —o en la cobardía y la falsedad— es vuestra divisa. Rigor exuberante, celo insuperable para dorar la píldora en los informes, para llamar buen comportamiento al que ha sido nefasto, y alumno laborioso al que revienta las clases. Rigor admirable para navegar entre las medias tintas y los eufemismos. Rigor asombroso para concederlo todo, para plegaros a lo más inverosímil mientras dais la impresión de tener unos principios inquebrantables.

¿Cómo, sino aplicando un rigor y una disciplina portentosos, puede hacerse pasar un circo por un colegio? Invertís cantidades de rigor sorprendentes; lográis tales explosiones de rigor, tales andanadas que las mentiras, por arte de birlibirloque, toman el aspecto de verdades: desorden que parece orden; frenesí que semeja eficacia; premios que simulan castigos; gritos, insultos y agresiones que no trascienden; suspensos que se vuelven aprobados y viceversa; profesores que siempre aciertan y profesores que siempre fallan; aulas como vasos comunicantes para conjurar, cuando acaba un curso, los problemas de ratio; actas mágicas en que los asistentes aparecen y desaparecen; reuniones que tienen lugar sin convocatoria oficial ni orden del día conocido; cursillos inútiles y carencias que permanecen sin cursillo; direcciones y subdirecciones por orden de jubilación; méritos visibles y méritos invisibles; problemas voluntariamente ignorados y normalidades que se consideran problemas; discriminaciones patentes y confabulaciones latentes; inteligencias preteridas y estulticias favorecidas; amiguismo y mala intención; delaciones calumniosas, olvidos y silencios; alcahuetes y perros de hortelano; chabacanerías y negligencias; coacciones y ordinarieces; reproches y alabanzas infundados, de conveniencia pura y propósito impuro; uniformes que no lo son y tutorías que lo son menos; traiciones, mezquindades e hipocresías; misterios, fantasmadas, trampantojos, disimulos, gatuperios y espejismos. Todo gracias al rigor. Todo por medio del rigor. Todo con mucho rigor.

El rigor es lo vuestro. El rigor os avala. El rigor os acredita. No escatimáis rigor para ninguno de los malabarismos enumerados, y no emprendéis nada si no es con el rigor por bandera. Se os podrán afear muchas cosas, pero no la falta de rigor. Practicáis la bandería y la facción, pero con un rigor intachable. Traicionáis vuestra misión, pero muy rigurosamente. Os abandonáis al materialismo, pero con impecable rigurosidad. No dais ejemplo a vuestros pupilos, pero empleáis todo el rigor posible para no darlo. Nadie trabaja tan mal con tanto rigor; o, dicho de otra forma, no hay nadie tan riguroso en la incuria. Os merecéis un premio, una medalla, un reconocimiento nacional.

Sobre rigores no había nada escrito hasta hoy, por lo que no puede afirmarse que ningún organismo haya establecido el rigor como una característica exclusiva del buen hacer. Se puede, pues, obrar mal con todo rigor —el que tenga dudas que os vea—: porque sois rigurosamente antipedagógicos, rigurosamente ilógicos, rigurosamente irracionales, rigurosamente desordenados y rigurosísimamente injustos. Tergiversáis con el rigor más depurado que imaginarse pueda; con un rigor que os llevará lejos.

Ese rigor que impregna todas vuestras acciones alejará de vosotros los mejores educandos y los padres formales, y os librará de los buenos docentes, de modo que no tendréis nunca la obligación —la pesada carga— de ser íntegros y cabales. Porque la esencia, entendedlo bien, está en vuestra cochambrosa meta; en ser cada vez más rigurosos pero sin cambiarla. Mientras no le quitéis la costra —mientras únicamente aspiréis a henchir el bandullo—, el rigor os garantiza una dulce inercia; pero si os da por limpiar —si empezáis con idealismos y elevaciones—, el mismo rigor puede abocaros a dificultades no deseadas. Y la inercia, como ninguno de vosotros ignora, será todo lo triste y vergonzosa que se quiera, pero es con diferencia lo mejor.

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