De mi vieja heredé la mediterraneidad de sus ojos, la piel blanca y la economía circular. Recuerdo con cariño, verano tras verano, el ímpetu que le ponía la pobre señora tirando del carro de la libreta de contactos, tras la búsqueda de libros de texto usados de la editorial Edelvives. El objetivo, ahorrar unos ahorrillos. Conseguidos los subrayados incunables, el bache de la vuelta al colegio se soportaba mejor colectivamente. También, el día del roscón, con esmero, paciencia y mucho cuidado nos hacía recoger del suelo los envoltorios de los presentes de los magos de oriente, para luego reutilizarlos en los bocadillos de la mañana una vez salíamos al patio. Mi madre calcetaba con bolillos sin perder de vista las páginas de la revista Burda. Ella y sus patrones.
Otro recuerdo que conservo en la conserva es ver sentada a Lolita en la máquina Singer, la costurera, pegándole al pedal con el fin de remendar la ropa que había sufrido heridas de guerra. Este relato se escribió no hace mucho tiempo. En el siglo pasado. Por no recordar que las familias valencianas disfrutábamos del monopolio de una sola línea de teléfono, o de un Seat aparcado en la puerta de la casa con radiocasete extraíble. Hoy no podemos contar lo mismo. Finalizada mi breve introducción sobre el asunto a tratar en el día de hoy: la moda absurda del Black Friday. Mi viernes negro, un 8 de enero, fue el recibir de un sanitario el mazazo de que mi madre padecía una enfermedad incurable.
No hacía falta otra Semana de Oro, los valencianos ya contábamos con la de una gran superficie española. El nuevo capitalismo no entiende de patrias, carece sistema de nervioso y vaga sin alma. Para entender el consumo del exceso del insípido, reiterativo y zafio viernes negro, debemos leer Los retos de la educación de la Modernidad Líquida de Bauman. El pensador polaco abordó con un sereno análisis lo que hemos mamado estas dos últimas décadas para llegar hasta aquí. Bauman destacaba entre sus letras el calificativo que el profesor David Shi acuñó con el término de síndrome de la aceleración. En nuestros días, toda demora, se ha transformado en un estigma de inferioridad.
Los valencianos ya pensamos que el progreso está asociado al camino más corto, al del atajo. En los escaparates del algunos comercios lucen los carteles de las ofertas del Black Friday, para unos días después decorarlos con árboles de Navidad, luces y belenes. ¿En consonancia con nuestros hábitos? ¿En concordancia con nuestra cultura? ¿En sintonía con nuestra identidad? A esto, los patriotas callan sin sacar músculo reflexivo, y sin rebelarse ante este chapapote comercial, nada nacional.
Claros ejemplos de la cultura del consumo del no al esfuerzo, son los de beber directamente de un botellín de cerveza sin derramarla en el vaso, o recurrir al uso de un envase de zumo de naranja, antes que detenerse unos minutos y jugar con un exprimidor y pelar su corteza. Viene al caso que durante estos días miles de ventas irán destinadas a las arcas de la economía del pulgar, así la bautizo yo, sin llamarme Juan, saltándose ese proceso social y vertebrador de callejear por la city y encontrándote cara a cara con el dependiente-a de turno. Las rebajas ya no solo son para el verano, las tenemos a un solo click de distancia ¡Benditos pulgares!
Al Black Friday le siguió el Cyber Monday donde se dispararon las ventas online respecto al mismo periodo del pasado año, tal y como explica el experto