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El trazo sensible de René Merino

‘Un día ocurrió. Microcuentos’ (Lunwerg, 2021) es el último trabajo del ilustrador René Merino. Un compendio de 60 microcuentos que se apoyan en sencillos textos y evocadores dibujos para hablar de la condición humana, del amor, del absurdo o de los anhelos. 

7/10/2021 - 

VALÈNCIA. Dicen que, cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. «En mi caso, más que una puerta fue una patada en el culo, pero al menos sí se abrió la ventana». Quien matiza esta conocida expresión es el ilustrador René Merino (Madrid, 1980). Atesora más de 300 mil seguidores en Instagram, cuenta en su haber con dos publicaciones, Está mal, pero se puede empeorar (Lunwerg, 2020) y Un día ocurrió. Microcuentos (Lunwerg, 2021) y se dedica a lo que siempre ha soñado: su arte. Sus inicios, sin embargo, fueron un tanto accidentados.

«Siempre he intentado dedicarme a esto, prácticamente desde que terminé bachillerato, y siempre compaginándolo con distintos curros. He pasado por sitios muy diversos: he sido camarero, he hecho páginas porno, y el último trabajo en el que estuve contratado era una empresa de alfombras», relata Merino a Culturplaza. Coincidiendo con una etapa en la que se encontraba «regular» de ánimos, comenzó a dibujar como forma de desahogarse, expresarse y divertirse. Un día, su jefe creyó reconocerse en una caricatura que había subido Merino a Facebook y le despidió. De ahí la «patada» a la que se refiere el dibujante. Una invitación a marcharse que supuso el empujón definitivo para dedicarse, en exclusiva, a la ilustración. Y hasta hoy.

Un día ocurrió. Microcuentos recoge sus últimos trabajos, una serie de 60 microcuentos donde ilustración y texto funcionan en simbiosis: retroalimentándose. Animales, objetos animados o parejas de amantes son solo algunos de los protagonistas de estos relatos que hablan sobre lo absurdo y contradictorio de la naturaleza humana. Una publicación que se ha cocinado «a baja temperatura, muy lentamente», matiza Merino, y que bebe, en parte, de su necesidad de conectar. No en vano, dice el ilustrador, el arte no solo sirve para extraer lo que uno lleva dentro, sino para llegar a otras personas y comunicarse. 

Y con la excesiva, recargada, todopoderosa comunicación en la era de las redes sociales hemos topado. 

Las redes sociales, esa criatura sedienta

Aunque René Merino sostiene que no existen hilos conductores ni un estilo marcado en su obra, en algunas de sus viñetas aparece un corpulento y bonachón monstruo que trata de interactuar con un niño de forma simpática. Y es que las redes sociales, para el ilustrador, se parecen a un monstruo, a una criatura, con la que «hay que llevarse bien, pero también tener cuidado».

La ventana que suponen las redes sociales –y concretamente Instagram– resulta muy útil para las profesiones creativas. «Te aporta una enorme difusión», corrobora el ilustrador. Sin embargo, es «peligroso» confundir la cantidad de seguidores o likes con «la calidad» que tiene una pieza. La reacción inmediata halaga, pero también hiere.

«Es muy delicado juzgar o establecer un paralelismo entre el valor de lo que acabas de hacer y la respuesta del público. Además, la respuesta es ahora muy rápida, pero a veces los indicadores también resultan algo falsos… Yo siempre intento tener presente que lo que hago me apasiona y lo disfruto. Es importante tener claro por qué uno hace esto», apostilla René Merino y es extrapolable a prácticamente todo. Saber por qué uno hace lo que hace resulta crucial.

Dibujos en blanco y negro

El de la ilustración es un camino que requiere de mucha perseverancia. A los tres años de arrancar de forma más contundente su proyecto –‘Está mal, pero se puede empeorar’, que posteriormente daría también título a su primer libro–, Merino cuenta que comenzó a escribir a editoriales. Pero no consiguió que nadie le publicara. Que esto, sin embargo, no desanime a nadie, puesto que la historia del dibujante también demuestra que quien la sigue la consigue. «El punto de inflexión fue cuando se empezó a conocer más y más mi trabajo. Pasó un año, iba creciendo cada vez más y entonces me empezaron a escribir las editoriales para publicar mi primer trabajo. Ahí pensé: algo está cambiando», reflexiona.

El salto del hobby a la profesión, en su caso, fue paulatino, suave y lleno de matices. Y cuando finalmente vio sus trabajos publicados en un libro, igual que los de sus dibujantes preferidos, René Merino supo que había alcanzado una de sus metas: «En el fondo, mis principales referentes son autores que tienen muchos años. He crecido leyendo sus libros y tener un pequeño huequito en una estantería cerca de ellos me parecía increíble. De hecho, aún no me lo creo».

Quino (‘Mafalda’), Bill Watterson (‘Calvin y Hobs’) o Moebius son algunos de sus referentes. Su forma de plasmar las ideas, admite Merino, puede estar influenciado por lo mucho que se ha sumergido entre las páginas de sus obras. Pero, si hay algo que se repite en sus viñetas, es la elección del blanco y negro; algo que, más que una decisión formal, respondió a la necesidad de crear un espacio de comodidad. «Al principio, intenté no complicarme demasiado la vida haciendo los dibujos. Mi intención era hacer uno al día, y pensé en que si hacía algo muy elaborado no sería constante, así que decidí hacerlo en blanco y negro, con una línea con trama donde me siento cómodo. Y así es como tuve continuidad», revela. 

De entrenar la creatividad y mirar al horizonte

Las ideas están en todas partes: solo hay que localizarlas y mantener la mirada despierta. «Soy muy de llevar a mano una libreta», asegura el autor de Un día ocurrió. Microcuentos. Tanto es así que René Merino confiesa que es habitual que se despierte en plena noche y las «cace» antes de que se esfumen. «Se me ocurren muchas cosas en ese estado de duermevela. Las apunto, luego las leo al día siguiente y pienso: “Qué mierda”. Pero una parte de mi cabeza siempre está pendiente de ese juego», señala con una sonrisa este ilustrador de trato amable y risa cálida.

Porque la única forma de «ejercitar el coco» es entrenarlo. «Mucha gente me dice: “Yo no soy creativo, no tengo imaginación”. Lo mismo sí lo eres, pero si nunca lo trabajas…», afirma. Y no solo trabajarse por fuera, cultivando la atención: también por dentro. Algunas de las ilustraciones de René Merino, de hecho, se utilizan en las aulas, e incluso en el ámbito de la psicología. «La salud mental es un tema con el que estoy especialmente sensibilizado. De la misma forma que me gusta hacer cosas más banales, también me gusta centrarme en otras que me emocionan y conmueven», apunta. Los recientes Juegos Olímpicos han puesto el tema sobre la mesa, pero todavía, dice Merino, queda camino por delante.  

Hay otro camino que, en esta ocasión, sí se está asentando sobre unos sólidos cimientos: el de la ilustración. Para el dibujante, el sector goza de un buen estado de salud y no solo porque exista un movimiento fuerte en torno al dibujo, sino porque–recalca Merino– las ilustradoras también están ocupando el lugar que les pertenece. Pero, ¿no será acaso un boom el de la ilustración que, como tantos otros, esté condenado a desinflarse? «Lo comprobaremos», sonríe Merino insuflando pragmatismo a un futuro siempre incierto. Al fin y al cabo, quién sabe lo que se oculta tras el horizonte. 

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