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ecuador de la legislatura

El viaje de Ribó de la euforia a la realidad

11/06/2017 - 

VALÈNCIA. “Siempre se puede mejorar”. Lo dijo con tono neutro y al poco repitió: “Las cosas siempre se pueden hacer mejor”. Al alcalde de València y portavoz de Compromís, Joan Ribó, no le dolió prendas admitir este viernes que una cosa son los deseos y otra la realidad. En su encuentro con los medios de comunicación para hacer balance de sus dos años al frente del cap i casal, fue elegido alcalde el 13 de junio de 2015, el otrora profesor de Física y Química mostró su lado más cercano y formal para hacer autocrítica y reconocer que los cambios prometidos para la ciudad, aunque se están efectuando, no son a la velocidad que él quisiera.

Cierto es que hay motivos para la presunción. Ahí están los números. La reducción de la deuda de València en estos dos años ha sido significativa. En la actualidad son 683 millones de euros frente a los 1.200 millones que se debían en 2012. Igualmente, el pago a proveedores ha pasado de 60 a 4,4 días, y el superávit de tesorería alcanzado en 2016 bordea los 40 millones. Y todo ello en un contexto en el que la falta de personal es acuciante y el que hay está envejecido por la falta de oposiciones. Un dato: la edad media en la Policía Local es de 50 años. Así que, de entrada, bien puede decir como hizo este viernes que “el Govern de la Nau gestiona mejor que lo hizo la derecha”. Pero estos son los tiempos de la posverdad y los datos no bastan.

Decía el filósofo Julián Marías que “no se debe intentar contentar a los que no se van a contentar”. Ribó no parece estar de acuerdo con esa máxima y aspira a lograrlo. Tras 24 años de gobierno de Rita Barberá en la ciudad, su principal reto al sustituirla como alcalde era, como recuerda un cargo de Compromís, “no hacer lo que el PP hizo”; es decir, gobernar sólo para sus votantes, sino intentar alcanzar ese espacio quimérico en el que las medidas de gobierno, tributación y urbanismo, son aceptadas por igual, o al menos no rechazadas de plano por quienes no comparten sus principios; en la expresión de Marías, contentar a los que es difícil contentar.

Ribó dijo que estaban intentando llevar a cabo un “proyecto común” para las personas y los barrios que se basa en cuatro principios que podría emplear cualquier partido. Se resumiría en convertir a València “en una ciudad de oportunidades para todos, amable y hospitalaria, sostenible y europea”. La frase no es importante. Son obviedades. El demonio está en el detalle, en ese ‘para todos’ que se cita cada dos por tres. No ser como el PP. Esa idea es también la autocrítica que más veces se escucha dentro del Govern de la Nau, del tripartito, de la coalición que gobierna en el consistorio. Cuando alguien quiere morder en hueso sólo tiene que decir esa frase: “Estamos haciendo lo mismo que hacía el PP”.

Ribó no tiene un modelo definido de la ciudad que quiere construir, quizás su talón de Aquiles. Si se observa la propuesta actual de Compromís para València, es un conjunto de ideas dispersas; algunas interconectadas, otras no. Peatonalización como modelo de urbanismo amable y primacía de la bicicleta como forma de transporte (por delante incluso del autobús público, como admitió); fomento del turismo familiar; discreta modernización de los símbolos y referentes (no nos pasemos mucho, que mira la que se lió con las Reinas Magas); reivindicación y defensa de la diversidad; un laicismo de intensidad baja (el cuerpo le pide más guerra de la que da); un valencianismo liviano, casi folclórico y, sobre todo, ecologista, con una reivindicación de la huerta un tanto ingenua… El hecho de que haya dejado en manos del PSPV cuestiones económicas (Hacienda, Empleo, Turismo), logísticas (Urbanismo, Deportes) y Seguridad, es toda una declaración de intenciones; sus prioridades son otras, su reino es el de las ideas. En su acción de gobierno hay pues más una voluntad, una visión de la vida, que un plan concreto.

En parte le nace; en parte no tiene otra opción. Hay tantos problemas por resolver, tienen tanto peso las urgencias, hay tanto que ordenar, tantas asignaturas pendientes, que no da tiempo a más. Solucionar la contaminación ambiental, acústica, lumínica, mejorar los servicios sociales, descentralizar la gestión municipal… son retos de por sí grandes. Todo ello sin ingresos, en un contexto en el que el Gobierno de Mariano Rajoy ha decidido dar la espalda a los valencianos con los peores presupuestos de la democracia.

En su tarea de funámbulo donde Ribó ha conseguido mejor mantener el equilibrio ha sido en el difícil juego de contrapesos con sus socios. No quiere tensiones y las evita. La mejor victoria es vencer sin combatir, que decía Sun Tzu en El arte de la guerra. La mejor carta de presentación, la humildad, admitir errores. Así, Ribó conviene incluso en que se pueden haber equivocado en alguna ocasión. Tras dos años, asegura que “hay cosas que no repetiría porque ves que pueden molestar”.

Él, que atesora experiencias frustradas en otras coaliciones y partidos, que ha visto como se enfrentaban a cara de perro personas que en teoría deberían tener unos mismos fines, es consciente de que, como sostiene ese viejo adagio atribuido a Churchill, “los adversarios están enfrente nuestro; los enemigos, detrás”. Lo vivió hace ahora diez años, cuando abandonó el Partido Comunista del País Valencià y, por lo tanto, la coalición Esquerra Unida.

Por aquel entonces estaba dando clases en un instituto de Meliana, había regresado a la docencia, y estaba ocupando un perfil discreto que él mismo dinamitó cuando hizo pública su salida. Adoptó esa decisión tan drástica en lo personal, adiós a 30 años de militancia que se dice pronto, en un momento de convulsión de la agrupación de izquierdas, tras la expulsión de la misma de la actual vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, y la ahora diputada en Les Corts Mireia Mollà. No podía soportar la guerra entre afines. Dio un portazo y, sin querer, comenzó a cambiar su destino y, posiblemente, el de la ciudad.

Esa experiencia amarga en Esquerra Unida es quizás la que le ha hecho ser consciente de que, por encima de cualquier aspiración, la primera premisa que ha de tener el Govern de la Nau es la de la estabilidad. Son tres partidos diferentes, sí, pero tienen más en común de lo que creen. Conforme se acerquen las elecciones de 2019 se harán más patentes esas diferencias, pero hasta entonces…

Por eso constantemente lanza guiños a sus compañeros de gobierno, a la socialista Sandra Gómez y especialmente al portavoz de València en Comú, su apreciado Jordi Peris, sus iguales aunque a veces no les trate como tales (a fin de cuentas el alcalde es él). Asimismo, Ribó ha hecho buenas migas con los concejales socialistas de Urbanismo, Vicent Sarrià, y, especialmente, con el de Hacienda, Ramón Vilar, el segundo de más edad del consistorio. Dentro de su coalición, mima a Sergi Campillo, del que algunos dicen que es su protegido, contenta a Consol Castillo y trabaja codo con codo con Pere Fuset y Carlos Galiana, los regidores con más presencia.

La estabilidad lo es todo y por ella muestra su vena más conciliadora: dentro y fuera de su coalición, dentro y fuera del gobierno. Para conseguirlo ha adoptado un rol en el que se siente a gusto: el de sabio profesor. En cierto modo, intenta a ser algo así como la versión mediterránea para millennials de Enrique Tierno Galván. Da libertad de maniobra, especialmente a sus concejales más polémicos, muchas veces con feliz complicidad, y cuando surge el conflicto, investido del aura del poder, Ribó pone paz. Deus ex machina, aparece en el escenario y llega al acuerdo, al consenso. Está cómodo en ese personaje; puede que porque tiene mucho de él.

En este comportamiento hay trazas de tacticismo y también una clara conciencia de quién es, de cómo ha llegado a detentar la vara de mando, y de que forma parte de un complejo puzzle: todas las piezas son imprescindibles y no puede malgastar ninguna. “La ciudad la hacemos entre todos”, aseguró este viernes. “Los concejales de Compromís trabajan bien pero el trabajo es conjunto, de los 17 concejales del Govern de la Nau”, añadió.

Las protestas por el ruido, las críticas por la suciedad, nada cae en saco roto. Ribó escucha… cuando le llega la realidad. Que un Jefe de Servicio había sido expedientado por irregularidades en Burjassot: destituido por perdida de confianza. Que legalmente se tiene que autorizar el derribo de un edificio histórico: a negociar con la propiedad para que al menos se mantenga la fachada. El alcalde escucha; otra cosa es que haga caso, pero atender atiende a todos. El problema es que no siempre está al tanto de todo lo que sucede, porque en su despacho es difícil percibir el pulso de la calle. No es lo mismo ser oposición, ir de barrio en barrio sin que nadie sepa quién eres, que ser el alcalde y tener que enfrentarse cada día a los problemas de la vida real.

En este punto, hay un momento de ruptura, una especie de paso de ecuador real que casi coincide con su segundo año como alcalde: fue la visita a las obras del barrio del Cabañal, el pasado día 1. Allí, en ese barrio maltratado por Barberá, donde se labraron su prestigio como defensores de los débiles tantos políticos valencianos, allí, en su propio campo, Ribó tuvo que ver como los vecinos le afeaban que no se hubiera dado solución a los problemas de convivencia del barrio. “Nos estáis fallando”, les dijeron. Eso dolió. Casi tanto como un “sois como el PP”. El alcalde escuchó, protestó ante la inacción de la Delegación del Gobierno de quien depende la persecución de la delincuencia de la zona, y asumió su parte de culpa. Esa misma mañana se reunió con cinco concejales y comenzó a plantear soluciones. Pero las cosas van muy lentas. Muchísimo. Más de lo que le gustaría. La realidad de la ciudad es mucho más compleja de lo que se puede percibir a simple vista, con tantos matices y detalles que hacen que todo sea más difícil.

Aunque no le gusta admitirlo, desde que Ribó fue investido ha tenido que dejar de ser quién era para poder cumplir su cometido. Es la contradicción del poder: llegas por lo que eres y después no puedes serlo, tienes que hacer otras cosas. “El principal cambio respecto a cómo es él es la parte representativa”, relata un antiguo colaborador. “Nunca le gustaron las inauguraciones, las fiestas, los actos públicos y los besamanos. Está delegando bastante, pero aún así le toca arremangarse”, explica.

Aquí la bicicleta, su bicicleta es toda una metáfora. Se trata de una imagen de sí mismo con la que se siente a gusto, su perfil bueno, pero empieza a entender que no es práctica. A él le cuesta aceptar esa claudicación y su equipo en ocasiones intenta disimular que ha usado el coche oficial o lo va a usar, con una actitud casi pueril. Da excusas. “A mi edad [69 años] me duele el lumbago”, dice. ¿Por qué? Porque le gustaría ir a todos lados en bicicleta, ser quien quiere ser y no quien al final es.

El 26 de junio los ediles de Compromís celebrarán en el parque de Benicalap un acto público para reivindicarse, “explicar a la gente lo que se ha hecho, lo que queda por hacer y lo que pueden pedir que hagamos”, dijo Ribó este viernes. Lo que pueden pedir. Cuánto esconde esa frase subordinada, cuánto explica. Ya casi nada queda de la euforia de los primeros días, de aquel cálido junio de 2015 en el que parecía que había llegado la hora de alcanzar lo imposible. Ribó ha descubierto que para lograrlo, primero hay que derrotar a la realidad, solucionar el día a día. Maslow tenía razón.

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