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Eloy Domínguez Serén: “Todos somos igual de distintos”

  • Foto: KIKE TABERNER.
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VALÈNCIA. "En el Tercer Mundo, hay que tener una de estas dos cosas: o tiempo, o dinero. Es un principio férreo del oficio de reportero”. La frase, acuñada por el célebre periodista Ryszard Kapuscinski, no le es desconocida a Eloy Domínguez Serén (Galicia, 1985). Cineasta convencido (que encontró su vocación, curiosamente, estudiando arquitectura), comparte más de una cualidad con el reportero polaco: entre ellas, la pasión por recorrer, visitar y vivir en territorios que a otros les parecerían ajenos. El último ha sido el del Sáhara, escenario de su película Hamada, presentada recientemente en València con motivo del Humans Fest.

Domínguez visitó por primera vez el campo de refugiados saharaui como profesor voluntario de un taller de cine. “Hamada es un proyecto que surgió de ese taller. Mi intención no era hacer una película, sino ayudar a los alumnos y alumnas a que ellos la hicieran. En uno de los findes en que salimos para incentivarlos a que grabaran, comencé a filmar coches antiguos, sobre todo, Land Rovers de los años ochenta”, indica. Los coches son puro simbolismo en el Sáhara, donde son venerados e, incluso, considerados casi miembros de la familia. 

Tras volver a Suecia (su lugar de residencia en 2014) y revisar todo el material, el cineasta se dio cuenta de que podía hacer algo con él: aproximarse a la sociedad saharaui y hablar de su conflicto sin hacerlo directamente. “Hamada es un retrato de la juventud saharaui a través de su relación con los vehículos”, cuenta a Culturplaza. “Una mirada a cómo reinventan sus vidas y cómo es la cotidianeidad en un campamento de refugiados en medio del desierto”. 

Escoger alrededor de qué personas centrar el discurso, reconoce Domínguez, no fue sencillo. “Grabé a mucha gente, mucho material maravilloso y personajes fascinantes quedaron fuera, lamentablemente. Pero sí es cierto que por varios factores ellos brillaban por sí mismos y se iban haciendo dueños de la película”. Ellos, Sidahmed y Taher, y ella, Zaara, son los personajes (las personas) alrededor de las cuales gira Hamada. Tres visiones radicalmente distintas de una misma realidad que fascina por su fiel retrato. Y no hay ficción alguna en ello: el cineasta llegó a traspasar el umbral de la intimidad tan codiciado para algunos profesionales, y logró, a través de conversaciones espontáneas, tejer un relato perfectamente hilvanado.

Terminado ya el rodaje, el director señala que mantiene contacto (casi a diario) con los tres protagonistas de la producción. “Sidahmed ha estudiado en la Escuela de Cine de Madrid, sigue vinculado con la disciplina. Taher, a raíz de la experiencia, entró a trabajar en la televisión saharaui. Y Zaara ha hecho su propio cortometraje sobre una peligrosa problemática relacionada con cremas que se ponen las chicas allí para blanquearse la piel”, menciona. Para que luego digan que el cine no cambia vidas.

Foto: KIKE TABERNER.

-En Hamada se aborda el día a día en un campo de refugiados saharaui y, frente a lo que se pueda pensar, se hace desde una mirada vital, incluso optimista. ¿Por qué motivo?
-No fue una decisión mía, sino algo intrínseco de ellos. Hay dos factores importantes. Uno, la propia sociedad tiene un sentido del humor muy agudo; desdramatizan en gran parte su situación porque se llevan enfrentando a ella cuarenta y tres años. Y dos, son gente joven: gente muy enérgica y vital a pesar de afrontar a una realidad tan complicada. Todo lo que les rodea son condiciones políticas, sociales, económicas, geográficas, climáticas… durísimas, pero ellos lo contrarrestan con vitalidad, incluso optimismo. 

En un momento determinado me di cuenta de que se estaba convirtiendo en una especie de comedia de una manera no intencionada. Para ello, ha sido clave escucharlos. Su día a día, además del conflicto, es también este humor: ese juego que supone ser joven. 

-La juventud parece ser igual en todas partes, incluso en contextos tan difíciles como este…
-La película se pasó hace poco en Suecia. Algo de lo que me dijeron es que los jóvenes de Hamada no eran tan distintos a los del norte del país (de partes aisladas de la zona ártica, por ejemplo). Los coches tenían, incluso, la misma importancia: intentaban rellenar su tiempo libre con ellos. Curiosamente, a pesar de ser de latitudes casi opuestas en muchos sentidos, había una afinidad muy fuerte entre los jóvenes de un lugar y del otro.

-¿Cómo es ser joven en un campo de refugiados?
-La principal dificultad es la falta casi absoluta de perspectivas reales. Todos están educados (es obligatorio) y se invierten esfuerzos en que todos los jóvenes puedan estudiar hasta el grado que se les pueda ofrecer. Después muchos se forman fuera, por ejemplo, en Argelia. Estamos ante una sociedad bien formada que luego no puede poner en práctica esos conocimientos. Los médicos, sí; pero hay otras profesiones (economía, por ejemplo) que son difíciles de desarrollar.

Al mismo tiempo, tienen todos los deseos de la juventud: las esperanzas y los anhelos. Ahí da igual que sean saharauis, portugueses o suecos. Por tanto, por un lado, hay una frustración por el futuro incierto; pero, por otra, la vitalidad de un momento tan efervescente en tu vida como este.

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