VALÈNCIA. Poseen en Francia una modalidad de cine social que se encuentra perfectamente tipificada y que normalmente tiene que ver con películas que nos acercan a una realidad determinada y la inspeccionan desde dentro, dándonos a conocer todos sus entresijos, indagando alrededor de sus luces y sus sombras, descubriéndonos sus pliegues y extrayendo de ellas reflexiones en torno a la sociedad y el mundo en el que vivimos a través de problemáticas que a menudo escapan a nuestro conocimiento más epidérmico.
Son muchos los ejemplos que podemos encontrar al respecto. Cuando Bertrand Tavernier rodó Ley 627 (1992) lo hizo a través de un estilo inmersivo para introducirnos casi en primera persona en un comando de la policía antidroga para así descubrirnos de primera mano todos sus entresijos. Más tarde utilizaría un acercamiento documental para destapar los problemas de una escuela infantil en una zona deprimida a través de la mirada del director del centro, dedicando buena parte del metraje a filmar a los pequeños para captar la autenticidad de aula de prescolar en Hoy empieza todo (1999).
Otro de los grandes exponentes de este sistema es Laurent Cantet. Su cámara sabe cómo captar la inmediatez del momento, convirtiéndose en un elemento clave para testimoniar un microcosmos concreto, como ocurre en La clase (2008), con la que obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes. Su colaborador Robin Campillo aplicó un dispositivo parecido en 120 pulsaciones por minuto (2017), introduciéndonos en el núcleo activista que luchó para concienciar sobre el Sida a principios de los noventa.
Gran retratista de ambientes con un toque de denuncia, aunque con un lenguaje cinematográfico más estilizado y abstraído es Jacques Audiard en películas como Dheepan (2015). La lista resulta inabarcable. Desde La ley del mercado (que gira en torno a ética profesional en el entorno laboral), La número uno (los lobbys), Mentes brillantes (el primer año de medicina), Hipócrates (centros hospitalarios), La doctora de Brest (industria farmacéutica), por citar algunos casos recientes. Y así podríamos seguir.
Ahora se estrena En buenas manos (Pupille), una película que continúa con esta tradición descubriéndonos el sistema de adopción que tiene lugar en Francia (en el departamento de Finisterre) y la opción del “parto secreto”, en la que una madre tiene la posibilidad (y el derecho) de ocultar su identidad para renunciar a la tutela del recién nacido, que pasa a manos del Estado y de un servicio social específico encargado de dar con familia adoptiva adecuada.
Sobre esta base sustenta Jeanne Herry (hija de la actriz Miu Miu y del cantante Julien Clerc) su segunda película tras la cámara tras Elle l’adore (2014).
¿Qué ocurre desde que el bebé pasa de la madre biológica a manos de la madre adoptiva? La directora se enteró de todo este proceso a través de una amiga y se dispuso a indagar acerca de sus particularidades. Una de las más sorprendentes fue descubrir, por ejemplo, que existía la figura intermedia del asistente familiar (que en este caso interpreta Gilles Lellouch en su registro más tierno) o que, dentro del protocolo, las personas implicadas iban explicando todos los pasos al bebé como si se tratase de un adulto que entiende todo lo que se le dice.
La directora organiza las piezas que se configuran alrededor del pequeño Theo desde su nacimiento. Desde la primera persona que atiende a la madre y que es la encargada de preservar su decisión, la asistente Mathilda (Clotilde Mollet), a la encargada de encontrar a la familia de acogida previa a la adopción, Karine (Sandrine Kiberlain) y la que intenta acertar con la familia definitiva para quedarse con el niño, Lydie (Olivia Côte). Hasta llegar a la nueva figura materna, en este caso una mujer, Alice (Élodie Bouchez) que durante años estuvo esperando junto a su pareja poder adoptar y tras la ruptura se mantuvo firme en su decisión de querer ser madre a pesar de ser consciente de que las familias monoparentales tienen muchas menos posibilidades.
La película describe a la perfección cada uno de los pasos de manera didáctica e instructiva, pero lo hace sin perder de vista en todo momento lo que sabe que es más importante, el aspecto humano. Jeanne Herry sabe cómo plasmar todos estos elementos de una manera muy delicada, apostando por el respecto y la intimidad del proceso a través de una rara y madura sensatez narrativa, dándole a cada personaje su espacio y su tiempo como si cada uno de ellos constituyera un eslabón fundamental para la estabilidad del bebé. Por eso la película resulta emocionante y sensible sin caer en efectismos lacrimógenos ni moralistas. Quizás porque sus mecanismos empáticos son tan puros y simples como la mirada de un recién nacido.
En buenas manos se convirtió en un pequeño acontecimiento en Francia, llegando a los 800.000 espectadores y fue nominada a 7 premios Cesar de la Academia de cine, incluyendo mejor película, directora, mejores actrices (Kimberlain y Bouchez), mejor actor (Lellouche), mejor guion y música.
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