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En defensa del Rey, de Dios y del dinero

6/08/2020 - 

Gracias al rey, los humanos gobiernan la Tierra.

Hay muchas especies animales pero solo una, el homo sapiens, ha conseguido erigirse por encima de las otras y hacer del mundo su hacienda. Y esto no se debe a que nuestras cualidades individuales nos hacen sobresalir sobre los demás. Lo que nos convierte en únicos es nuestra capacidad de cooperación a gran escala. Lo explica muy bien el historiador Harari en su ensayo Sapiens. Los mamíferos tienen sus manadas, pero el número que la conforma nunca es excesivo. Para cooperar, los ejemplares deben conocerse, formar parte del mismo clan. Sin embargo, los homo sapiens son capaces de sentirse unidos a gente a la que nunca han visto. ¿Cómo? Mediante la imaginación: generando ficciones que los vinculan. Leyendas sobre antepasados heroicos. Mitos sobre la creación del mundo por parte de un Dios. Ritos sagrados para venerar a los antepasados. Compartir todas estas ficciones consigue hermanar a homo sapiens que ni siquiera se conocen. Son desconocidos pero tienen iguales creencias, lo que los convierte en semejantes.

Además de la religión, también el Estado es una ficción que une mucho. Las banderitas en los balcones son pegamento social para aquellos que creen en la ficción España, por ejemplo. Porque España es un lugar imaginado: las fronteras, la rojigualda, el himno… son símbolos inventados para vincularnos. Lo mismo que el Rey. El símbolo entre los símbolos. Según la ficción religiosa: el elegido por el propio Dios para gobernar. Por eso la corona pasa de padres a hijos, porque Dios elige a una familia en concreto. Han sido ungidos por la divinidad para guiar el destino de la nación. Como vemos, las dos ficciones más potentes, religión y Estado, se unen en un solo señor. Que debe demostrar su poder en la Tierra con ritos que dejen clara su posición como el discurso de Navidad, el derecho de pernada, la sisa (antiguamente un impuesto real) o la inviolabilidad antes la ley. Pequeños privilegios que muestren que está por encima del resto, que no es un ciudadano más. Si no, ¿cómo vamos a saber que es el elegido?

Pero, siempre siguiendo a Harari, hay una tercera ficción que nos une: el dinero. Los billetes son trozos de papel que, con nuestra imaginación de grupo, hemos hecho que valgan mucho más que el papel. El rey, para ser el símbolo que una gran nación necesita, no puede conformarse con ser icono religioso y nacional. Debe tener mucho dinero. Y si sus súbditos no quieren dárselo, pues a lo mejor lo tiene que robar, quién sabe, o defraudarlo a la Hacienda del país al que representa, del que es bandera e himno. Por el bien de sus vasallos. Por supuesto.

Ahora obligan a Juan Carlos I a exiliarse de España y es un gran error histórico. Juan Carlos forma parte de los elegidos por el Dios católico, nuestro Dios patrio. Es, junto con su hijo, el icono de la gran nación española. Y también puso su cara en las monedas y las acumula en cuentas suizas. Juan Carlos I es el nodo en el que se unen todas las ficciones que nos conforman como país. Sin él, las esencias de lo que somos, de lo que nos vincula, se hunden. Y eso solo puede acabar mal.  

Dicen que va a exiliarse a la República Dominicana huyendo de aquellos que quieren acabar con España. De Pablo Iglesias que quiere vengarse del famoso ¿Por qué no te callas? que el gran Juan Carlos I dijo al expresidente venezolano Hugo Chávez. De los catalanes independentistas y de los inmigrantes que confunden nuestras esencias con ideas extranjeras. Juan Carlos I no debería irse. Ofrezcámosle más dinero, más mujeres, más pompa. Arrodillémonos en un acto de contricción sus cincuenta millones de súbditos para que no se marche, porque ¿cómo aguantará una nación sin su mayor símbolo? Está su hijo, sí, pero no es lo mismo, no luchó hasta la muerte contra Tejero… Si se marcha nos escindiremos en reinos de Taifas: catalanes, vascos, gallegos, murcianos… Nos mataremos unos a otros al no sentirnos del mismo clan. Nos hundiremos en el mar como la Atlántida.

Nos tragará el agujero negro de una democracia en la que todos somos iguales, incluso su representante primero.

(Por cierto, acabo de volver de vacaciones y tenía el coche aparcado debajo de un árbol. Me he encontrado todo el cristal cagado. Estoy seguro de que también ha sido Pablo Iglesias en algún rato que le quedaba entre echar al rey y hundir España)

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