VALÈNCIA. Si algo no ha cambiado por mucho que pasen los siglos es la fascinación en torno a la figura del artista, más allá incluso de la propia obra. Queremos saber qué piensan y opinan, cómo y dónde viven, qué les inquieta o inspira. Quizá por eso, más allá de las exposiciones al uso, nos deslumbra tanto la idea de casa o taller museo. También esos documentales o libros en los que nos regalan reflexiones a veces inesperadas. Todo sea por ahondar un poco más en la psique de aquellos creadores que forman parte de nuestra vida, aunque no lo sepan. Es por ello que la nueva exposición de Carmen Calvo (València, 1950) hará despertar muy especialmente el interés, artístico y humano, de aquellos que llevan años siguiendo con atención cada paso de su trayectoria, una muestra que, desde la generosidad, presenta los recovecos de una artista sobre la que queda mucho por explorar.
El Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) abre las puertas este jueves de una muestra que indaga por la trayectoria de Calvo, una exposición que se organiza con motivo de la entrega del Premio Julio González, que recibirá hoy de manos del president de la Generalitat, Ximo Puig. Calvo es la tercera mujer galardonada, después de Annette Messager y Mona Hatoum y, a su vez, es la tercera valenciana en recibir el galardón, un premio que se suma a una larga serie de reconocimientos, como el Premio Alfons Roig de la Diputació de València (1989) o el Premio Nacional de Artes Plásticas (2013).
La exposición, la tercera que le dedica el IVAM después de las muestras organizadas en los años 1990 y 2007, supone una fotografía global de todas aquellas líneas de investigación y obsesiones que la acompañan desde los inicios de su carrera hasta hoy, una trayectoria en la que cabe la evolución, por supuesto, pero que también mantiene firmes los pilares de sus intereses. “La vida cambia, pero hay un poso que permanece”, subrayó la directora del IVAM, Nuria Enguita, quien presentó la muestra junto a la artista y el comisario del proyecto, Joan Ramon Escrivà.
"El origen de este proyecto es mostrar el estudio de la artista, abrir su archivo y llevarlo al museo para ofrecer una nueva mirada sobre su trayectoria, poniendo en el centro sus referencias, sus obsesiones y sus resistencias", relató Enguita. Así, la exposición se despliega como una suerte de espejo al propio taller de Calvo, que se traslada al IVAM desvelando una suerte de ‘País de las maravillas’ en el que caben desde los objetos más cotidianos hasta aquellos que hacen referencia a sus sueños o miedos.
El recorrido comienza con una serie de piezas realizadas durante la década de 1980 pertenecientes a sus series Escrituras, Recopilación y Reconstrucción, una suerte de composiciones de inspiración arqueológica a partir de pequeños elementos en los que la artista rememora vestigios de enigmáticos alfabetos ancestrales. Frente a estas obras se sitúa la imponente instalación Silencio I y II (Te prometo el infierno), perteneciente a la colección del Museo Reina Sofía. Realizada íntegramente en yeso y piedra, la instalación presenta decenas de lápidas blancas, sin nombre, apiladas bajo centenares de puñales que penden del muro. Al otro lado de este, se muestra un trozo de pelo sobre un pequeño espejo, como una suerte de trofeo.
La violencia sobre la mujer y el propio simbolismo del cabello es algo que marcará profundamente la producción de Calvo, un cabello que es símbolo de feminidad y sexualidad así como instrumento para la represión. Quizá la pieza en la que esto se ve de una manera más explícita es Et pourlèche la face ronde, una enorme bola del mundo desde la que cuelga una larga cabellera. “El cabello ha sido el lugar donde la mujer se veía bella. Por eso también era un premio y, sobre todo, un castigo raparla. Significaba anular a la mujer, física y mentalmente”, refleja por su parte la artista.
Y es que la obra de Calvo se ha desarrollado “bajo un discurso feminista militante, consciente de la violencia y la opresión que la sociedad patriarcal ha ejercido sobre las mujeres, con sus reglas y normas; religiosas, sociales y políticas, que afectan a todos y cada uno de los ámbitos de la vida, desde lo más íntimo a lo público”, reflexiona Enguita. “Un discurso que se manifiesta en sus cuerpos fragmentados, convertidos en mercancía, o en sus imágenes veladas o rotas, y en esos objetos de la infancia que muestran ahora su cara más siniestra”.
Este relato salpica, de manera más o menos explícita, esta suerte de recreación de su taller, un recorrido que viaja entre cerámicas, muñecas y revistas, un repaso a las películas que revisionó durante el confinamiento y, también, un interesante uso de los maniquíes, en los que hay "una escenografía del dolor y una referencia al surrealismo”, explicó el comisario. El final de trayecto lo marca la imponente instalación La naturaleza agita, un habitáculo de grandes dimensiones que alberga centenares de dedos de terracota que sobresalen de cada una de sus paredes. "No todo ha de tener una explicación al lado", expresó la artista sobre la pieza, durante el recorrido por la exposición. Y es que, al final, no podemos deshacernos por completo del misterio.