¿Qué comen nuestros candidatos al gobierno?
Pues tampoco por aquí podemos dejar de hablar de política. Al fin y al cabo, los políticos son los que gestionan nuestras habichuelas, los que cortan el bacalao, los que tienen la sartén por el mango, los que le dan la vuelta a la tortilla, los que nos la dan con queso, me estoy viniendo arriba.
Vi el debate, como uno ve un programa de variedades y entretenimiento, y solo eché en falta la actuación musical de Rosalía entre el gag de lanzamiento de libros y las pequeñas escenas de matrimonio a lo Pepa y Avelino.
Me gustó, lo pasé bien, no sé si porque desde que rebasé la mitad trágica de mi vida y entré en la mitad feliz, ya todo tiene un aire tan relativo, tan vaporoso, tan de cómo nos reiremos de esto dentro de veinte años, o de veinte minutos.
Una cosa saqué en claro: voten ustedes al candidato que voten- no se equivoquen y vayan a votar a una candidata, que eso querría decir que han cogido el DeLorean en lugar de su Opel Corsa habitual y se han plantado en el futuro- estoy en condiciones de afirmar, sin titubeos, sin que se me quiebre ninguna tecla, sin temor a que nadie se ofenda, que todos los candidatos, todos sin excepción, comen. Todos pertenecen a la especie de homínidos bípedos de la categoría de los vivos que necesitan ingerir alimentos para sobrevivir.
Y algo más: no lo hacen en exceso. Tenemos cuatro candidatos delgados, más uno invisible, no por su extrema delgadez, sino por otras razones, tal vez extremas, que no vienen al caso. Y ninguno de ellos tiene sobrepeso, ninguna barriguita cervecera, lo que de entrada podría llevarnos a pensar que no nos representan. Alguno hace alarde de cuerpazo directamente, y en general están en forma, si exceptuamos cierta fofez, cierta tendencia postural al olivo milenario del candidato Iglesias. Ningún Iceta, ningún Moratinos, ningún Arias Cañete por las inmediaciones del poder.
Y eso, de entrada, resulta revelador, no sé de qué, pero revelador.
Pero ¿qué comen nuestros candidatos para estar así?
Repasando entrevistas, Pedro Sánchez confiesa que le gusta la buena comida -¿alguna vez alguien a esa pregunta, respondió que le gusta la mala comida, la mal cocinada, la que sabe a rayos? Ni siquiera el dentista que hace diez, el que recomienda los chicles con azúcar. Entre las preferencias del presidente, la cocina mediterránea y la asiática, es fan de los japos, y de la comida picante. Afirma que le gusta comer pero cocina mal.
(Disculpen ustedes si en algún momento se cuelan metáforas involuntarias).
Rivera por su parte odia las aceitunas, aunque venga del sur. Y lo primero que le viene a la boca cuando le preguntan por su plato preferido es el pan tumaca con embutido.
Luego señala los huevos rellenos y los canutillos de crema. (Es inevitable que a cierta edad todo se vuelva metafórico, el correlato objetivo que decía T.S Elliot, no es culpa mía).
En una web, los internautas le pidieron elegir entre los calçots y el cocido madrileño, calçots o cocido, susto o muerte, como pide elegir el auditorio del circo romano, para acto seguido erguir o bajar el pulgar. Rivera, como si le hubieran preguntado a quién quiere más si a papá o a mamá, se negó a escoger.
Confiesa que de vez en cuando se atiza un paquete de donettes.
A Pablo Casado le gusta cualquier plato que lleve arroz, no precisa si valenciano o de Calasparra. Y es especialista en hacer huevos fritos aunque no es un gran cocinero, apenas sabe hacer pasta, afirma. (Disculpen de nuevo la poesía).
Dicen de él que come con ansiedad y que le gusta picotear de platos ajenos. Él reconoce comer como una lima y cosas que no debería comer: chorizo, panceta, pero que luego lo quema todo. (Seguimos rimando).
Al contrario que a su gemelier Rivera, le encantan las aceitunas.
Iglesias se pirra por un cocido madrileño, y por la comida china, no sabemos si del Carrefour como las camisas y los jerséis o de polígono industrial.
Y poco más aparece en la red sobre su dieta salvo este titular: Pablo Iglesias se comió a un niño en 1997. No especifican si al horno o a la plancha (o si es metafórico).
Y también que disfrutó de una espectacular mariscada, que finalmente se quedó en caldereta de langosta, el plato típico de Menorca, tras un acto de campaña por la isla.
El quinto hombre, el invisible, no ha entrado todavía en ese territorio etéreo de suplemento dominical, de a qué saben las nubes, por lo que desconocemos sus gustos culinarios, aunque intuimos que le gusta el conejo y tal vez unas bravas rojigualdas con mucho picante.
En fin, queda claro que la nueva tendencia en política es la cocina de fusión, que vienen tiempos de mezclar ingredientes, sabores, de maridar sin miedo, y a ver qué plato sale.
Por si acaso, tengamos el almax a mano (el real y el metafórico).