Puig se mira en el espejo de Cataluña y se frota las manos con el triunfo (relativo) de Salvador Illa. Pero en la Comunitat, un hundimiento de Cs no beneficiaría al PSPV, en un momento en el que Compromís pierde fuelle
VALÈNCIA. Parece que fue hace mucho, mucho tiempo. Pero no hace ni dos años (abril de 2019) desde que el president de la Generalitat, Ximo Puig, decidió convocar unas elecciones autonómicas con la mínima expresión del adelanto electoral (un mes), para hacerlas coincidir con las generales. El propósito del adelanto no se le escapaba a nadie: beneficiarse del previsible tirón de cola electoral de la posición ventajosa del PSOE en toda España, así como del voto útil al partido que, según todas las encuestas, casi inevitablemente ganaría las elecciones en la Comunitat Valenciana: el PSPV. Votar PSOE-PSPV era votar ganador, y de paso conjuraría cualquier riesgo de que Compromís pudiera coaligarse con Podemos y, tal vez, obtener más escaños que el PSPV (y, en teoría, la presidencia de la Generalitat).
Leídos los resultados en términos estrictamente partidistas, la verdad es que la apuesta le salió muy bien a Ximo Puig: el PSPV fue el partido más votado y con más escaños (por primera vez desde 1991), y se distanció nítidamente de su principal rival en el espacio político de la izquierda: Compromís.
La apuesta salió bien... Pero por muy poco. El tripartito de izquierdas, al que esta vez se sumaron los votos de EUPV, descendió de 55 a 51 escaños. Un 48% de los votos frente al 46% obtenido por PP, Ciudadanos y Vox. Un poco más (o, en puridad, un poco menos), y el Botànic habría perdido la reelección a manos del trío de las derechas. De hecho, eso es lo que hubiera sucedido si se hubieran repetido exactamente los resultados de las Generales (donde hubo empate a un 46% de los votos entre ambos bloques) en las Autonómicas. El Botànic se salvó por los pelos, y se dejó cuatro escaños y un 6% de los votos tras su primera legislatura. No fue, sin duda, un gran balance.
Siempre se puede argumentar que podría haber sido peor. De no coincidir con las elecciones generales, tal vez Podem y EU no habrían logrado superar el umbral del 5% de los sufragios, quedando fuera de las Cortes. Y sin el concurso de esta coalición, difícilmente Compromís y PSPV habrían sumado mayoría absoluta.
Pero, aunque se revalidase el mandato, es indudable que las elecciones de 2019 constituyeron un serio aviso. Con ese resultado, lo normal sería temer por un posible cambio de gobierno en 2023, porque, además, cuando se produjeron esas elecciones la derecha estaba pasando un mal momento, con el PP muy debilitado y el voto atomizado y dividido en tres opciones. De hecho, ya en las elecciones generales de noviembre la derecha mejoró posiciones, y obtuvo más votos que el bloque de izquierdas (49,6%, por un 48,3% de los partidos de izquierda).
Así que, en resumidas cuentas, lo normal es que los socios del Botànic estuvieran muy preocupados por lo que pueda pasar en 2023, teniendo en cuenta que la Comunitat Valenciana es prácticamente el único feudo electoral conservador (lo fue desde 1995 hasta 2015) que ha cambiado de bando en los últimos años (el otro, en 2018, fue Andalucía, pero en sentido opuesto: de los socialistas a los conservadores). Puede que parezca que hay Botànic para rato, pero se asienta en una mayoría muy frágil. Una mayoría que, además, como constatamos diariamente, está mal avenida, pues son muchas y muy variadas las disputas, rencillas y problemas cotidianos de los socios, convenientemente aireados en los medios de comunicación.
Sin embargo, los malos augurios parecen haber remitido en las últimas semanas. Y no es gracias a la gestión de la pandemia, que ha sido moderadamente buena, con más aciertos que errores... hasta llegar a los catastróficos fallos de Ximo Puig en la gestión de las restricciones navideñas, que potenciaron una tercera ola más dura en la Comunitat Valenciana que en ningún otro territorio de España (y algunos días, incluso de Europa).
No; las buenas noticias, al menos en apariencia, llegan desde Cataluña, donde el PSC obtuvo un gran resultado en las elecciones autonómicas catalanas, y además el socio preferente en España, En Comú Podem, salvó los muebles (mantuvo los resultados de los anteriores comicios). Por el contrario, las elecciones catalanas han generado una tormenta perfecta en la derecha española, con el hundimiento de Ciudadanos —que tal vez desaparezca de muchos parlamentos autonómicos, y del español, tras la próxima cita con las urnas—, y con el enfrentamiento fratricida entre el Partido Popular y Vox, que se adivina largo y sangriento.
Este panorama de división y erosión electoral en el campo conservador constituye una gran noticia... Para Pedro Sánchez. En efecto, la derecha, dividida, lo tiene muy difícil para recuperar el poder en España. Por diversos motivos, pero el principal es que el tercer espacio (los partidos nacionalistas e independentistas) nunca apoyará a un gobierno en el que esté Vox, pero sí es factible que lo hagan con un gobierno del PSOE. Sobre todo... si la alternativa es un gobierno en el que esté Vox. ¡Desde los tiempos de Alfonso Guerra sacando en los mítines la cartilla de racionamiento, que no funcionaba tan bien el miedo a la derecha! ¿Por qué será? ¿Tendrá algo que ver que uno de los partidos de esta derecha moderna recuerda mucho a 1936?
Sin embargo, no siempre lo que es bueno para el PSOE y Pedro Sánchez lo es también para el PSPV y Ximo Puig. En la Comunitat Valenciana, lo que podríamos considerar ese tercer espacio» está representado por Compromís, que ya forma parte del bloque de izquierdas. Sin Compromís, está clarísimo que no salen las cuentas. Y el problema que puede encontrarse el Botànic dentro de dos años es que con Compromís tampoco salgan.
«¡Desde los tiempos de Alfonso Guerra sacando en los mítines la cartilla de racionamiento, no funcionaba tan bien el miedo a la derecha! ¿Por qué será?»
Es posible que en el PSPV aspiren a recuperar votantes que ahora están en Ciudadanos, e incluso a combinar eso con un Ciudadanos extraparlamentario tras las elecciones de 2023. La combinación de ambos factores, sin duda, otorgaría una nueva mayoría al Botànic, con el PSPV en posición destacada. Pero el votante de Ciudadanos en la Comunitat no tiene mucho que ver con el catalán. En Cataluña, Ciudadanos es un partido que surge del eje identitario y se explica sobre todo por dicho eje, y por eso sus votantes pueden oscilar tan fácilmente de este partido al PSC, y viceversa.
En última instancia, Ciudadanos surge de una escisión del PSC. En cambio, el votante de Ciudadanos por estos lares proviene, con gran claridad, del espacio político que monopolizó el PP durante veinte años. Si sus votantes abandonan a Ciudadanos, no es previsible que sea para irse al PSPV. Sobre todo, porque el PSPV gobierna en coalición en un cuatripartito de izquierdas que incluye, además, a un partido nacionalista.
En resumen: tal vez en el PSPV estén encantados con sus perspectivas de futuro. Pero no deberían descartar que hayan errado en el diagnóstico, y que su encantamiento sea de una naturaleza muy diferente. Y el motivo sería, en última instancia, muy caro para uno de los principales principios motores de la derecha valenciana: la Comunitat Valenciana, después de todo, no se parece a Cataluña. No, al menos, en términos electorales.
* Lea el artículo íntegramente en el número de marzo de la revista Plaza