El biopic se centra en la adolescencia del líder de The Smiths y está dirigido por Mark Gill
VALÈNCIA. Desde que Steve Rash dirigió The Buddy Holly Story, en 1978, el listado de biopics rock no ha hecho más que crecer de manera exponencial. Casi no existe artista de relevancia que no tenga el suyo. Para bien o para mal, y junto con el rockumental, es el género que mejor ha definido la filmografía musical en los últimos años. Los hay fieles a los hechos y decantados hacia la fabulación, autorizados por los personajes retratados y rodados en contra de su voluntad... Muchos han logrado revitalizar carreras de capa caída o han propiciado que sus protagonistas regresaran a las listas de ventas. Y casi todos se ajustan a la fórmula de ascenso, caída y redención, un modelo de éxito en la larga tradición cinematográfica hollywoodiense. La mayoría de ellos responden también a un convencional desarrollo cronológico y suelen estar firmados por directores anodinos. Las excepciones, cuando se producen, pasan a la historia: I’m not There (2007), la indagación de Todd Haynes en las múltiples vidas de Bob Dylan, es un buen ejemplo. También Last Days (2005), exploración de las últimas horas de Kurt Cobain a cargo de Gus Van Sant. Pero son un par de títulos que confirman la regla.
Que el género viva un periodo de auge, sin embargo, no quiere decir que todos los biopics musicales se estrenen a nivel comercial. Incluso si su protagonista es una estrella de las dimensiones de Steven Patrick Morrissey. Lo confirma el paupérrimo recorrido de England is mine (2017), debut en la dirección de Mark Gill, que se centra en los años de juventud del que posteriormente sería líder de The Smiths. Parece que no hay suficientes fans suyos en España como para que se distribuya una película producida, entre otros, por Orian Williams, uno de los responsables de Control (Anton Corbijn, 2007), el film que llevó a la ficción con apreciables resultados la vida de Ian Curtis, líder de Joy Division. Aquella película, rodada en blanco y negro, triste y depresiva, sí encontró su pequeño hueco en los cines de nuestro país. La de Mark Gill, en cambio, tan pulcra en sus formas que se diría infectada de cierta inercia televisiva, pasó sin pena ni gloria por una sección paralela del Festival de Sevilla en noviembre y nunca más se ha vuelto a saber de ella. En Gran Bretaña, por cierto, se puede adquirir en DVD desde finales del año pasado.
La película toma el nombre de la letra de la canción Still Ill, de los Smiths: “England is mine, it owes me a living”. Fue publicada en el primer disco de la banda, de título homónimo y aparecido en 1984, pero no suena en el film. Tampoco ninguna otra compuesta por el grupo, ya que England is mine retrata al artista adolescente. A un joven incomprendido y asexuado que se siente especial y diferente, no encaja con el aburrido entorno del Manchester de mediados de los setenta y pasa el tiempo escribiendo agudas cartas al New Musical Express, soñando con la fama y dando rienda suelta a sus filias (Oscar Wilde, James Dean, New York Dolls) y fobias (la insípida escena musical local). El film también se detiene en el contexto familiar: Padres separados, hermana trabajadora que le induce a seguir sus pasos buscando un empleo y madre que, por el contrario, da alas a sus aspiraciones artísticas. El modelo es el que seguía también Nowhere boy (2009), el debut de Sam Taylor-Wood, donde el objetivo era contar los primeros pasos del joven John Lennon, un chaval díscolo e inconformista que quiere ser como Elvis Presley, y que poco a poco va dando sus primeros pasos en la música. Primero, poniendo en marcha The Quarrymen. Más adelante, formando pareja con otro chaval despierto e intuitivo, pero más modoso, llamado Paul McCartney. El título también hacía alusión a un tema posterior, Nowhere man, pero tampoco se nombraba a The Beatles en ningún momento, pese a que el protagonista anuncia a su madre al final de la película que se marcha a Alemania con su grupo, al que ha cambiado el nombre. De igual modo, England is mine termina, precisamente, cuando Morrissey se cita por primera vez con el guitarrista Johnny Marr. El resto, como se suele decir, es historia.
Así pues, la película no es la historia de los Smiths. De ahí que no suene ninguna de sus canciones, cuyos derechos, en cualquier caso, hubieran estado seguramente lejos del alcance de una producción modesta. El objetivo es ofrecer las claves que modelaron a la futura estrella del pop. Dar pistas sobre sus años de formación. Y si Nowhere boy se basaba en el libro Imagine this: Growing up with my brother John Lennon, de Julia Baird (hermanastra de Lennon), England is mine es un guion original de Gill y el también debutante William Thacker. Ambos habían formado tándem previamente en el corto Full Time (2013) y, se supone, han echado un vistazo a la pomposa Autobiografía que Morrissey publicó a finales de 2013. Lo denota la aparición de personajes como su amiga Anji Hardie, que murió con 17 años víctima de la leucemia, o momentos que parecen traducciones literales en imágenes de pasajes del libro en los que Morrissey admite: “No puedo seguir siendo un miembro del público”, “Mi vida, inútil, se seca a toda prisa” o “Quiero cantar”. También su desastrosa relación con el trabajo, patente en sus visitas a la oficina de empleo o sus cortas estancias en un hospital y un aburrido despacho. Aquí es donde peor parada sale su hermana Jacqueline, empeñada en que abandone sus ínfulas artísticas y se gane la vida como todo el mundo. Un retrato poco favorecedor que obtuvo respuesta. Una vez estrenada la película en Gran Bretaña, se despachó a gusto en Twitter: “England is mine es una mentira. Esa no es nuestra familia ni vivíamos así. Es una tergiversación ofensiva. Mark Gill ha arruinado una oportunidad gloriosa”.
Aunque se trata de una ficción y no de un documental, por lo que los autores pueden tomarse las licencias que consideren oportunas, las cosas hubieran sido de otro modo si Morrissey hubiese aceptado participar en la película. Pero se mantuvo al margen. Según unas fuentes, dice que nunca le consultaron. Según otras, no lo hicieron porque no querían molestarle y buscaban hacer una película lo más objetiva posible, no una hagiografía ni un film promocional. La revista The Big Issue profundizó en el tema. “Gill contactó con Morrissey en varias fases de la producción, pero nunca obtuvo respuesta”, contaba el periodista Malcolm Jack, que también recogió declaraciones del director: “No digo que quisiera su bendición, pero tratamos de mostrarle el máximo respeto”, explicaba, aunque posteriormente aseguró que no le importaba si a Morrissey le gustaba la película o no. Algo que, por cierto, seguimos sin saber, quizá porque el ególatra cantante sabe que una sola palabra suya hubiera disparado el interés de sus fans por verla.
Al margen de las controversias familiares, y de que England is mine ofrece un retrato de Morrissey que en ocasiones roza la caricatura en su descripción del joven como un inadaptado patológico, lo cierto es que la película sí es muy fiel a los hechos que se refieren de manera estricta a su relación con la música. En ese sentido, cabe destacar el papel crucial del guitarrista Billy Duffy, quizá el primer aspirante a músico profesional que confía en Morrissey y le da la oportunidad de unirse a él para subirse a un escenario. La experiencia, bajo el nombre de The Nosebleeds, será corta, pero muy intensa. “¡Contras las órdenes de la gente con la que he tropezado en mi vida, canto! Mi boca se reúne con el micrófono y el trémulo gorjeo se come la sala con un tono aceptable y… soy sustraído de la definición que de mí han hecho los demás a lo largo de una vida y sus opiniones dejan de importar”. Así lo narra en su libro y así lo muestra el film, con el futuro astro cantando Give Him a Great Big Kiss, de las Shangri-Las, en una interpretación donde, por un lado, se reconoce su deuda con la lectura del tema de los New York Dolls y, por otro, se atisban ya retazos de la singularidad vocal y el magnetismo que le caracterizarán más adelante.
Duffy se marcharía a Londres para cumplir su sueño de vivir de la música, primero tocando con Theatre of Hate, la banda liderada por Kirk Brandon (luego en Spear of Destiny), y después con Ian Astbury, en las sucesivas encarnaciones que terminarían derivando en The Cult, la banda por la que ambos han pasado a la historia. Su papel en la historia es de crucial importancia, no solo porque dio a Morrissey la primera oportunidad de cantar en público, sino porque, además, fue quien le presentó a Johnny Marr. Se trata de un secundario con las ideas bastante más claras que el protagonista, y no es el único. De hecho, England is mine es una película tan aséptica respecto a su personaje principal que apenas deja asideros al espectador. Quien piense que Morrissey es un gilipollas arrogante tiene argumentos más que de sobra para ratificarse. Pero, al mismo tiempo, los que le consideran un ser especial tocado por la gracia pueden constatar que ya lo era en sus años mozos, cuando su extrema sensibilidad resultaba incomprendida por cuantos le rodeaban.
O, al menos, la mayoría de ellos. Porque hubo quien se dio cuenta muy pronto de su potencial y le ayudó a abrirse al mundo. Otro personaje secundario que se come al principal. Se trata de Linder Sterling, interpretada por Jessica Brown Findlay. Ella es la verdadera luz que nunca se apaga en la película. De este modo la define Morrissey en su libro cuando coincide con ella durante la prueba de sonido del tercer concierto de los Sex Pistols en Manchester: “Linder, nacida en el centro de Liverpool, es una amalgama abstemia de Jean Genet, Yoko Ono, Norma Winstone y Margaret Atwood. Lápices, plumas, lápices, plumas. Vive como una lechuza en una torre del número 35 de Mayfield Road, donde solo el más persistente puede alcanzarla”. Por entonces era pareja de Howard Devoto, que aún militaba en los Buzzocks, y posteriormente diseñaría la portada de Real Life, el primer álbum de Magazine. Ella va muchos pasos por delante de Morrissey, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Más aún: como contrapartida del tibio biopic del líder de los Smiths, no estaría de más que alguien se decidiera a realizar uno sobre su vida.
Su presencia focaliza la atención cada vez que aparece en pantalla. El espectador intuye que hay más de lo que se le muestra. Y así es. Linder Sterling fue una de las figuras femeninas más importantes de la escena punk británica. Y no solo de la musical. “Estamos tratando de encontrar un nuevo vocabulario”, declaraba en la época en que lideraba la banda de art-rock Ludus, con la que una vez se presentó en escena cubierta con vísceras de cerdo y luciendo un gran consolador negro. Performer, terrorista artística y teórica sobre el papel de la mujer en el punk, desarrolló una faceta como diseñadora inspirada en la estética de los fanzines y el modo en que el artista antifascista y dadaísta John Heartfield usaba la técnica del fotomontaje. Tomando imágenes de revistas porno, electrodomésticos y catálogos de venta por correo, dio cuerpo a una obra en la que cuestionaba los roles sexuales. Con los años, ha mantenido la amistad con Morrissey, e incluso ha realizado algunas fotos promocionales y portadas para él, pero ya en la segunda mitad de los setenta firmó la cubierta de Orgasm Addict, el single de los Buzzcocks, que mostraba a una mujer desnuda con una plancha por cabeza y dientes en lugar de pezones. Una apuesta mucho más radical que la de su protegido, motivo por el que probablemente hoy es mucho menos conocida que él. Pero en England is mine le roba la función. Y si algún fan de Morrissey o los Smiths la descubre gracias a la película, ya se podrá dar por bien empleado el esfuerzo.