VALÈNCIA. ¿Puede la geometría más austera resultar cálida y poética? ¿Dejando al lado su aspecto utilitarista, constituye la cerámica un arte nutrido de matices espirituales? Enric Mestre (Alboraia, 1936) ha dedicado la mayoría de su carrera profesional a responder afirmativamente a ambas cuestiones. Fervoroso defensor del minimalismo y las líneas depuradas, el innovador ceramista apuesta desde siempre por la experimentación con los lenguajes artísticos que rodean al milenario moldeado del barro. Pero más allá de lo rompedor de sus formas o su anhelo de unas vanguardias que nunca alcanzaron a la producción cerámica patria, este valenciano encuentra inspiración en su más inmediata cotidianidad: la huerta y sus alquerías, las naves industriales que se diseminan alrededor de Meliana…
Primero estudió Dibujo en la Escuela de San Carlos de València y después comenzó a frecuentar el universo de los ceramistas en la Escuela Práctica de Cerámica de Manises, donde se convirtió en pupilo de Alfonso Blat, considerado un pionero en la renovación de esta disciplina. En 1982, se licenció en Bellas Artes por la Universitat Politècnica de València. El resultado de tal bagaje académico es una mezcla de saberes que trata de reflejar en cada pieza que sale de su inmenso taller ubicado en Alboraia, un espacio en el que el murmullo de la música clásica invade cada rincón y donde decenas de cuadernos desbordados de anotaciones conviven con obras en distintos procesos de elaboración. A lo largo de sus más de cuatro décadas de carrera ha recibido galardones en certámenes como el Concurso Nacional de Cerámica de Manises o el de Calvià. También cuenta con el Premio Alfons Roig de la Diputación de València y el Premio de las Artes Plásticas de la Generalitat Valenciana. En el terreno internacional, posee la Medalla de Oro del Estado de Baviera, entre otros reconocimientos. Sus obras han integrados exposiciones a lo ancho y largo del mapamundi, desde Dinamarca hasta Japón y cuenta con piezas expuestas en museos de València, Madrid, Praga, Gifu, Tennessee o Ginebra.
El pasado 18 de julio, el ECA de Riba-Roja de Túria (Espai d'Art Contemporani El Castell) inauguró una exposición retrospectiva que indaga en los recovecos de su trayectoria creativa. Además, este sábado se estrena en este mismo espacio el documental Los días y los años de Enric Mestre, dirigido por Tan Hongyu, ceramista china que se encuentra detrás de proyectos como Pottery from the ethnic Minorities in Southwest China (2010), Being with Clay (2012) y Shifus (2015). Durante la presentación del film, se presentará también el catálogo de la muestra, que cuenta con textos del catedrático de Estética de la Universitat de València, Román de la Calle. Interrumpimos durante un rato el trabajo del artista valenciano para lanzar unas cuantas preguntas sobre sus filias, anhelos y experiencias, pero también sobre los retos a los que se enfrenta como figura destacada de la cerámica contemporánea.
-Tu trabajo bebe de las formas geométricas, pero no entendidas como algo frío y estático, sino como elementos que evocan a cierta intimidad, que son en cierta medida emocionales.
-Espero no transmitir ese frío, no. Lo bueno de las piezas de cerámica es que tienen muchas opciones: la textura, el color…Yo siempre procuro que las formas arquitectónicas o escultóricas que realizo tengan una vertiente cálida, casi diría que espiritual.
-De hecho, en alguna ocasión anterior has comentado que con tu trabajo intentas dar “un toque poético al racionalismo”. ¿A qué te refieres con ello?
-Precisamente a lo que estábamos hablando: a primera vista, puede parecer que no tengan tantos matices, pero si las miras más de cerca, verás que cada una tiene un cariz especial, a todas intento darles algo que me pertenezca.
-¿Y por qué ese fetiche con las formas geométricas? ¿Qué te atrae de ellas?
-Eso forma parte del espíritu de cada uno. A mí me gustan las cosas sencillas, elementales. Cuando empiezo a hacer cerámica, voy simplificando, simplificando y al final me quedo con el mínimo que pueda expresar el máximo posible. Eso es una gran dificultad. Busco líneas extremadamente depuradas, por eso mucha gente no entiende mi trabajo, yo lo sé. En este sentido, los arquitectos son mis mejores clientes, también gente de otras disciplinas, pero que tiene ese espíritu minimalista.
-¿Qué es lo que buscas y qué es lo que encuentras en la cerámica?
-En realidad, la cerámica fue un accidente en mi vida. Acaba de terminar Bellas Artes, no tenía trabajo y me recomendaron meterme en la escuela de cerámica. Pensé que algo aprendería allí. Empecé de forma tradicional haciendo piezas de torno, pero poco a poco me fui dando cuenta de que eso no era suficiente, que debía dar un otro paso adelante. Entonces empecé a fijarme en lo que estaban haciendo algunos ceramistas que sí que transmitían a sus obras efectos plásticos de inspiración oriental. Tampoco resultó suficiente para mí: yo quería ir más allá, no quería que se confundieran mis piezas con algo asiático, quería que fueran mías. Tenía que ser algo mío, contar con un discurso propio. La cerámica es un medio de expresión, en ella yo busco las formas que más me representan. Además, tienen la posibilidad de que se pueden hacer toda clase de combinaciones, es un material muy agradecido en ese aspecto. De todas formas, yo nunca he dejado la pintura, siempre he pintado de forma seria. Pero me salían muchas más exposiciones de cerámica.
-A menudo, cuando se piensa en cerámica se asocia con un trabajo costumbrista. no puede decirse que tu obra lo sea…
-Precisamente yo huyo de eso. Al principio me gustaba imitar alguna pieza típica de Paterna, hice varios intentos e incluso aproveché esas técnicas para resolver ciertas cuestiones arquitectónicas. Pero en seguida encontré mi camino, mi sello inconfundible. Pienso que, dentro de lo que se está haciendo en cerámica en España, Arcadio Blasco yo somos lo que hemos modernizado un poco este campo.
-¿Qué diferencias encuentras en el proceso creativo de tu trabajo en pintura con el que desarrollas en la cerámica?
-Formalmente, el proceso es prácticamente el mismo. La cuestión es que, desde que me viene la idea a la cabeza, desde el minuto cero, ya sé si voy a querer convertirla en un cuadro o no.
-El tuyo es un trabajo minucioso, muy planificado, en el que pruebas y analiza todo tipo de variaciones de cada obra. No eres de esos artistas que funcionan a base de pulsiones creativas...
-Yo necesito racionalizar lo que voy a hacer, no me gusta improvisar. Mucha gente dirá que eso no es arte, pero yo creo que es simplemente una manera de trabajar, afinando al máximo. Si lo tienes claro puedes ir ajustando. No soy de los que coge la brocha y se lanza a pintar, mi espíritu no va por esas vías. El público que no está especializado no se da cuenta de todo ese proceso que hay detrás, pero está ahí.
-A diferencia de otros compañeros de gremio, no recurres habitualmente a las nuevas tecnologías a la hora de plantear una obra, sigues trabajando a base de papel y lápiz, sin dejar demasiado espacio a técnicas como el 3D.
-Tengo un ordenador, pero no lo uso mucho. Me gusta más trabajar a mano e ir rellenando libretas a mano, poco a poco, con cada paso que decido tomar.
-Además de tu faceta como creador, también has cultivado la de docente. ¿Qué supone para ti haber formado a a las nuevas generaciones de ceramistas?
-Es posible que mi trabajo de profesor sea más importante que mi obra. Al menos yo estoy muy satisfecho, los años de docencia han sido maravillosos para mí: ver a la gente crecer y caminar…Ha sido una experiencia fantástica para mí.