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MÁS ALLÁ DEL ‘IN THE GHETTO’ 

Enrique Castellón Vargas: la realeza que salió de Russafa

La trascendencia de la figura del Príncipe Gitano en el siglo XX va más allá de la boutade viral del XXI con el vídeo del ‘In The Ghetto’

24/11/2016 - 

VALENCIA. “A mí me encanta Valencia porque es muy bonita y me quieren mucho allí; sobre todo los jugadores de pelota valenciana, que me adoran”. Así se pronunciaba Enrique Castellón Vargas, el Príncipe Gitano, en Televisión Española en 1978. Era el invitado principal de aquel Cantares, el programa que Lauren Postigo presentó durante un año en el Corral de la Pacheca de Madrid, desde donde pretendía repasar los nombres más importantes de la canción española. “Pero, ¿a ti te gusta Valencia porque has nacido allí o porque te gusta?”, repreguntaba Postigo en esa especie de juego extraño que eran sus entrevistas. “No, es porque me gusta Valencia. Valencia es muy bonita, es maravillosa”, remataba con escorzo de perogrullo el cantante.


Existen dudas razonables en cuanto a la fecha exacta de su nacimiento: como si se tratara de un futbolista africano, cuya edad depende de lo que los padres tardaran en registrar su alumbramiento, la natividad del cantante valenciano bascula entre 1928 y 1932. Lo que sí es indiscutible, ya que él mismo lo confirma, es el lugar. La calle dels Vivons, que parte de Cádiz y cruza Romeu de Corbera hasta desembocar, curva mediante, en Francesc Sempere. La iglesia de San Valero fue testigo cercano de los orígenes del Príncipe Gitano, época en la que, de hecho, se gestó su nombre artístico. “Cuando era pequeño, yo era rubio con los ojos verdes, y mi madre me vestía siempre con una gorrita y una capita de marinero, y un día íbamos en un tranvía y me pegó una guantá”, explicaba el artista, que añadía la intervención de una extraña que, en un gesto de ese racismo institucionalizado tan español, la confundió con una criada”. “Mi madre sacó el pecho y me lo dio. Y (la espontánea) dijo: pues señora, tiene usted un principito”.

“A mí del Príncipe Gitano no se me despintan ni los andares”. Lo escribía el ínclito Arturo Pérez-Reverte en su espacio en XL Semanal, que en junio de 2009 estaba dedicado al artista valenciano. Todo partía, por supuesto, de La Anécdota; en mayúsculas y con luces de neón. Aquel vídeo que circula sin descanso en la dimensión Internet y que, cada cierto tiempo, alguien recupera para una causa freak cada vez más cuñada: la actuación del Príncipe Gitano en aquel programa, también de Televisión Española, en el que versionaba ‘In the Ghetto’, de Elvis Presley, con un inglés muy dudoso; un inglés, por otro lado, propio de la mayoría de personas que aquellos años atendían en directo a través de sus televisores ibéricos. En su artículo, Pérez-Reverte realizaba una hagiografía del Príncipe Gitano, a quien decía ir a ver en más de una ocasión cuando, en los 80, actuaba en “un garito infame que entonces todavía estaba abierto en la Gran Vía de Madrid”.

 Tampoco Carlos Herrera ahorró palabras para clasificar al cantante en su artículo de 1992 en Blanco y Negro. “Enrique Vargas ha sido uno de los artistas más rotundos que haya visto escenario español alguno”, escribía el periodista, que matizaba a continuación: “distinta cosa es la suerte que haya podido tener, el éxito es bien sabido que resulta de la combinación de diferentes factores, y muchos de esos factores no han sido precisamente virtud del Príncipe Gitano”. Herrera aludía a la importancia de “una cabeza bien amueblada”, al tiempo que precisaba que la del artista valenciano había sido siempre “un carrusel de feria, llena de las luminarias de fiesta de su tierra y del genio caprichoso de su raza”. 

Precocidad artística y la canción de la Reina

Madrid fue, de hecho, el segundo hogar de Enrique Castellón Vargas. Tuvo muchos. Desde su infancia en Valencia, el cantante acompañó a sus padres, junto a sus 6 hermanos (entre los que también se encontraba Dolores Vargas), prácticamente por toda España. Barcelona, Sevilla y Madrid fueron algunos de los destinos de una familia gitana cuyo sustento llegaba de la venta ambulante de ropa. El Príncipe Gitano, como muchos otros artistas de esa España, fue bastante precoz; a los 14 años debutó en el Teatro Calderón de Madrid en el mismo espectáculo que Lola Flores y, con sólo 15, formó su primer espectáculo bajo el nombre de ‘Pinceladas’.

A veces no pasa, pero suele suceder que, detrás de la anécdota, hay una historia que merece la pena ser contada. “En la década de los 50 llegó a ser una gran figura de la canción española, cosa que aún sigue conservando”, decía Lauren Postigo a finales de los 70. “Yo canté para ser torero, porque me dijeron: mira, Enrique, si tú te consagras en esto de la canción, luego será mucho más fácil ser torero”, explicaba el cantante, “pero me consagré tan fuertemente en este género que ya no pude dejarlo”. Y no todo era fantasía exagerada. Hasta entonces, el Príncipe Gitano había presentado con su compañía más de 45 espectáculos, algunos de ellos con presencia en París y varias ciudades de Latinoamérica (como la de Buenos Aires, en el Teatro Avenida). Lo de la lidia fue, sin embargo, harina de otro costal. “Que siga cosechando gloria y aplausos en el cante para el que Dios le ha concedido excepcionales facultades”, escribían en El Correo de Zamora al día siguiente de su debut como novillero en 1947: “no creemos que pretenda trocar la sólida popularidad que ha logrado en su arte por estas genialidades que ofrecen el ruido tenebroso y los comentarios de los fracasos”, añadía el cronista.


Lo que sí llevó a buen puerto (o a puerto) como reconocido monárquico fue lo que en el número 1853 del Hola se definía como ‘La primera canción dedicada a la Reina Sofía’. En la entrevista de Luis Cantomar aparecían las declaraciones del trío creador, netamente valenciano: el compositor Rafael Ibáñez, el periodista Rafael Brines y Enrique Castellón Vargas. “Con todo respeto yo pensé: un príncipe, un Príncipe Gitano, puede cantarle a una reina”, declaraba el cantante, que en la misma entrevista también añadía que había pedido expresamente que, en los arreglos, hubiera “notas de aire valenciano”.

El Porompompero de Schrödinger: lo que pudo ser y no fue

Enrique Castellón Vargas, cuyos dos apellidos era imposible disociar, dio la alternativa artística a figuras que más tarde tendrían una relevancia superior a la suya. Por su compañía pasaron, entre otros, Rocío Jurado, Carmen Sevilla y, en alguna ocasión, Manolo Escobar. Especialmente paradójica resulta su historia con el cantante almeriense. Fue Escobar quien, tras escuchar al Príncipe Gitano interpretar por primera vez ‘El Porompompero’ de Juan Solano Pedrero, José Antonio Ochaíta y Xandro Valerio en uno de sus espectáculos, decidió incorporarlo a su repertorio con la aprobación del valenciano. Él lo grabaría más tarde sin demasiada repercusión.

No sería la primera ni la última ocasión en la que el hit ibérico pasó por delante de sus ojos. Lo que no significó que no saboreara las mieles del éxito español: de hecho, él mismo intervenía en Españolear, la película. Papel principal tuvo en seis cintas, por cierto; “dos buenas y cuatro muy malas”, reconocía él mismo, “las buenas son Brindis al Cielo y Todo Por Ella”. Con ellas, y con canciones como ‘¡Ay, Mi Dolores!’, ‘Tani’, ’Cariño de Legionario’, ‘Cortijo de los Mimbrales’ o sus otras versiones (‘Delilah’ y ‘Obladí-Obladá’), Castellón Vargas tuvo menos tiempo para lamentarse por éxitos que obsequiaba a otros. Al parecer, algo muy similar a lo que ocurrió con ‘El Porompompero’ sucedió con ‘Tengo Miedo’. La canción que en los 60 tuvo a Rocío Jurado varios meses en la zona noble de la lista de éxitos española había sido estrenada en el espectáculo del Príncipe Gitano, precisamente en Valencia; en cierto momento la suprimió del mismo y se la cedió a la cantante. 


Tampoco pudo coger el tren de ‘Sortija de Oro’. Le cedió el paso a Antoñita Moreno, y ésta lo aprovechó como Rocío Jurado. Más distinto fue lo de ‘Obí, Obá, cada día te quiero más’. Ya entrados en los 80, el valenciano reapareció con su coleta y se descolgó con esta canción que, sin embargo, probablemente por una combinación de carencias ajenas (la de contundencia en la mercadotecnia y la de una producción demasiado alejada de su tiempo), se quedó en amable recuerdo de noches de verbena. Fueron los franceses (sí, franceses) Gipsy Kings los que la tomaron, la vistieron con las capas que merecía y la incluyeron en un disco que en 1989 se mantuvo más de 9 meses en las listas de éxitos de Estados Unidos. Hoy va por las 6 millones de reproducciones en Spotify (la del Príncipe Gitano, por 8.000).

Dolores Vargas, la hermanísima

Enrique no fue el único de los Castellón Vargas que se dedicó al espectáculo. La compañía del Príncipe Gitano fue también el trampolín para Dolores Vargas, más conocida como La Terremoto, emblemática intérprete del ‘Achilipú’, hito renovador de la rumba catalana coescrita por su marido, José Castellón (y brillantemente versionada después por Las Grecas). Bailaora y cantaora de entidad propia, no en pocas ocasiones compartió escena con su hermano; incluso en alguna película, como Veraneo en España, la cinta que dirigía Manuel Iglesias y que contaba también con el ubicuo Paco Martínez Soria.


“Ciertamente, el público celebraba hasta el delirio las apariciones conjuntas de los hermanos Vargas”, recuerda Carlos Herrera en su artículo en Blanco y Negro. La Terremoto llegó a actuar en el programa de Ed Sullivan y su entorno siempre aseguró que en los 70 estuvo a punto de representar a España con ‘Macarrones’; todo encaja bastante bien, ya que en su lugar acudió Peret. Tras la muerte de su marido en los 80, y a pesar de recibir ofertas para continuar con su carrera, puso rumbo a Valencia para estar con su hija. La hermana pequeña del Príncipe Gitano murió este verano en Xirivella a los 80 años.

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