El río subterráneo navegable más largo de Europa, jardines botánicos, azoteas, chiringuitos… la música en directo se abre camino, también en verano.
VALÈNCIA. “No tenemos porque soportar conversaciones en un tono de voz alto, ni gritos, ni escuchar el equipo de música o la televisión de la vivienda colindante”. No es una cita extraída de la discusión entre Macaulay Culkin y George Wendt en la versión del director del videoclip de ‘Black Or White’: es parte de la descripción del título II de las ordenanzas alrededor de la contaminación acústica en el interior de la edificación. Lo que significa, querido vecino, que el hecho de que las salas de música en directo hayan cerrado por vacaciones no justifica hacer sonar ‘Cuando Zarpa El Amor’ a más de 45 decibelios ajustados a la ponderación A (la que marca el límite del riesgo auditivo real para nuestros oídos según la regulación municipal).
Con Loco Club, 16 Toneladas o la Wah Wah disfrutando del merecido descanso estival, las posibilidades de escuchar música en directo, especialmente en agosto, se reducen de forma drástica. Apenas el Magazine ha resistido con programación en directo, como la del fantástico Mongolian Vermouth -con Retraseres, Leonor SS o Pogüey Romero y Los Malasangre-. En la calle tampoco está la metadona de la música en directo, en tanto en cuanto la revisión de la Ordenanza Reguladora de la Ocupación del Dominio Público Municipal -que a finales de 2016 se esperaba para el primer trimestre de 2017- todavía no ha visto la luz. En 2017, músicos callejeros como Borja Catanesi, valenciano prestigiado en el exterior, son sancionados en València por tocar en el espacio público sin permiso -todavía con vigencia sólo para 3 meses- y con un equipo autoamplificado prohibido por la ordenanza actual.
Catanesi fue multado gracias a la denuncia de un ciudadano anónimo, cuya existencia pacífica fue aparentemente perturbada por el sonido amplificado de la guitarra del músico en el paseo Ruzafa. El origen es idéntico al que, por ejemplo, provocó que el Loco se viera obligado a cerrar durante las navidades de 2011: una denuncia vecinal. Lejos del debate al respecto de si la legislación está al servicio de una parte importante de la ciudadanía a la que, en realidad, le molesta la música en directo más que los taladros hidráulicos o los autobuses, muy lejos, encontramos los salvavidas de los conciertos en pleno agosto: los lugares no convencionales -y, en la mayor parte de los casos, alejados de la vida del vecino-. Este fin de semana se concentran varias de esas propuestas, reducto de la música en directo lejos de salas de conciertos y denuncias ciudadanas.
Cada viernes por la noche, puntual y sin falta desde el 30 de junio, les Coves de Sant Josep de La Vall d’Uixó han acogido los conciertos del ciclo Singin’ in the Cave. El programa, que además ofrece una visita guiada a las cuevas, ha contado este año con nombres como Nadia Sheikh, Nick Garrie, Sr. Chinarro, Pau Vallvé o la propuesta de Ramírez Exposure junto a Ken Stringfellow. Este viernes clausuran el ciclo con el grupo valenciano del año: Gener cerrará casi dos meses de conciertos; las entradas, como en la mayoría de los casos, se agotaron poco después de salir a la venta.
El éxito de Singin’ in the Cave como espacio no convencional para la música en directo reside tanto en la programación -el año pasado, fundacional del ciclo, ya contaron con Enric Montefusco, Tórtel o Maria Arnal i Marcel Bagés- como en la excepcionalidad integral del lugar: experiencial y acústicamente, un concierto en el río subterráneo navegable más largo de Europa ha demarcar la diferencia por la fuerza. Los aproximadamente 20º de temperatura en el interior de las cuevas, en pleno verano, más. El ciclo, además, es una muestra de los escasos pocos ejemplos de sana colaboración entre la administración (Ayuntamiento de la Vall d’Uixò) y empresas privadas (Luzazul).
La segunda parte de la trilogía de lo no convencional se completa este fin de semana con el penúltimo episodio de Sons al Botànic. La Habitación Roja actuará el viernes escoltado por los magnolios del Jardín Botánico de València. Será el quinto encuentro del ciclo esta temporada, planteado como concierto sorpresa después de que por las dependencias del jardín hayan pasado este año, desde el 5 de mayo, Arizona Baby, Iseo, Morgan (que inauguraron este año la temporada temprana de conciertos de Singin’ In The Cave) y Arcana Has Soul. El sold out de La Habitación Roja suele caracterizar, por otro lado, estas propuestas que viven también de las distancias cortas.
El éxito en la venta de entradas, fundamentado tanto en la diferenciación de la propuesta como en una especie de revisión del “piensa en pequeño (, actúa en grande)”, propicia la perpetuación en el tiempo de cada uno de los ciclos cuando llega el verano. Mientras los conciertos en les Coves de Sant Josep han vivido este año la que es su segunda temporada, Sons al Botànic (proyecto de &Sons Producciones y Saltarinas) cerrará el 15 de septiembre con Smile su tercera edición. El entente público-privado que utiliza espacios que financian los ciudadanos, junto a la entrada de marcas colaboradoras, permite, entre otras cosas, que el producto sea ofrecido a un precio más razonable de lo que marca el mercado. Todo invita a la perpetuación de un producto necesario para dar valor añadido a determinados enclaves y recordar que pertenecen a todos.
Por otro lado, los conciertos en azoteas patrocinados por un licor datan ya de prácticamente un lustro. Otro de los oasis veraniegos para la música en directo está lejos de las salas de conciertos, pero tampoco demasiado. Lo que marca la diferencia es la altura. No es el primer año del Live The Roof, que tiene la versatilidad de poder cambiar su sede cada año: lo importante más que nunca es, efectivamente, estar bien de la azotea; esta temporada, desde finales de junio, es la del edificio Veles e Vents de la Marina Real la que acoge los conciertos del ciclo. El sábado 26, el de El Kanka será el séptimo y penúltimo concierto de la serie; como suele suceder -hasta en cuatro ocasiones este año-, no quedan entradas para la cita.
En el caso de Live The Roof, el Singin’ In The Cave y otras propuestas que bordean la peculiaridad del contexto existe una extraña pero recomendable ausencia de contraprogramación. Las líneas editoriales de cada ciclo se ubican, por lo general, en las antípodas; aunque juegan a la excepcionalidad del entorno, no lo hacen con las mismas herramientas: mientras uno tira de mainstream de largo recorrido, el otro juega con nombres surgidos lejos de la frontera de la radiofórmula (Radio 3 al margen). El carácter de los patrocinadores y colaboradores marcan, eso sí, el límite del presupuesto en cada propuesta: los conciertos del Botànic y les Coves de Sant Josep -con protagonismo público- agotan entradas con el listón en los 15 euros, mientras que la paleta de precios de Live in the Roof en 2017 -que cuenta con el respaldo tangible de una marca de licor y otra de motocicletas- está entre los 21 y los 35 euros.
No están solos, en cualquier caso. Casi, pero no del todo. Otro de los bastiones de los conciertos lejos de las salas de conciertos con las persianas bajadas se encuentra en las playas. La música en directo a veces hace el mismo trayecto que tú: de casa al chiringuito, del chiringuito al agua, del agua al chiringuito, del chiringuito a casa. Más o menos. Eso lo saben bien en Calipso, el más relevante de los valencianos en lo que a programación de música en directo se refiere. Por sus dominios han pasado ya Aullido Atómico (y Tumba Swing), Acapvlco, Las Víctimas Civiles, el namibio Elemotho o Alberto Montero. En una línea similar, aunque con las diferencias marcadas, están los conciertos de Chiringuito Elocho -en cuyos carteles colabora el Circuito de Música Urbana de València MUV!-; muy diferente, en cualquier caso, a la línea de programación de los que pueblan las playas de Cullera o Gandía.