VALÈNCIA. La historia de una ciudad reúne una amalgama de vicisitudes de toda índole y condición: entre la anécdota y el gran proyecto. Podría hacerse una clasificación casi científica de estas historias urbanas que han ido configurando la València de 2023, y uno de los brazos del esquema vendría dado por las decisiones políticas que en su momento se adoptaron respecto de la construcción o derribo de edificios, o por la planificación de estos, aunque nunca llegaran a materializarse. También por el diseño de calles y plazas cuando éste implicaba llevarse por delante manzanas de casas e incluso algún que otro edificio religioso. Los gobiernos municipales o supra municipales anteriores y posteriores a la última Constitución han intercalado los aciertos con los atropellos y desaguisados, las ideas e intervenciones felices con los errores y los horrores. Aquí no se trata de ideologías, partidos o alcaldes: unos y otros en mayor o menor medida han contribuido a la ciudad que hoy tenemos para bien o para mal y no es cuestión de sacar los colores a unos y a otros porque habría para todos.
Cierto es que es el período del Desarrollismo franquista, el que la piqueta ha trabajado, en la edad moderna, con una mayor efectividad. Ahora, sea quien sea quien esté al frente de los órganos de decisión, las medidas proteccionistas son mucho mayores, aunque todavía “parece mentira” tengamos que desayunarnos con derribos de edificios que deberían estar protegidos como los de Moreno Barberá en Blasco Ibáñez. Entendemos y presumimos que toda decisión busca el bien común y que aquellas en el ámbito de la cultura y patrimonio se presume que están presididas por la buena fe y por una cierta sensibilidad, pero con un mayor o menor grado de culpa, no siempre se acierta.
A pesar de ello, y permítanme que lo exprese con algunos ejemplos, “random”, todavía no acabamos de comprender la que fuera última intervención en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en forma de un gran edificio diáfano llamado Ágora al que hasta que no se ha aparecido la Virgen en forma de Caixaforum, no sabíamos que uso darle. La alternativa al carísimo edificio era la ampliación del IVAM, y esta última, tan necesaria, nunca llegó a materializarse. Tampoco creo que sea algo que dé para mucho debate la poco afortunada entrada sur a nuestra ciudad presidida por una gran rotonda ocupada por unos enormes e incomprensibles anzuelos de una calidad artística cuando menos cuestionable. Son sólo ejemplos de intervenciones, como también la falta de estas, como ese último túnel que no llegó a materializarse en el seno del llamado en su día “plan Felipe” y que recorren las márgenes del antiguo cauce del Turia, desde más allá del paseo de la Petxina hasta las Alameditas de Serranos.
Quedó en el olvido, aunque parece que estaba previsto un tunel a la altura del Museo de Bellas Artes que permitiría la intervención en superficie y peatonalización de la explanada frente a la fachada principal. El acceso a nuestro museo de Bellas Artes sería otro bien distinto. Tampoco ningún gobierno le ha metido mano a nuestra querida Alameda, que sigue siendo un gran parking de vehículos, si abrimos el melón de las “asignaturas pendientes”. Si viajamos años atrás quizás demoler el conjunto de casas que frente a la Catedral en lo que hoy es la plaza de la Reina no fue una idea feliz, como tampoco hacerlo con la totalidad de la muralla medieval que circunvalaba la ciudad alternada con las respectivas puertas de acceso. Los errores “a posteriori” darían para un grueso volumen de ellos.
Viajemos a la más rabiosa actualidad. El edificio civil más importante del siglo XVIII que se conserva en la ciudad y constituye una de las joyas patrimoniales de ese siglo de València y más allá, es el Palacio de la Aduana, a cuya visión nos hemos acostumbrado los valencianos cuando transitamos por el entorno de la Glorieta y el Parterre. La amplia construcción, hasta hace unos años albergó el Tribunal Superior de Justicia y todas las Audiencias Provinciales. Estas últimas se trasladaron a la flamante Ciudad de la Justicia tras su inauguración y tiempo después el Tribunal Superior ocupó un funcional y tranquilo edificio justo detrás del edificio de les Corts Valencianes. Tras ello el gran palacio quedó vacío de ocupantes hasta que se acometieran obras de rehabilitación interior y adecuación para que el TSJ regresara a sus dependencias. Ahí creo que viene el error, que pienso podría ser en cierta forma histórico. Lo digo sin rodeos: con esta decisión de volver a trasladar el TSJ a este gran edificio, Val`ncia pierde una gran oportunidad de convertir esta joya arquitectónica ubicada en el mismísimo centro de la ciudad cercano a otros centros expositivos como la Fundación Bancaja, El Patriarca, el Palacio Marqués de Dos Aguas, la futura Fundación Hortensia Herrero….
Pierde la oportunidad de convertirlo en un majestuoso centro cultural, visitable, de primer orden. Por qué no, una segunda sede del Museo de Bellas Artes, necesitado urgentemente de espacio. Si tenemos en cuenta el cómodo edificio que ocupa actualmente el TSJ, sin apreturas, y el tamaño del palacio de la Aduana podemos concluir que la magnitud de este último excede con mucho la de las necesidades del Tribunal, teniendo en cuenta, como les decía que las Audiencias Provinciales ya están instaladas definitivamente en la Ciudad de la Justicia. Por no hablar del mantenimiento para unas necesidades que no precisan de tantos metros cuadrados. A ello debemos sumar numerosas dependencias que no van a volver a ser lo que en su día fueron: enormes salas de vistas donde se llevaron a cabo juicios mediáticos, la sede del Colegio de Abogados con salón de actos y biblioteca, así como las kilométricas viviendas que existían en la parte superior del palacio para uso del Presidente y del Fiscal que ya no van a ser habitadas. Demasiado edificio para su uso previsto, a tenor de los nuevos tiempos en que muchos de los trámites se llevan a cabo de forma digital. En definitiva: un edificio a todas luces excesivo para este órgano judicial.
Puedo decirlo más alto, pero no más claro: no puedo imaginar un centro museístico en mejor emplazamiento, en un edificio más digno y con una de las entradas más majestuosas de la ciudad. Además, gracias a la amplitud de sus espacios interiores y la altura de sus muros podría albergar, sin problema, obras de gran formato del siglo XIX. Señores gobernantes recién llegados a sus nuevos despachos, antes de que sea tarde, les regalo un proyecto estrella: denle una última pensada a este asunto, porque se trata de una oportunidad posiblemente irrepetible para nuestra ciudad.