un buen trago

¿Es el Brandy moderno?

Mi abuelo materno falleció en 1990 a los 73 años, su esposa, hijas y nietos no le olvidan. Eso reza la lápida del cementerio de Rocafort donde, con cada vez menos frecuencia se cambian las flores, se quita el polvo o se reza un padre nuestro.

| 29/04/2022 | 9 min, 4 seg

Dicen que uno muere de verdad cuando no tiene a nadie que le recuerde, a nadie que le importe, nadie que le llore ni le celebre. Uno muere cuando la nostalgia se desvanece y revive cuando la memoria se hace fuerte.

La primera vez que probé alcohol, fue en casa de mi abuela, una de esas nocheviejas cargadas de griterío, jolgorio y espumillones. Eran los early noventa. Curro y Cobi eran tendencia. La empanadilla de Móstoles el hype. Romina seguía con Albano. Ana Torroja cantaba a las magdalenas del sexo convexo. Tom Cruise preparaba cocktails mientras compartía portadas con Rob Lowe. Tenías que elegir entre Sabrina o Samantha. Todos los buenos chistes empezaban con una exhalación y una voz ronca y pausada que decía: “saben aquell que diu…“ La Trinca montaba casi todas las cosas (bueno, en verdad eso sigue pasando aunque con capital holandés) y la paella rusa de Monleón era Dios. Diría que mi abuelo acababa de fallecer ese año, quizás el anterior. Es curioso como algunos recuerdos tienen una nitidez pétrea y otros se diluyen como un azucarillo hasta convertirse en un remanso que campa en el interior de la galería de Sueño de los Eternos. Un remanso que quizás aflore en alguna vigilia tardía. Una de esas vigilias en las que el olor a mantequilla y el azul de Persia penetran por el resquicio de las mallorquinas de la habitación.

El caso, yo no tendría más de 9 o 10 años y mi insistencia hizo que mi tío en connivencia con mi padre me ofrecieran un chupito de Brandy. Ya se sabe: ese proceso litúrgico y atávico. Ese  momento que marca el paso de la niñez a la edad adulta y que se vive en cada hogar español. Ese momento por el cual se le concede a uno el privilegio masculino ¿Acaso hay algún privilegio que no sea masculino? de sentarse con los mayores. De ser un hombre. De comportarse como tal. Porque no nos engañemos, durante muchas décadas, el Brandy ha sido cosa de hombres, un poco era mucho, Lady Godiva galopaba desnuda a los lomos de un corcel o la fiesta nacional se convertía en símbolo de carreteras secundarias. Un toro que transformó nuestro paisaje a través de iconos del diseño simbólicamente discutibles. El Brandy también enseñaba como ser una buena esposa, abnegada y displicente capaz de soportar el maltrato, la desdicha o el desprecio de su marido. Esto es: la publicidad del Brandy construía identidades, limitaba espacios, tejía conductas y perfilaba territorios. En definitiva, el Brandy, como casi cualquier producto cultural patrio, se convirtió en altavoz de un régimen anodino y gris, castrense, opaco, censor y represor.

Pero volvamos a la infancia vivida y no a la narrada. Recuerdo perfectamente el trago. Seco. Intenso. Ardiente. Quemaba como una navaja automática. Ardía como el hielo. Gritaba como Claudio Brook en Simón del desierto. Corrí hacia la cocina, fui directo al fregadero, abrí el agua y dejé que brotara sobre mi garganta. Las risas se oían desde el salón y la vergüenza se apoderó de mí. Tardé muchos años en volver a probar el Brandy. Años que conforman el gusto. Años en los que adquieres matices, perspectivas y profundidad. Años que como a la bebida, dotan de personalidad. Años que evolucionan, que matizan, que complejizan y estructuran cualquier ser vivo, sea de carne y hueso o de pulpa y hollejos. Años que a uno lo forjan en lo conductual y lo espiritual. En los que valoras un buen trago y lo distingues de uno malo


Hasta aquí el recuerdo y ahora el prospecto

Dice Jesús Terrés que la nostalgia es el refugio de los cursis. Oui c’est moi! Pero también es el espacio que habita el clasicismo tardío. Y lo clásico, no nos olvidemos, también fue moderno en algún momento. Si valoramos desde una perspectiva posmoderna, esta que Zygmunt Bauman llama modernidad tardía o, ejem, líquida, ese espacio marcado por la ambivalencia, la autoreferencialidad, el intertexto y demás conceptos de primero de cualquier grado universitario de comunicación, no puede ser acaso ¿todo moderno y clásico a la vez? Me explico. La vanguardia hoy en cocina deviene clásica y al mismo tiempo la tradición, la cuchara o el producto devienen modernos, todo fluye, todo es líquido y corresponde a hábitos, comportamientos, modas y demás etiquetas que los publicistas hemos empleados durante años para justificar unos fees desorbitados en nuestras minutas a cambio de utilizar a las marcas para lucirnos como creativos. El talento al servicio del ego. Ni del cliente ni de la marca. Ego me mei mihi mecum.

Existen lugares donde se fusiona la melancolía con la esperanza. El pasado con el futuro. Lo clásico y lo moderno. Si aquél Palentino que no superó la muerte de Casto o nuestro Aquarium que fue capaz de ser rescatado por esos camareros que una vez fueron empleados y hoy son dueños, por poner un ejemplo, lograron pasar de ser un bar de viejo rancio a convertirse en espacios repletos de modernidad. ¿Sería capaz un producto como el Brandy de ocupar un espacio en la modernidad líquida de hoy? ¿Acaso no son la decadencia y la opulencia modernas per se? “¿hay vida después de la muerte? Y si la hay, ¿Le cambiarán a uno un billete de veinte pavos?“ Para averiguar esto y descubrir si el Brandy es capaz de romper con conceptos y patrones pasados conversamos con la chef Vicky Sevilla, el coctelero Iván Talens, y con Javier Reynoso Torres Brandy.

Para nuestro más afamado y reconocido bartender Iván Talens (Only You Hotel, MésQueBarmans): “El Brandy en España está anclado. Y es una lástima, porque es nuestro destilado. Es un destilado muy versátil, pero de difícil consumo para el público general. Esta dificultad está especialmente propiciada por la imagen asociada con él en el pasado y a la tipología de consumidor tradicional que ha poseído toda la vida. Yo creo que existe un espacio para el Brandy en la modernidad, pero es necesaria una fuerte inversión en comunicación a la hora de renovar su imagen. Actualmente hay mucha intención, pero aún hace falta realidad“. Le pregunto a Iván como combinaría él un cocktail amable y de fácil consumo con Brandy. “Si el Brandy atesora calidad, como es el caso, me gusta darle un acompañamiento con un Ginger Ale premium de Schweppes, unas gotas de Bitter de Angostura y un perfume cítrico de naranja. Queda excelente. Elaborar un trago clásico como el Old Fashioned sustituyendo el Whisky por Brandy también es una opción en la que luce especialmente, ya que dentro de la coctelería clásica es un destilado fantástico“.


Vicky Sevilla, chef y propietaria del restaurante Arrels (1 Estrella Michelin, 1 Sol Repsol y Restaurante Sostenible 2021 de la Guía Hedonista) nos cuenta: “El Brandy ya no es solo cosa de hombres, es un pensamiento muy del siglo pasado y que afortunadamente se está desterrando del imaginario colectivo. Personalmente no creo en las bebidas de género. Es más, al eliminar esa concepción le damos cabida en muchos espacios como por ejemplo la alta cocina, pudiendo armonizar platos con cocktails, como hemos hecho nosotros en Arrels de la mano de Torres 20 y también dinamizar su consumo en aperitivos o sobremesas. Evidentemente es necesario conocer el producto, realizar notas de cata, combinar ingredientes que generen afinidades, etc. Pero sin duda, el Brandy tiene espacio y recorrido dentro de la alta cocina“.

Conversamos con Javier Reynoso (Global Brand Ambassador de Bodegas Torres) en The Art of Pairing x Torres  20, que destaca que la ruptura con la estacionalidad es un punto importantísimo a la hora de integrar el Brandy dentro de la modernidad. Hoy día el Brandy ya no es un producto de sobremesa y se ha ido incorporando a otros marcos temporales: aperitivos, coctelería y ocio nocturno, así como maridajes y armonías líquidas en gastronómicos. Esta ruptura espacio-temporal es fundamental para consolidar el Brandy como un espirituoso moderno. Así mismo una imagen que combine clasicismo y modernidad y que sea versátil para adaptarse a gustos y tendencias más amables y ligeras con combinaciones más frescas y menos rotundas es otra de las decisiones de marca que a través de diversas acciones están consolidando a la marca en particular y al destilado en general como una opción más entre la modernidad española.

¿Cómo reconocer un buen trago?

Un buen trago es un vestido, una cornisa, un refugio y un altar. Es un misterio y un recuerdo. Un muro y un ariete. Un telón de acero. Un cohete. Un barco, una coraza. Una gran bola de fuego y un estilete. Un bisturí y una cabaña. Un buen trago es un paseo, un ocaso, un hoja de fresno. Es un abrazo en invierno, un oasis en verano, un poema de la Bella Varsovia, un beso a Óscar Wilde. Es un golfo, un cabo y un acantilado. Un silencio en armonía. Un río y un meandro. Un faro. Una gruta. Un rayo que no cesa, un susurro a medianoche. Un laberinto. Un papel de estaño. Un anhelo y un suspiro. Un buen trago es una piel, un olor y una mirada. Un puente, un río, un libro. Una luz, un reloj. Un antes. Y un también.

En definitiva en este mundo de la modernidad líquida, este espacio que fluctúa entre el snobismo digital, las creencias frágiles, la incertidumbre etérea y la ficción diaria, uno no siempre está preparado para reconocer un buen trago, pero creedme, siempre sienta mejor que uno malo. Y el Brandy lo es. Bueno y eterno. Quizás, por eso, no hay nada más moderno que recurrir a lo clásico para pasar un buen trago: una barra honesta, una conversación sincera y la memoria en los labios. Porque nunca nada muere si la memoria se hace fuerte.


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