Cuesta mucho escribir en medio de una tragedia. Yo tengo la suerte de no haber perdido a nadie, aunque tenga algún familiar y amigo a los que ha rozado la fatalidad. Pero como a todos los valencianos me ha golpeado esta tragedia como un shock. Barro, barro y más barro. Un insoportable número inconcluso de fallecidos.
El aviso cuando ya había gente atrapada, la negación de la magnitud del riesgo, los mensajes restándole hierro a la Dana antes de que ocurriera lo peor. Hasta las fotos frívolas del president o la reunión del responsable de emergencias para tratar asuntos taurinos, mientras todo pasaba. La sucesión de negligencias que condujo a les morts evitables, como titulaba el periódico francés Liberation. Las responsabilidades que condujeron a la tragedia son evidentes y se tendrán que exigir.
El descontrol en la respuesta, el retraso en solicitar la ayuda al ejercito, la desorganización, fuerzas y cuerpos especializados esperando a venir sin que se les autorizara por la Generalitat, el desamparo vivido en las calles anegadas. Como si las instituciones valencianas hubieran desaparecido o como si quien las dirigiera se hubiera quedado paralizado. Huyendo de su responsabilidad o tratando de esconderla. Qué diferente hubiera sido esto, antes y después, con otro President y cuánto lo hemos echado de menos.
Pero en los momentos duros no es solo cuando se evalúan las personas, sino también las sociedades. Y la valenciana es la que ha cruzado el puente peatonal que une San Marcelino y La Torre cargados con lo que podían llevar para ayudar. También es la que se indigna contra una situación ante la que ha fallado el sistema público. O, mejor dicho, los responsables de dirigirlo.
Y no es la que ha agredido a los responsables institucionales en Paiporta. Allí fueron unos pocos los que intentaron aprovecharse del dolor de los que sí eran vecinos y vecinas. Personas destrozadas, de los que intentan aprovecharse personajes insensibles. La visita fue un error, sí, lo dije, lo digo y lo mantengo. Era lógica y esperable la indignación colectiva. Pero nada justifica la violencia, ni tampoco fue espontaneo que se produjera.
Porque tras esa violencia no está algo inocuo, sino precisamente los sentimientos contrarios a los que han movido y mueven la solidaridad de los voluntarios valencianos. Unos cruzábamos a ayudar movidos por la empatía con el otro, deseando que su vida vuelva a lo más próximo a la normalidad cuanto antes. Los otros quieren que todo vaya mal, lo peor posible, para que todo se rompa.
Por eso cuando los primeros entonan sols el poble salva al poble lo hacen con el objetivo de salvarlo y cuando los segundos entonan solo el pueblo salva al pueblo (no es baladí el cambio de lengua) lo hacen con el deseo de instrumentalizar la catástrofe.
Los primeros no lo entonan contra lo público, sino reclamando un sector público del pueblo y para el pueblo. Reclamando que no les falle. Los segundos quieren precisamente que esa respuesta de las instituciones, la que se reclama en las zonas afectadas, no exista. Porque directamente no quieren que existan esas instituciones democráticas, quieren una sociedad de sálvese quien pueda.
Y los valencianos y valencianas que estamos viendo las consecuencias del sálvese quien pueda debemos reclamar un sistema público capaz y con lideres capacitados. No porque no estemos dispuestos a meternos en el barro, ni a usar escobas o cualquier herramienta improvisada para ayudar a nuestros vecinos. Sino porque deseamos que no haga falta.
Aunque ya llegarán las reflexiones, como las responsabilidades, ahora que lleguen las soluciones. Lo más rápido posible, sin excusas, sin más errores. Pero por el camino que nadie se aproveche del dolor valenciano.
Gracias por todo lo que habéis hecho. Cuidaos y cuidad del otro.