VALÈNCIA. A finales de los 90, uno de los últimos descubrimientos colosales que hizo El Víbora fue Dave Cooper. Su historia Muérdete la lengua era una verdadera locura. En ella, se adelantaba a la polémica El motel del voyeur de Gay Talese. También iba de un edificio donde el propietario tiene cámaras y espía a todos los inquilinos para masturbarse, pero aquí había elementos sobrenaturales y telepáticos, además de una subtrama coprófaga muy divertida. El dibujo, además, era excepcional, con unos sombreados y blancos sobre negro de los que ya no existen. Canadiense de excepción, uno más de la vasta escena de ese país, sobre todo en Quebec, su imaginario enfermizo podía situarse fácilmente al lado de los Clowes o Burns, pero sin usurparlos.
Pregunto a Hernán Migoya, director de El Víbora en aquellos años, cómo llegó a su mesa semejante titán. Me cuenta "Fue un descubrimiento de toda La Cúpula, de toda la editorial, fue algo natural. Tanto Clowes, como Chester Brown y Cooper llegaron por sí mismos porque no había tantos como ellos en los noventa; no había tantos autores buenos, supercompletos, en aquella época. Su estilo era una especie de efervescencia indie, medio grunge, medio revival del underground de los 60 y 70, pero aunque resulte difícil de creer, eran pocos haciéndolo. Cooper te entraba por el ojo, te dejaba turulato, y cuando empezamos a leer las historias era una maravilla. Flujo, de hecho, creo que debería ser mucho más célebre, juega con todo lo que a la gente le da repelús, el morbo, la perversidad y la pasión por la fealdad, fenómenos que no le gustan a todos los compradores de novelas gráficas, que generalmente prefieren algo social para sentirse buenas personas. Para mí, siempre será uno de los grandes, de los cuatro grandes de esa generación. Además, traté con él personalmente y era un tío cojonudo, campechano y buena gente. Me encantan sus obsesiones, que tenga un estilo propio y tan retorcido, la verdad es que me asombra que no sea mucho más popular en España, pero creo que en los próximos veinte años dará todavía mucha guerra y su popularidad aumentará".
¿A qué se refiere Migoya cuando habla de Flujo? Pues a la obra que reeditó La Cúpula en 2019 sobre la relación entre un artista dolido por una ruptura sentimental y una chica gruesa que le hace de modelo. Acaba siendo una danza sadomasoquista entre ambos, una colección de frustraciones, deseo y sobre todo dominación. Una especie de Lunas de hiel de Polanski, pero sin atisbo de atractivo evidente y, por tanto, comercialidad cinematográfica, de Emmanuelle Seigner y una línea mucho más transgresora. Si quieren recomendar un cómic con una historia de amor, las habrá muy bonitas, pero no más intensas que esta.
La cuestión es que ahora la que se reedita es Escombros. La trama guarda similitudes con Flujo. También tenemos a un hombre despechado. Se trata del trabajador de una cadena de montaje de muñecas al que le deja su novia porque ha descubierto que es lesbiana. Hundido, se deja enredar por un amigo que tiene intereses y contactos en la industria del porno y deciden marcharse a Hollywood a ver si pueden trabajar con ellos y salir de su rutina laboral y desesperación sentimental.
En el viaje se encontrarán con escenarios surrealistas llenos de criaturas inimaginables. Se supone que en el espacio que queda entre las ciudades los humanos ya no pintan nada. Al llegar, descubren algo que no esperaban. Sus sueños pornográficos les saldrán por la culata. Darán con una conspiración lésbico feminista con aliados alienígenas que amenazará la vida en la Tierra tal y como la hemos conocido. Un delirio maravilloso y descacharrante.
En esta historia sigue el gusto de Cooper por las mujeres obesas, pero sobre todo hay un sentido del humor muy fino sobre el hecho de ser varón. Se burla de sus protagonistas masculinos, les sitúa lejos de los machos alfa, aunque con aspiraciones a convertirse en uno de ellos, pero luego, en el intento, el destino les juega malas pasadas. La paradoja en el desenlace final de esta historia es bastante cruel. De alguna manera, Cooper captura la misoginia de los incels o derivados y juega con ella como un gato con un pajarito que ha atrapado. Hay algunos especialistas que comentan que se ha calificado a Cooper como el David Cronenberg de los cómics, pero en mi opinión tiene mucho más sentido del humor que este cineasta.
Tanto el humor como los paisajes y escenarios tienen un aspecto naive y divertido. De hecho, es fácil de reconocer. Dave Cooper fue uno de los principales diseñadores de la serie de dibujos animados Futurama, de Matt Groening. Los robots de este cómic, así como los mundos que se habitan, son perfectamente intercambiables con los de la serie. Ocurre lo mismo con su otra obra, también desternillante, Succión, que también lanzó La Cúpula. Cabe destacar que participó en los bocetos del Nueva York de Futurama y en la creación de su personaje más emblemático, Bender, aunque sus ideas al final donde más se emplearon fue en la oficina de Planet Express, la empresa que tienen los protagonistas. Si tenemos en cuenta que también tiene una faceta como pintor, nos encontramos ante uno de esos extraños talentos polivalentes que, pese a que destaque en ámbitos con gran visibilidad y prestigio, cuando toca las viñetas tiene que hacerlo para aberrar, que es lo que nos gusta.