Hoy es 4 de octubre
Tengo para mí, amigo de la claridad y del trato directo, que nuestro Ministro de Exteriores y el Sr. Presidente de Argentina se deberían tomar cualquier día un café en la Plaza Mayor de Madrid y con tan sencillo gesto darían por cerrado un incidente sin sustancia invocando algo que es verdad: el mayor patrimonio de nuestra cultura y sociedad debería ser mantener la más próxima, social y próspera relación con Argentina y con cualquier de los países que hablan castellano, vinculados de una u otra forma a Las Siete Partidas. Comencemos por recordar que en nuestra infancia siempre oímos hablar de que "el hijo de…" ha venido de Buenos Aires; en nuestra juventud universitaria, Ediciones Losada nos trajo a muchos el pensamiento que se estaba gestando en Europa. Y, en nombre de todos los emigrantes y de todas las ediciones Losada de América, recurrir a un café es la solución más directa y franca que cuenta con el sentido común. Reconocido esto y el patrimonio que suponen y representan las Academias de la Lengua castellana sería de desear que ese café no se demorara. Tampoco se necesita más. Ni actos de desagravios ni actos de pleitesía. Un café cordial porque no precisamos más cuando de nosotros y desde su ceguera un argentino ha dicho:
"España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad.
España del inútil coraje,
Podemos profesar otros amores,
Podemos olvidarte
Como olvidamos nuestro propio pasado,
Porque inseparablemente estás en nosotros,
En los íntimos hábitos de la sangre,
En los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal".
Toda dilación testimoniará simpleza, precipitada severidad, fanatismo autosuficiente que no está dispuesto a reconocer los propios errores. Quiero pensar que la decisión de cortar amarras con Argentina es fruto de la precipitación, propia de quien no utiliza con acierto el arte de saber guardar silencio y aguardar el momento oportuno. Dejar sobre la mesa de un juez un asunto querido, próximo y por el que estamos dolidos es dejarlo en el lugar más adecuado y que nos otorga más posibilidades de defensa en nuestra sociedad; Llevarlo a la plaza pública es abandonarlo. Lo dicho: un café en la Plaza Mayor de Madrid o Salamanca y sin necesidad de convocar a los medios de comunicación. Bastará con el testimonio de los más próximos.
En realidad, si nuestro mal precisara de una tomografía sería fácil recurrir a un argentino para recoger las distintas capas de nuestro sentir.