Te lo juro. Deja de leer. Si tu intención es saber algo más sobre ese activo tan tóxico como el bocado de un varano de Komodo, déjalo aquí. Me resisto a unirme a la campaña de chistes contra personas que han perdido sus ahorros como consecuencia de un ataque de avaricia y una inyección sobredósica de confianza, pensando que podían trampear ellos al sistema en lugar de que éste les masticara, hiciera pedazos, engullera y deglutiera con la tranquilidad con la que lo hace siempre.
Así que no, no va a ser de cripto. Ni de NFTs. Por mucho que me seduzcan y me apasionen los mercados financieros (not). Cada uno sabrá en qué vicios decide malgastar su abundante o escaso capital. Dicho esto, no quiero dejar pasar la oportunidad de advertir sobre una cosa que me parece fundamental: la especulación es mala para la colectividad. Siempre. Pero, además, es mala para tu propia cuenta corriente si no aciertas el momento. Y es difícil que atines el momentum, José Manuel, si te ha asesorado técnicamente tu cuñado que, lejos de ser un bróker financiero en la bolsa singapurense (porque si lo fuera, no te habría aconsejado que te metieras en el último peldaño de un esquema piramidal), se dedica a cualquier trabajo honrado. Si ésa es tu fuente de información, llegas tarde a la ola. Mejor no la surfees. Dicho lo cual, por favor, más regulación e intervención de estos mercados. Definitivamente.
En cambio, y como te había advertido, vamos a hablar de otras cosas mucho más fascinantes: el mercado de transporte aéreo de pasajeros. El melón lo han puesto encima de la mesa y está pidiendo a gritos ser abierto. Y estos gritos no los estoy oyendo yo sola porque recientemente me haya quedado tirada por quincuagésimo novena vez en algún sitio remoto y esté muy molesta por el peregrinaje de reclamaciones que voy a tener que iniciar a continuación. Noooooo. Nunca usaría yo esto como terapia o para despotricar sobre algo que me afecta a mí personalmente. Por quién me tomáis (lo cierto es que a la vez que escribo el artículo tengo la plantilla abierta de demandas de aéreos y pienso “control c, control v” el rollo que os voy a meter aquí).
Érase una vez una vez un mercado que funcionaba… regular, por ser generosos. Los incumplimientos contractuales eran tan habituales que el hecho de que te llevaran a tu destino en tiempo y forma (la cuadratura del círculo) arrancaba enfervorecidos aplausos de los tolerantes o inermes consumidores. Y eso debería hacernos sospechar. Imaginemos un restaurante en el que, al servirte exactamente la comida pedida, la gente, en total y feliz incredulidad por el milagro presenciado, se mirara con asombro y juntara muy rápido y con algo de ímpetu las palmas de las manos rítmicamente. Nos haría arquear una ceja y salir por donde hemos entrado a paso rápido, creo.
En realidad, el problema fundamental en este mercado (al menos, inicialmente) no es estrictamente de defensa de competencia (no parece haber muchos acuerdos colusorios y no existe, de momento, una posición lo suficientemente hegemónica como para llamarla “dominante”). Aunque convendría hacer una diferenciación entre la situación del mercado pre y el panorama post pandemia porque la creciente tendencia a la concentración ha determinado que, en algunos casos, se haya tenido que frenar por la Comisión la política de consolidación perseguida (concentraciones como la de Transat y Air Canada; y Air Europa e IAG, por ejemplo). Una pista ya bastante ilustrativa de lo que son las condiciones de competencia en el sector, porque os recuerdo que las autoridades no son precisamente muy conservadoras en estos análisis de afectación potencial del mercado. Todo esto sin entrar en el rocambolesco espectáculo de la concesión y posterior anulación de algunas ayudas de estado a grandes compañías aéreas.
Pese a lo anterior (¡que no es poco!), lo cierto es que tras su liberalización hace varias décadas ya, este mercado experimentó una bajada sensible en precios, generalizando el uso del avión y convirtiendo sus disfunciones en la pesadilla de algunos millones de consumidores. El nuevo marco jurídico-económico también favoreció la entrada de compañías de “bajo coste” (que es más la referencia al modelo de negocio operado que una garantía de precio bajo final), incrementando el número de participantes. A este equipo ganador se suma el desarrollo tecnológico, entre otros, introducido por la posibilidad de hacer publicidad y precios personalizados y por buscadores online de vuelos, que *pueden* ayudar a los consumidores a adoptar decisiones informadas y racionales comparando ofertas.
Las mejoras anteriores, lamentablemente, no garantizan que funcione como la seda. Bien al contrario, ha alojado abundantes prácticas desleales como consecuencia de la falta de transparencia. (¡Ah, la transparencia…! Esa situación a la que se aspira en las relaciones comerciales *entre iguales*, donde la información perfecta es el sursuncorda y a la que se le atribuyen propiedades mágicas). Como muestra, las sanciones impuestas por la autoridad de competencia italiana, muy activa por estos lares, sancionando a Ryanair y Wizz Air por engaño y confusión de consumidores.
Este caldo, ya sustancioso, de prácticas desleales se ha enriquecido durante la pandemia: cuando se cancelaron todos los vuelos por fuerza mayor y las compañías, obligadas por la legislación a restituir su prestación al consumidor, lo que hicieron fue emitir vales canjeables (de forma en teoría al menos optativa) por el precio pagado, a veces incluso con fecha de caducidad, algo que se visó en cierta forma en España por el ministerio de consumo. Si no se había canjeado, se podía solicitar la devolución del importe. Por supuesto, no siempre se hizo. La consecuencia fue que, para obtenerlo, debía interponerse una demanda y éste no es el pasatiempo favorito del consumidor medio. “No os preocupéis, que tenéis el voucher. No habéis perdido el dinero. Viajar vais a viajar en algún momento”, nos dijeron, mientras omitían que era una forma de financiar particularmente a las compañías, a la vez que también ponían la mano para obtener ayudas de estado. La sorpresa llega cuando, al estar bloqueado el consumidor en la operadora a la que compró inicialmente el billete, sin competencia, se ve incapaz para reaccionar al cambio del precio del billete para ese trayecto como consecuencia de los vaivenes y avatares del “mercado”. Que es el problema que vamos a ir viendo ahora.
Vamos a hacer un cursillo acelerado de law and economics: el estatus quo ya beneficia suficiente a los operadores porque la mayoría de consumidores no va a interponer demanda, incluso teniendo todas las papeletas para ganar. Aquéllos que lo hagan, además, van a tener que probar el daño que ha producido el incumplimiento -voluntario o involuntario (del contrato y de la obligación de restituir el importe del vale si se solicitó (que tampoco se entiende que el sistema por defecto requiera solicitarlo…))-. Como última ratio, el mercado debería sancionar, al menos reputacionalmente, a los operadores que lleven a cabo estas conductas. Pero la realidad es que no siempre hay abundante competencia hacia la que desplazar la demanda insatisfecha. La conclusión evidente es que sale a cuenta incumplir.
En resumidas cuentas, yo vengo con una propuesta innovadora y radical. Ojo al tema, que voy a ir rápida. Cuando estas circunstancias se producen, haciendo que merezcan la pena determinadas conductas infractoras, se produce un fallo de mercado. Pues qué queréis que os diga, yo creo que debería haber algo… no sé, como una institución que protegiera los intereses de sus ciudadanos y estuviera dirigida también a corregir este tipo de circunstancias… así como pudiendo regular y hacer cosas como imponer sanciones públicas que desincentivaran verdadera y auténticamente estos comportamientos (no sólo económicas, sino incluso retirada de licencias para los reincidentes). A este invento podríamos llamarlo, por poner un ejemplo, “Estado” (¿os convence el término? También se me ocurre que podemos llamarlo “Administración”. Suenan bien los dos). Me decís si aplicamos la idea y la hacemos funcionar.
Además opino que la monarquía debe ser abolida.