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No éramos dioses. Diario de una pandemia #1 

Estoy de bajón

16/03/2020 - 

VALÈNCIA. Hoy lunes debería estar en Madrid disfrutando de unos días de descanso, hospedado en el hostal Don Juan, pero estoy escribiendo las primeras líneas de este diario, encerrado en mi casa y muy aturdido, como la mayoría.

Es difícil aceptar lo que está sucediendo. Es difícil porque parece irreal, como sacado de una película de terror. Toda España recluida participa de figurante en esta película de serie B. Si alguien nos lo hubiese dicho hace sólo un mes, lo hubiéramos tomado por loco. Como ha sucedido con otras catástrofes, nadie supo ver lo que se nos venía encima: ni los de arriba —lo que el vulgo llama autoridades—, ni los de abajo, acostumbrados a recibir los cascotes de la historia en sus cabezas.

En mi finca no se oye a nadie. Solo el piar de los pájaros rompe el silencio. Nos habíamos olvidado del canto de los pájaros y de que éramos mortales. Quisimos competir con los dioses y de nuevo hemos perdido la partida con ellos. Los dioses, conocidos por su carácter vengativo, han elegido un bichito para recordarnos nuestra finitud, para reírse de nuestras miserias.

Lo creíamos tener todo controlado y en realidad no controlamos nada. Lo que parecía sólido se ha derrumbado en pocos días. Llevados por la soberbia, imaginamos que podíamos vivir sin incertidumbre. Pensábamos que escaparíamos a las leyes crueles de la historia. Nos avisaron con la crisis de 2008 y no aprendimos nada; ahora, con menos defensas, más viejos y frágiles, nos debemos enfrentar a una guerra desconocida porque el enemigo viaja por el aire. Lección de humildad para tanta cabeza hueca.

De ver la televisión y leer periódicos (ayer, contraviniendo las normas, fui a un quiosco con la ansiedad de un yonqui que busca su papelina), he caído en un estado cercano a la depresión. No estoy aún histérico, pero me noto alicaído, tristón, sin ganas de hacer nada. Reparto las horas entre el comedor y el dormitorio, con paradas cada vez más frecuentes en la cocina, y así voy matando el tiempo.

Lo peor de todo es que esto va para largo.

Las secuelas de la manifestación del 8-M

Ayer Begoña estaba preocupada porque hace una semana estuvo en la manifestación feminista. No quise hurgar en la herida pero le recordé que una Begoña conocida se había infectado. Pensé: ¿qué hacía ella con mujeres que no son de su cuerda? La gente de orden sólo se manifiesta lo indispensable. Se deja llevar por sus amigas. Me vio toser y se inquietó, pero le dije que mi tos no era seca y que no tenía fiebre (tampoco un termómetro para tomarme la temperatura). Una tos te convierte hoy en un ser sospechoso.

Tuve que llevar a Begoña a su casa y, al repostar en una gasolinera, la empleada me avisó, a través de la luna que nos separaba, de que cometíamos una ilegalidad al viajar dos en un coche. Por suerte no encontramos a ninguna patrulla de la policía en el trayecto de ida; a la vuelta me crucé con un vehículo con militares.

Antes de llegar a casa hice fotos de algunas avenidas vacías. La ciudad estaba desierta, irreconocible, desolada. En la radio un policía le reñía a un hombre por salir a la calle: "¡No se puede salir a pasear! ¡Esto no es cachondeo; esto es serio! ¡Hay mucha gente que está muriendo!". Al final lo multó.

No se puede pasear, no se puede circular en bici, no se puede ir al cine ni al gimnasio, no se puede pisar una librería, no se puede uno cortar el pelo, no se puede tomar una cerveza en una terraza…

Este toque de queda se nos va a hacer muy largo, con o sin papel higiénico.

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