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tribuna libre / OPINIÓN

Eugenio Oneguin o una decisión ante lo incierto

Foto: FERNANDO CALVO/MONCLOA
19/11/2024 - 

Hay dos elementos que te condicionan día a día. El primero (y no por orden) es la calidad del aire que respiras. El segundo es el conjunto de elecciones que realizas. Un espíritu determinista anularía de raíz la importancia del segundo, pero a Hamlet lo tenemos demasiado presente como para ignorarlo en base al dogma o a una de esas frases simples de Joan Didion. No en vano, el decision making process (o proceso de toma de decisiones) forma parte de nuestro acervo cultural. En 1670, Blaise Pascal filosofaba por primera vez -y en serio- sobre el tema. Desde entonces han proliferado los tratados, estudios o columnas en que se diserta sobre él por ser algo que pertenece al ser humano, algo intrínseco (quizás lo más sino lo único) a su propio y libre albedrío.

Sobre Shakespeare hay quien dice que escribía sobre el poder, cuando en realidad el conflicto aparecía en el proceso de toma de decisiones de sus protagonistas, que por ser reyes -o casi- presentaba un dilema doble: el que afectaba al mismo rey y el que afectaba al otro -ese ente extraño, anónimo y mortal-. Shakespeare es sólo un ejemplo extraordinario en el conjunto de la dramaturgia, ya que existe un género especialmente apegado al decision making process: la Ópera. Más allá de bagatelas amorosas o diatribas a favor o en contra del poder, toda Ópera (incluyendo aquellas más bien bufas o humorísticas) toma como eje argumental y clímax dramático al héroe y a su proceso de toma de decisiones. La traviata, Madama Butterfly, Don Giovanni. Su lucha por el amor, la fidelidad y los sentimientos puros, constituyen una mera excusa para extirpar todo aliento a cientifismo que pudiera destilar cualquier teoría de la decisión.

Estrategas como Napoleón, así como una serie de pensadores realistas o elitistas han otorgado un carácter más noble y elevado a aquel que ha demostrado su capacidad de decidir. Sin embargo, no son muchos menos los que, como Borges en la estela de Aristóteles, han alabado la existencia de la duda como "origen de la inteligencia". El decision making process ha atravesado siglos y acontecimientos, y su emblema o fundamento ha variado desde que Pascal lo formulara por primera vez. No es lo mismo la tensión grupal y el deber ético que se desprende de Nabucco, que la orgía inmoral de Rigoletto -donde la duda deja paso al latrocinio-. El proceso hasta la decisión no es el mismo en época de crisis, de conflicto, de catástrofe, o simplemente, de tiempo incierto, que es el tiempo en el que proliferan los maestros, los profetas, el villano o el que miente, y por lo tanto es el tiempo en el que toda decisión se convierte en decisión crucial. No es casual que Hamlet fuera creada en un momento incierto en el que Inglaterra se enfrentaba a una grave crisis económica y militar en la que su soberana, Isabel I, fue acusada de inacción e indecisión. Del mismo modo, la Francia de los Pensamientos de Pascal estaba sumida en un momento crítico plagado de revueltas internas que amenazaban el poder absoluto de Luis XIV y por lo tanto a Versalles como centro único de decisión. Y es que no hay momento más necesitado de personas que toman decisiones con rigor, amor y perspectiva que los tiempos de profunda incertidumbre y crisis.

Theodore Roosevelt -quien asumió su condición de líder en un periodo de especial dificultad- afirmó que "en cualquier momento de decisión lo mejor es hacer lo correcto, luego lo incorrecto, y lo peor es la inacción". Doy por hecho -y ningún lector lo dudará- que los tiempos que vivimos son inciertos, de catástrofe y de crisis. Estos es una realidad. Unos piden reflexión, otros más lanzados como Tito Livio argumentan que en el caso de una "situación adversa y de escasa esperanza, las determinaciones drásticas son las más seguras". Sin embargo, y muy a pesar del "otro" -de nosotros, del cliente, de la sociedad no-resiliente- no encontramos liderazgos y sus decisiones -las de ellos- se asemejan más a las de Mao Zedong -que las fundaba en el oráculo del I Ching- o a las de Richard Nixon -quien las basaba en lo que él llamaba teoría del loco-. Nuestra realidad contiene tanto aquellas algaradas de otros tiempos como aquel espíritu de Shakespeare y, sin embargo, nuestras mentes decisoras tienen más de la actitud despreocupada de Eugenio Oneguin. Ese tipo que no duda ni ama. Nunca sufre, dice o habla. Un señor que se pasea con orgullo y que decide dar, quitar o aproximarse a uno, a otro, a todos o a ninguno. Un ente promiscuo en su decision making process ya que su íter no tiene castigo, premio o chanza. Y sus decisiones son tan sólo bofetadas al rigor del pensamiento. Un algo que al terminar desaparece haciendo mutis por el foro. No hay juicio, ofrenda ni moral. Es un héroe nihilista que se esfuma en el silencio. Y después, la orquesta deja de tocar.

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