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PUNT DE FUGA / OPINIÓN

Europa por la paz

Foto: A.ORTEGA POOL/EP
1/07/2022 - 

La Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid esta semana ha arrojado resultados claros: un incremento del grado de beligerancia y de agresividad de la alianza trazando un escenario de agudización de los conflictos geopolíticos. En primer plano, la invasión rusa de Ucrania, como telón de fondo, el auge de China y el declive progresivo de los Estados Unidos como superpotencia.

Las protestas contra la OTAN que se han producido estos días en España han estado bajo mínimos. Para algunos esto confirma que, ante la amenaza rusa, las sociedades europeas desean cobijarse bajo el paraguas que ofrecen los Estados Unidos. De algún modo se estaría produciendo un resurgimiento de la lógica de la Guerra Fría en la que nos veríamos obligados a elegir bando que sería, consecuentemente, el de Occidente. Esta justificación de un agotamiento del “No a la OTAN” que parece tener su lógica, no explica sin embargo porque el punto culminante de aquel movimiento se produjo a finales de los 70 y comienzos de los 80 precisamente en un contexto de máxima polarización entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética. ¿Es que acaso no estaba sometida España entonces a una presión manifiesta para tomar partido?

Haciendo memoria, precisamente en aquella época alcanzó su mayor grado de expansión y de prestigio el Movimiento de los Países No Alineados impulsado en un primer momento por los líderes de países recién independizados como Nasser en Egipto, Nehru en la India o Sukarno en Indonesia. En pocos años se sumaron muchos otros países incluyendo, por ejemplo, a Yugoslavia en Europa o llegando a América Latina con la participación de Cuba. Aquel fue un fenómeno fundamental que abrió una tercera vía entre las dos grandes superpotencias que reclamaba no solo la independencia de los países colonizados, sino un orden internacional democrático que garantizara la paz y que promoviera la cooperación económica y la solidaridad.

Si en España hubo un extenso movimiento de oposición al ingreso a la OTAN fue porque existía una alternativa mejor. Ese movimiento no ha muerto. Son muchos los países que han condenado sin paliativos la invasión rusa de Ucrania pero que se han negado al mismo tiempo a subordinarse a la dirección de los Estados Unidos y de la OTAN, entre ellos algunas de las principales economías en desarrollo del mundo como la India, Sudáfrica, México o Argentina.

Manifestación contra la OTAN, a 26 de junio de 2022, en Madrid. Foto: JESÚS HELLÍN/EP

Europa está en estos momentos siendo una pieza de ajedrez en un tablero en el que los grandes jugadores son otros. La economía europea se ha convertido en arma de guerra frente a Rusia, pero como ya predijo Keynes en “Las consecuencias económicas de la paz” en 1919, cualquier sanción contra ellos es a su vez una sanción contra nosotros mismos. La inflación ha rebasado tasas del 10% y las consecuencias las están pagando las familias y nuestro tejido productivo que tendrán que hacer frente, además, a una subida de los tipos de interés por parte del BCE. Una subida de tipos para intentar atajar la escalada de precios constriñendo el consumo y la inversión y, con ello, afectando a la recuperación económica.

Efectivamente el régimen de Putin es una amenaza para Europa. Lo es porque, de hecho, ha amenazado militarmente a países de la Unión Europea y lo es por su apoyo y su financiación a las extremas derechas europeas. Efectivamente Rusia ha vulnerado el derecho internacional invadiendo Ucrania y la solidaridad con el pueblo ucraniano es un imperativo ético para nosotros.

Pero la cuestión, por tanto, es que Europa se ve socavada por ambos lados: por los costes del enfrentamiento con Rusia y por su falta de autonomía estratégica frente a los Estados Unidos. Europa se ha visto arrastrada a una guerra que no ha provocado, que no le interesaba en lo más mínimo, en la que no tiene nada que ganar y en la que no tiene iniciativa para poder ponerle fin.

Estamos en una alianza en la que hay intereses divergentes. A Europa le conviene que la guerra finalice lo antes posible, no le conviene disparar su gasto militar mientras entorpece su propia recuperación económica, tensa los desequilibrios entre Estados miembros y exacerba el descontento social. Desde la perspectiva de Estados Unidos todo esto cambia, porque no tienen que asumir unos costes equivalentes y porque, de hecho, la Guerra de Ucrania es solo un escenario regional de un conflicto geopolítico de mucho mayor alcance con China.

Foto: V. ICTOR/XINHUA NEWS

Esa divergencia de intereses se ha expresado en el caso español muy claramente en la política de apaciguamiento de Marruecos, el aliado fundamental de los Estados Unidos en el norte de África. En la que es sin duda la peor decisión que ha tomado el Gobierno de España en esta legislatura, hemos logrado, de momento traicionar nuestros compromisos con el Sáhara Occidental, abrir una crisis diplomática con Argelia -nuestro principal proveedor de gas- y, hace unos pocos días, convertirnos en cómplices de una masacre con 38 personas muertas en la frontera de Melilla.

La política española y europea va a estar condicionada en los próximos tiempos hasta el más mínimo detalle por la guerra, una guerra que puede prolongarse y agudizarse tanto como quieran sus promotores. Por eso es ineludible que tomemos una posición nítida y decidida no solo respecto a la OTAN, o no solo condenando la invasión rusa de Ucrania, sino defendiendo que Europa debe tener su propia política de relaciones internacionales y de defensa, que Europa debe promover la paz y el fin de la guerra lo antes posible.

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