VALÈNCIA. El verano da para mucho. Es una excelente escuela en la que puedes aprender desde reparar la cisterna del WC llave inglesa en mano y dando saltos de alegría, hasta instalarte tu sola el nuevo router porque te dicen desde la compañía telefónica que el viejo te lo han “hackeado”. Este verano, los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils por parte de una célula yihadista propia, educada en “casa nostra”, nos han enseñado otras cosas. Pero no nos han enseñado el difícil camino de la integración -definir integración-.
Tampoco en las altas instancias parecen tenerlo nada claro. Y de ahí los cruces de acusaciones entre políticos y mandos policiales por ver la paja en el ojo ajeno, por un quítame allá un email. Porque la policía belga, ésa que ha prevenido tantos ataques desde el de Charlie Hebdo hasta hace dos días cerca de la siempre concurrida Grand Place, esa que ha desmantelado tantos grupos yihadistas —por favor, léanlo en tono irónico—, ésa, dice que envió un email a los Mossos “alertando” del imán de Ripoll.
Los cuerpos y fuerzas de Seguridad nacionales —sus mandos— se han enzarzado con los Mossos d’Esquadra de la Generalitat de Catalunya en una guerra dialéctica y varias luchas intestinas por ver quién tuvo la culpa del ataque terrorista —preludio del proceso soberanista, recuerden—. Cuando lo que deberían hacer es felicitarse mutuamente y ponerse todas las medallas del mundo. Porque entre todos, cuerpos de seguridad nacionales, autonómicos y locales, han conseguido acabar con este grupo terrorista en ¡tres días!
Ningún otro de los ataques yihadistas en París, Bruselas, Niza, Berlín o Londres de los últimos dos años ha logrado un éxito tan rotundo. Y ello, con la descoordinación que siempre ha habido entre los distintos cuerpos de seguridad, también nacionales. Sempiternas son las disputas y los recelos entre Guardia Civil y Policía Nacional por no compartir información, por ver quién lograba antes el éxito durante una operación… Por no hablar de los eternos problemas de comunicación digital entre los distintos agentes jurídicos: jueces, fiscales…
Recuerdo con añoranza al querido fiscal jefe de València, Enrique Beltrán, cuando a finales de los años 90 pataleaba porque no podía escribir un mail a un juzgado desde la Fiscalía, porque entre el Ministerio de Justicia y el Poder Judicial había incompatibilidad de programas informáticos y, yo diría también, incompatibilidad de caracteres. Así se escaparon algunos asesinos en serie. Los problemas de interconexión informática persisten en el Siglo XXI, el de la Revolución Digital, aunque hayamos cambiado hasta de Milenio.
Hecho este inciso, ¿cómo no va a haber descoordinación entre Gobierno autonómico y central? No olvidemos que la competencia en inteligencia, defensa y seguridad es nacional. El expresidente Artur Mas —por favor, léanlo acentuando la última sílaba de Artur, que no es anglosajón…— ya fue denostado por intentar crear un CNI catalán, el CESICAT, y ahora, el Parlament anuncia que aprobará la creación de la Agència de Ciberseguritat… Pero ahora están en otra deriva.
Recuerdo que, durante mi trabajo con la Generalitat Valenciana, me lo dejaron bien claro en la Representación Permanente de España ante la Unión Europea —la Reper, para los amigos—. Me dirigí al entonces embajador COPS (Comité Político y de Seguridad), Nicolás Pascual de la Parte. Por cierto, tuvimos un feliz reencuentro recientemente en el curso de verano que organizó la Directora General de Exteriores de la Junta de Extremadura, Rosa Balas, con la Fundación Yuste, en el mismo Monasterio de Yuste. El saludo fue durante el chapuzón en la piscina. Yo le había pedido casi dos años antes, en su despacho de la Rue de la Loi, cómo podía colaborar el Gobierno Valenciano en materia de seguridad a nivel europeo. “No case”, que diría un juez inglés. Imposible.
Poco después, y gracias al infalible trabajo del equipo de la Delegación valenciana en Bruselas, durante un seminario en el Parlamento Europeo, el Director de Europol, Rob Wainwright, me dio una pequeña solución cuando le interpelé. Se llama RAN (Radicalisation Awareness Network), una asociación impulsada desde la DG Home, es decir la Dirección General de Interior de la Unión Europea, cuyo objetivo es prevenir el terrorismo y la radicalización. Entre sus grupos de trabajo, se incluye la policía local y regional. Si quieren, ya que es voluntario. De hecho, los Mossos estuvieron durante unos años trabajando con RAN, según me contó un responsable en una conferencia en Barcelona contra la radicalización entre los jóvenes.
Llegados a este punto, la lucha encarnizada por si la policía autonómica catalana tenía acceso a Europol —la agencia de inteligencia y cooperación policial de la Unión Europea— o no ha llegado hasta el absurdo. Y de ahí, les recuerdo, el famoso email citado más arriba de un policía local belga a un Mosso, preguntando por el imán de Ripoll.
Como el curso escolar empieza pronto, para terminar, vamos a ponernos didácticos. La Oficina Europea de Policía, Europol, fue creada con el Tratado de Maastritch para facilitar el intercambio de información entre los Estados miembros, proveer análisis operativos en apoyo de los Estados miembros, realizar informes estratégicos y análisis de inteligencia con los Estados miembros y colaborar en las investigaciones dentro de la Unión Europea bajo la supervisión de los Estados miembros. Como les recuerdo de nuevo, los Mossos pertenecen al Gobierno de la Generalitat catalana y Cataluña, por ahora, no es un Estado.
Es decir, el interlocutor oficial entre Europol —el órgano de colaboración de las policías europeas— es siempre un Estado miembro, en este caso, el Reino de España. Y de ahí la falta de información y de interconexión entre bases de datos policiales y judiciales que tienen los Mossos y que no permitió alertar a la policía belga ni a sí mismos. Tampoco las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado están interconectados con juzgados y fiscalía como debieran. Lamentable. Porque aquí el que más perdió fueron las 16 víctimas mortales y los 132 heridos que quedaron en el suelo de la Rambla de Barcelona y del Paseo marítimo de Cambrils en un caluroso día de agosto, el turista “un millón” —la ciudadana alemana que agonizó durante diez días en el hospital y acabó falleciendo mientras escribo estas líneas—.