Hoy es 4 de octubre
Hace unos días nuestros compañeros de la oposición, Compromís y PSPV, nos calificaban de nuevo como “gobierno ultra”, al tiempo que Sánchez, con su habitual superioridad moral, exigía a Feijoo una enmienda a la totalidad “de sus políticas de ultraderecha”.
Vivimos momentos de crispación y polarización donde los extremos van cobrando fuerza y, sin embargo, el relato de la izquierda consigue un trato desigual hacia un lado de la balanza. Inventarse un eslogan y repetirlo hasta la saciedad no lo convierte en realidad. Así que no, no somos un gobierno ultra.
En esta demagógica batalla del populismo y la polarización, yo me hago una pregunta muy simple: ¿si todo lo que está a la derecha del Partido Popular es considerado extrema derecha, por qué lo que está a la izquierda del PSOE no es llamado por su nombre, extrema izquierda?
El populismo, tanto de derecha como de izquierda, se alimenta del descontento ciudadano. Sin embargo, parece haber una aceptación general de que el populismo de izquierda es menos peligroso. Esta percepción ignora que ambos extremos desestabilizan nuestras instituciones democráticas y fomentan la cada vez más acusada polarización social.
El control del lenguaje, los símbolos y la imagen es una batalla crucial en la política moderna. La izquierda ha sabido utilizar eficientemente símbolos de lucha social y justicia para reforzar su posición y conectar emocionalmente con los votantes. Al apropiarse de términos como "progreso" y "solidaridad", la izquierda condiciona el debate público y la percepción social. Esta apropiación crea un relato donde sus políticas se presentan como las únicas opciones éticas y viables.
Si a esto le sumamos que la narrativa mediática frecuentemente blanquea la imagen de ciertos partidos, nos encontramos que, por ejemplo, EH Bildu ha logrado legitimarse políticamente para una demasiado amplia parte de la sociedad a pesar de ser un partido vinculado a ETA. Otro caso es ERC, cuyos líderes han sido condenados por actos de sedición, pero se les sigue considerando dentro del juego democrático sin el estigma de "extremistas". Y sí, es un partido nacionalista de extrema izquierda.
El gobierno de España se sostiene, además de por estos partidos, gracias a Sumar y al BNG, ambos partidos de extrema izquierda. En el anterior ejecutivo de la Generalitat y en el de 2015 en el Ayuntamiento, el PSOE también necesitó a Podemos y a Compromís para formar gobierno. Nadie habló entonces de poner un cordón sanitario para evitar extremismos ni de pactos de la vergüenza.
Nos faltó llamar a las cosas por su nombre para que los ciudadanos entendieran claramente que quienes pactan con los que defienden la intervención estatal en la economía, la ruptura, la subordinación de los poderes públicos a su antojo, los que anulan la separación de poderes, la libertad, quienes ignoran los límites constitucionales o legitiman la okupación de nuestra vivienda, se convierten en un gobierno ultra.
Y una vez conseguido el poder, son capaces de todo para no perderlo. Cuando estalló el presunto caso de corrupción de Begoña Gómez, su marido y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se tomó cinco días de vacaciones para reflexionar y volvió diciendo que iba a poner en marcha un plan de Regeneración Democrática. Así con mayúsculas. Un plan para acabar con la “máquina del fango”. Un plan que consiste en evitar que se hagan públicos las investigaciones judiciales a su entorno familiar, es decir, a su mujer y su hermano. Un plan que consiste en torpedear la libertad de expresión, uno de los pilares básicos de la democracia, y en controlar a los medios de comunicación. Es grave, tan grave, que asusta.
La idea ha ido evolucionando y esta pasada semana ha presentado en el congreso el Plan de Acción por la Democracia. Y así con este nombre tan grandilocuente cree que consigue esconder su verdadera intención: acabar con las críticas a su persona y a su entorno, es decir, pretende que el dinero de todos los españoles solo se pueda invertir en forma de publicidad institucional en los medios que gustan en Moncloa, los que siguen sus dictados.
Es hora de llamar a las cosas por su nombre. De no dejarse convencer por eslóganes facilones ni por grandes planes diseñados para cometer las mayores atrocidades de nuestra democracia, como la amnistía, pero siempre en nombre y por el bien de la sociedad española.
De reconocer que los extremos no conocen de colores ni ideologías. De estar vigilantes sobre cualquier intento de control de la libertad de expresión. De reaccionar ante cualquier amenaza que debilite nuestra democracia. Es hora de luchar por nuestros derechos y libertades, de animar a todos los votantes del centro derecha español a dar la batalla ideológica. Larga vida al Partido Popular.