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València a tota virolla

Facundo Martínez y el único Le Corbusier de València: por qué sus edificios merecen una reivindicación

Introducción al constructor icónico cuyos edificios, cerca de la veintena, permanecen en el anonimato a pesar de sus excéntricas firmas. 

26/01/2019 - 

VALÈNCIA. Hace unos cuantos meses hablábamos de Santiago Artal y su bloque inspirador de Santa María Micaela. De su desazón ante una obra incomprendida, de su marcha de València, de su retiro como profesional, de la frustración cuando los límites del contexto bloquean las aspiraciones propias. 

Añadamos otro nombre al listado secreto de personajes que, blandiendo el espíritu iconoclasta, se resistieron a hacer lo que tocaba y aportaron al paisaje edificatorio de València un reguero de libertad personalizada. Facundo Martínez, presente. Referirse a él es como dar con el código secreto ante unas pocas personas que practican el culto a Martínez y están empeñadas en reivindicar su figura.

“Me pillas investigándolo de nuevo”, “si quieres te mando la letras que he recreado y que aparecen en sus edificios”, “sí, soy fan de Facundo”. Algunas frases recurrentes durante la preparación adornan la idolatría hacia un constructor, desaparecido en 2005, que en pleno desarrollismo decidió que sus edificios hablarían de otra manera, encerrarían un discurso, serían un submundo en rebeldía frente a la vida en gris.

Foto: KIKE TABERNER.

El grito desenfadado de quien, sabiendo lo que quería, dedicó los recursos para que el sello Construcciones Facundo Martínez fuera la garantía de un uso decorativo vanguardista, ajeno a la época en la que le tocó construir.

Cuando pase por un edificio ‘Facundo Martínez’, pida un deseo.

Algunos bloques, como los de la calle Maldonado 30 o la Calle Alta 37, representan con mucha fidelidad su universo. Diseminados por toda la ciudad, llegan a un puñado de veinte edificios de los que apenas hay registro, ni catálogo unitario. Que Facundo Martínez fuera constructor y no arquitecto -al margen de su imaginación desbordante-, contribuye a la ausencia de literatura en torno a él. Apenas la revista Dúplex lo consideró en toda su extensión.

Facundo Martínez era ese tipo que, por darse el gusto, o darlo a los demás, firmaba también algunos edificios con nombres de ciudades y una tipografía especial: Kioto, Oslo… Pero tal vez la mejor muestra del exotismo y el hedonismo arquitectónico del personaje, vive en el edificio de la calle Maldonado. Allí las letras componiendo el nombre de Le Corbusier, colgando en vertical, irrumpen como un juego. El edificio Le Corbusier de València. Sorpresa. 

El diseñador y periodista Diego Obiol -comencemos a desenmascarar a la cofradia del facundismo- utiliza el edificio para epatar a sus visitantes: “los llevo hasta allí y les digo: mirad, un Le Corbusier. Se quedan con la boca abierta creyendo que es de verdad. Que no, que es un fake”. Obiol se topó con el rastro de Facundo siendo vecino de algunos de sus “fincarros” en el Carmen. “Como flaneur, he ido descubriéndolo, maravillándome por sus letras forjadas, por esos zaguanes tan fotográficos donde parece que los porteros estén insertados. Quizá no tengan valor arquitectónico, pero generan un lenguaje especial que merece cuidarse. Él se daba el capricho de plantear una estética casi brutalista”.

Esa incógnita en torno a la posibilidad del capricho engarza la mayoría de versiones ¿Buscaba dignificar la ciudad a partir de las artes decorativas?, ¿simplemente se daba el homenaje de plasmar sus fetiches en los edificios? Pretendiéndolo o no, consiguió que haya que atenderlo como quien lee un jeroglífico.

Foto: KIKE TABERNER.

El arquitecto y divulgador Boris Strelzyk es uno de sus  principales investigadores, un profeta de Martínez dispuesto a desencriptar su obra. “A diferencia de otros constructores en la época desarrollista, Facundo no se dejó llevar por la avaricia económica, sino que invirtió en diseño moderno, dándole un valor añadido a sus edificios. Su obra nos habla de una persona inquieta, creativa, interesada en construir viviendas dignas para una burguesía que apreciaba la modernidad. Algunos de sus edificios son obras de arte integrales. Todo el edificio, fachada, portales, pasillos y todos los interiores, hasta las luminarias, armarios, puerta, picaportes, etc. están diseñadas por los decoradores con los que colaboraba”. 

La nómina de colaboradores en cada proyecto de Martínez rubrica el afán del constructor por dejar huella. Sabía rodearse de grandes artesanos: ebanistas, cerrajeros, ceramistas, albañiles, cristaleros. El interés que tenía por los detalles cuidadosamente diseñados y magníficamente ejecutados es sorprendente; el interés por las cosas bien hechas, de calidad, duraderas y, encima, bonitas. Es algo que hemos perdido por completo”, explica Strelzyk. 

El asombro que causan sus edificios, esa capacidad enigmática que tienen para hablar, permanece, aunque sepultada demasiadas veces por la completa intrascendencia: “Desgraciadamente un comentario muy frecuente de los vecinos es: sí, en mi piso era todo original, pero hace seis meses lo tiramos por completo y lo hicimos todo nuevo. Es para echarse a llorar. También hay sorpresas: justo ayer tuvimos la oportunidad de visitar un piso completamente original, con todos su detalles intactos y perfectamente conservados. ¡Una experiencia maravillosa!”, sigue Strelzyk antes de pedir que, por fin, Facundo sí tenga quien lo atienda: “Si no reivindicamos su obra, desaparecerá. Hay que darla a conocer para que tomemos conciencia de su valor. Sólo así se protegerá y preservará. El próximo Open House que se celebra en Valencia sería un magnífico comienzo. Espero que aún incluyan algún edificio suyo en la lista, porque las obras de Facundo son pequeñas joyas escondidas por la ciudad. Encontrar un Facundo te alegra el día”. 

Sigamos la prescripción. Miremos los Facundos Martínez al pasar

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