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Faralaes y tarántulas ahora que va a caer el telón

Las trampas del reconocimiento, las mutaciones y las dificultades del relevo en esta novela de Marta Sanz ambientada en el mundo del teatro que se ha alzado con el Premio Herralde

7/12/2015 - 

VALENCIA. A Valeria Falcón deben haberla engañado toda su vida porque llegados a este punto de su carrera teatral, no le queda más remedio que asumir que no sabe nada. ¿Qué es el éxito? Siempre le dijeron que la entrega y la dignidad con la que uno desempeñaba su trabajo. Pero la verdad es que ahora, compartiendo escenario con una joven actriz que es a la vez fenómeno televisivo por un reality de esos que ayudan a encontrar pareja e invisibilizada completamente por ella, ya no tiene claro qué creer. El teatro ha cambiado tanto. Frente a ella, que dispone de toda una dinastía a sus espaldas, un público al que no puede reconocer. El público ha cambiado especialmente, el público no entiende la profundidad de la adaptación de All About Eve que acaban de llevar a cabo ni tampoco la declaración de intenciones que supone hacer el camino a la inversa: del cine al teatro, en lugar de al revés.

No. Toda esa gente que vitorea, silba y hace fotografías con sus smartphones a la joven promesa de la pequeña pantalla cuando aparece, le es terriblemente ajena. El gancho de la producción, finalmente, no ha sido ni su apellido -Falcón, de los falcones que llevan en estos menesteres tanto tiempo-, ni la acertada adaptación del guión de Mankiewicz. Valeria es una sombra del set, un elemento de atrezzo más entre toda la escenografía. El futuro ha llegado demasiado rápido, ¿qué lugar corresponde ahora a los de siempre? Incluso: ¿qué es el teatro? Pensándolo bien, parece que la vieja gloria Ana Urrutia -que para el mundo tenía más ahora de lo primero, de vieja, que de lo segundo- lo sabía con certeza desde hacía años. Ella que tanto vivió, fumó, discrepó, consumió, mordió, abrasó, folló y maldijo, aseguraba que el teatro eran los empresarios, la taquilla y escribir -parafraseando a Lope- “por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”. Sin embargo Valeria, con tantos gustos y disgustos a sus espaldas, con tantos hitos en su currículum de artista, seguía sintiendo un profundo respeto por su profesión. Aunque ya no reconociese sus límites.

Farándula (Premio Herralde de Novela, Anagrama, 2015), de Marta Sanz, es la historia de una tela de araña luminosa y vibrante, en la que quienes quedaron atrapados en ella, buscan ahora la manera de entender y afrontar al desenlace final, ese depredador octópodo que es el paso del tiempo y el cambio de ciclo. Además de esto, es también una novela ácida, divertida, corrosiva, cuyas páginas se escapan entre los dedos más rápido de lo que uno querría -de nuevo el inexorable paso del tiempo-. Un texto brillante sobre la vulnerabilidad y sobre convertirse en pasado pese a estar todavía habitando el presente, sobre el tránsito juventud-vejez-decrepitud (que es el penúltimo estadio), sobre la angustiosa constatación de que a veces, tras toda una vida de esfuerzo y dedicación, podemos encontrarnos con que no quedan “lomitos que freír en la sartén”, imagen que es la perfecta síntesis del talento de la autora para rompernos el corazón o elevarnos con precisión. “Valeria hizo un esfuerzo para verse a sí misma dentro de veinte o treinta años, y decidió que lo mejor sería volver a fumar, excederse con la ginebra y con las malas compañías, follar sin condón y no lavarse, comer pasteles y torreznos en las barras de los mesones, apoyar las nalgas en los retretes públicos, salir a la calle para aspirar bocanadas de dióxido de carbono. Pensó: Será mejor morirse pronto”. 

El arte de Melpómene

Quienes conozcan de cerca la situación actual del teatro no podrán parar de asentir al leer determinados pasajes de la novela, que puede servir también como radiografía para comprender los quejidos de un cuerpo con demasiadas fracturas, descalcificaciones y meniscos rotos. Desde las dificultades financieras que atraviesa el teatro y con las que se encuentra casi cualquiera que quiera sacar adelante una producción, hasta los cambios en costumbres y métodos que se han impuesto en ocasiones por influencia de otros formatos: Sanz ilumina través de sus personajes ciertas oscuridades que conviene conocer. Porque en esta era del multitasking, de la multititulación y la multifalta de oportunidades, el director de una obra no escapa a tener que hacerse cargo de nuevas responsabilidades más allá de su cometido original, convirtiéndose en un coach, máxima expresión del tibio héroe contemporáneo, ese que soluciona problemas mediante consignas de autoafirmación y en general, buen rollo: “Sabemos que sois los mejores y solo os pedimos un poco de paciencia para recoger los frutos de un espectáculo que estamos seguros de que será un éxito”. 

El héroe templador de gaitas, por si fuera poco, debe correr nuevos riesgos y ser capaz de digerir novedosas formas de vilipendio y escarnio, actualizaciones de los tomatazos y las mondas de patata arrojados como manifestación del descontento: “Ahora a menudo el desprecio era menos físico: la gente aplaudía con moderación y, después, enmascarados o anónimos, te cercaban en la red, te acribillaban en la red, te descomponían a ti y a tu reputación de mosca sin un ápice de clemencia”. Junto a lo anterior, Farándula es un enfocadísimo retrato del abandono, de la pérdida de un don o del desgaste del mismo por el uso. Un mapa que cartografía las épocas de perderse en la jungla de las decisiones tomadas, esas en las que la rosa de los vientos no ofrece ninguna perspectiva halagüeña, tan solo más incertidumbre cerca ya de la caída última del telón particular en un espectáculo que de momento, no termina.

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