Este artículo se centrará en un fenómeno social de actualidad: el Año Nuevo Chino, que ha tenido lugar muy recientemente. La celebración del también llamado Festival de Primavera o Año Nuevo Lunar se ha convertido en los últimos tiempos en un evento de gran repercusión en todo el mundo. Esta importancia creciente es paralela al protagonismo e influencia que China está alcanzando como potencia global.
El Año Nuevo es la mayor celebración china (junto con la Golden Week de la fiesta nacional en octubre), lo que supone que todas las cifras en torno a ella pueden resultar mareantes.
Para empezar, es la mayor migración humana que tiene lugar anualmente. Este año las previsiones son que durante estos días de fiesta se alcanzarán cerca de tres mil millones de desplazamientos, ya se realicen en avión (que se incrementarán un 10 % respecto del año pasado), tren (cerca de un 9 % de aumento) o coche (que experimentarán un ligero descenso). Se trata de la única ocasión del año en la que, mayoritariamente, se reúnen las familias en sus pueblos de origen, lugares alejados por lo general de las poblaciones de residencia habitual, que suelen ser ciudades más grandes. Es, en definitiva, una fiesta esencialmente familiar.
Sin embargo, algo está cambiando rápidamente, de la misma forma que le sucede a la sociedad china, ya que cada vez más personas aprovechan estas fechas para buscar destinos de vacaciones (unos 385 millones de viajes) con, o más habitualmente sin, toda la familia. Así, los destinos más populares en China son, en primer lugar, la tropical provincia/isla de Hainan y, en segundo lugar, sorprendentemente, la congelada Harbin, en el noreste del país. Además, este año se espera que unos 6,5 millones de chinos viajen al extranjero durante estos días.
Siendo una fiesta que se caracteriza por su alegría (llegada de la primavera) —y aquí me permito apuntar una coincidencia (no la única) entre los valencianos y los chinos—, tiene que ser animada por mucho ruido. Y para ello ¿qué mejor que los petardos? A pesar de las restricciones que se han impuesto a su uso en ciudades como Pekín (por razones de seguridad y para no contribuir a un aumento de la contaminación del aire), el ruido de los petardos (color rojo que implica fortuna) se cree que ahuyenta a los malos espíritus y, en general, tiene una función purificadora. En consecuencia, el consumo de petardos en esta época es enorme.
Por otro lado, de una forma parecida a como en los últimos 50 años la american way of life se ha ido introduciendo en nuestras costumbres de formas variadas, como en la economía (desde el taylorismo hasta las diferentes escuelas económicas dominantes), las pautas sociales (la afición por las hamburguesas y los pantalones vaqueros), la cultura (las películas de Hollywood y el pop art) y las tradiciones (la celebración de Halloween), el nuevo poderío chino va igualmente penetrando en nuestro mundo día a día. Hay que subrayar que esta progresiva implantación de celebraciones foráneas constituye también una clara expresión del despliegue de soft power —término acuñado por el profesor Joseph Nye— premeditado y medido por parte del Gobierno chino.
Este año arranca el Año del Perro. El horóscopo chino atribuye cada signo de su zodiaco a un animal específico dentro del calendario lunar que en su día fue diseñado por astrónomos chinos en función de los ciclos agrícolas (no olvidemos que la agricultura suponía el motor esencial de las economías arcaicas).
Sin entrar en el ámbito de lo esotérico, que obviamente se me escapa, las previsiones económicas para China durante este año del perro son razonablemente positivas. Por el momento, como han dicho en este periódico diferentes analistas, el punto de partida es más que favorable. En efecto, las magnitudes de crecimiento del país han sorprendido positivamente a los mercados: siguen estando alrededor del 6,9 % (por encima de las más conservadoras previsiones del Gobierno chino y del objetivo de crecimiento, que estaba en torno al 6,5 %). Además, cabe destacar la aceleración de dicho crecimiento: un 11,3 % en 2017 frente al 7,9 % en 2016. Si además se le añade una estabilización del crédito, el ratio deuda/PIB se frena. Los analistas esperan que este crecimiento se mantenga durante el 2018. Por lo tanto, en este Año del Perro cabe esperar más estabilidad que durante el 2017 y una mayor oportunidad de que se ponga un mayor énfasis en la colaboración y cooperación.
No obstante, algunos de los riesgos económicos siguen ahí: la amenaza de los Estados Unidos de desatar una guerra comercial, la excesiva regulación del sector financiero y una política de gran austeridad en relación con la actividad inmobiliaria. El cambio del modelo económico chino sigue de momento su curso exitosamente, pero no estará exento de tensiones.
Francisco Martínez Boluda es abogado de Uría Menéndez en València