VALÈNCIA. Un día te acuestas con la sorprendente, a la par que demoledora noticia, que padreas. Tú, que un día fuiste uno de esos adolescentes dominado por tus hormonas, abrumado por la insoportable misión existencial de ser el rey del mundo pero sin rumbo, egocéntrico de bofetada en ocasiones, y, como no, por dejar desvelados varias noches a tus padres, cambias, así sin más, el botellón por ver en el sofá un viernes el Rey León.
La principal señal, sutil e inadvertida, ocurre cuando empiezas a caminar con los brazos enlazados por detrás a tu espalda. Más evidente es todavía cuando te sorprendes cual vieja del visillo asomado por la ventana espiando a los jóvenes que festejan bajo tu portal y, de repente, te parece inmoral. Los niños comienzan a llamarte “señor” y “señora” a todas horas. Cuando tienes frío, quieres ponerte una “rebeca”. Empiezas varias frases con “En mi época…”, por supuesto no tienes Tik Tok, ni lo entiendes, y aunque protagonizabas en tu quincena bailes de las Spice Girls con looks de lo más estéticos, ahora ves a los chiquillos por la calle grabándose frente al móvil ciertamente patéticos. Y entonces, tú que te prometiste no llegar nunca a ese punto como adulto, entras en una fase de luto. Una transición que requiere aceptación pero con atisbos de esperanza según la ocasión.
El pasado fin de semana me reúno con un grupo de amigas para celebrar un cuarenta cumpleaños en un conocido local de conciertos que, lejos de respirar modernidad, cumple su promesa de satisfacer a ese grupo que oscila entre los cuarenta y cincuenta. El que nos pone el cuño nos vacila: “No encajáis en el ambiente, en serio, parecéis que tenéis veinte”.
Halagadas, nos adentramos en el interior de este garito en donde más allá de encontrar una buena oferta de copas, la música es de calidad. “De la de antes”, como dirían algunos nostálgicos frente a la actual imposición del reguetón. Nos entregamos sin dudarlo a esos temas clásicos de pop español y a los ritmos house y funk, con los que bajo mi punto de vista, es imposible salir de la pista. La adrenalina se apodera de nuestro cuerpo como fuente inagotable de gasolina. Conquistadas por el divertimento. Con una actitud muy Miley, y hasta con una invasión al escenario que el cantante se tomó con mucha educación.
Una noche loca puntual pero necesaria para salir de nuestra rutina maternal y animar al personal. Si padrear conlleva convertir de vez en cuando a la manada en una versión psicodélica, voto por más clubs nocturnos con música electrónica. Sí. Somos esas personas. No corremos ni tres minutos, pero si se trata de bailar somos verdaderas campeonas.
Invaden entonces en mi pensamiento, durante estos últimos años de la noche valenciana, todas esas discotecas abarrotadas, en su mayoría por un colectivo extremadamente joven que son auténticos gurús de los filtros digitales y que te hacen sentir fuera de lugar. O en esos nuevos bares de moda en Ruzafa donde hasta el lenguaje que usan lo entiendes regular. “Por el culo”, “ser madre” o “servir coño”, son ahora parte de la jerga actual, que aunque aplaudo, pues en clave positiva mencionan expresiones en femenino, a mi me suenan a chino. Y te dices, “cariño, estás hecha una abuela”. Y si conoces alguno del rollo, por supuesto no te etiquetan en sus stories al pertenecer a la vieja escuela.
Pese a todo, llego a la conclusión que dado el tiempo libre limitado con el que a veces contamos, es importante no llegar a la frustración. Interiorizar que cada generación o amistad, lleva su flow. Padrear o madrear ¡Qué más da!, juntarse con la tribu en propuestas que lo merezcan son apuestas seguras para planear. Quizás algunas se queden en el imaginario. En fantasías estimulantes para el día a día. Pero toda quimera deja un poso de cultivo determinado que te saca del padreo concentrado.
Por cierto, si en este escrito has leído por primera vez “servir coño”, amigo/a es oficial, ya eres viejuno. Aprovecho para felicitarte en el Día también del Madreo, que seguro que te pillo sin resaca y preparando desayunos.