Este fin de semana València ha albergado el V Encuentro Estatal 8 de marzo, destinado a preparar la huelga feminista del Día de la Igualdad, coordinar acciones y reivindicaciones. Y de paso, nos hemos dado una inyección de hermandad feminista, de energía para esta lucha que se interrelaciona con tantas otras reivindicaciones sociales que buscan construir una sociedad más justa e igualitaria y, en consecuencia, más feliz.
En la puerta del evento las más de 500 mujeres convocadas éramos recibidas con unas deliciosas mandarinas valencianas recién recogidas, muy celebradas por las asistentes provenientes de toda España y de otros países que decían “por favor, no dejéis de darnos mandarinas valencianas”.
Seguramente las feministas que han venido de Canarias, Madrid, Asturias, … desconocen la grave crisis citrícola que padece el sector, porque no se ha tratado como un problema de Estado ni se menciona en los telediarios a pesar de que España, y en particular nuestra Comunidad, seamos el primer productor de cítricos de la UE y las mandarinas y naranjas estén sin recoger porque el precio es tan irrisorio que ni compensa.
Y esto sucede porque la UE ha modificado el Acuerdo de importación con Sudáfrica, ampliando los meses de importación y reduciendo (en el caso de la naranja) o eliminando (en el caso de las mandarinas) los aranceles, haciendo coincidir en el mercado la mandarina y naranja valenciana con la sudafricana, esta última más barata dado que las condiciones laborales en dicho país siguen siendo de explotación, además de no estar sometidas a los controles sanitarios obligatorios para los cítricos valencianos.
Mientras aquí se ven los campos llenos de mandarinas en el suelo, Sudáfrica bate records de exportación. Y la pregunta es ¿Por qué la UE modifica este Acuerdo creándonos un grave perjuicio? ¿Por qué los eurodiputados del PP votan a favor del Acuerdo y los del PSOE se abstienen? ¿De qué sirve una alianza comercial como es la UE si se adoptan decisiones en contra de los intereses económicos de sus miembros? La respuesta la deberían dar aquellos que no se han opuesto a mejorar aún más las condiciones para Sudáfrica del Acuerdo, que por supuesto Compromís rechazó con contundencia.
La Consellera de Agricultura se desplazó a Bruselas para hacer entender el alcance de la crisis y cómo afectan estas decisiones a un sector ya maltrecho, centrado en la exportación. Expuso el sinsentido que es exigir unos parámetros ambientales y sociales para el producto europeo y no hacerlo en las mismas condiciones al importado, para cuyo cultivo se utilizan productos aquí prohibidos. Por ello se deberían incrementar los controles aduaneros, siendo algunos productos fitosanitarios detectados en los cítricos sudafricanos sospechosos de ser perjudiciales para la salud. Asimismo, garantizar el control y etiquetado sin trampas del origen de los productos.
Por consiguiente, la conselleria exigió que se iniciara ya el estudio de la aplicación de la cláusula de salvaguarda que contiene el Acuerdo. Por cuestiones de salud, sociales, económicas y ambientales. Sobran los motivos.
Sin embargo, la UE y el gobierno español siguen reticentes, algo sorprendente dado que acaba de aprobar la activación de esta cláusula respecto a la importación del arroz de países asiáticos como Camboya y Myanmar, tras haber multiplicado estos países ni más ni menos que por 40 la importación del arroz a la UE y haber hundido los precios. Pero parece que no se aprende o no se quiere aprender.
La UE, con los votos del PP y la abstención del PSOE, protege los intereses de las grandes multinacionales que se aprovechan de la desigualdad social y explotación existente en dichos países para obtener beneficio económico y hunden nuestros precios.
Quizás para algunas personas ambas reivindicaciones, la lucha feminista y la protección al sector citrícola, no guarden relación. Pero se equivocan. En un mundo socialmente más justo y responsable, como reivindica el feminismo internacionalista, los problemas a los que se enfrenta la agricultura valenciana no tendrían cabida. Me explico:
Sudáfrica es el país más desigual del mundo, según el Banco Mundial, por la marginación racial heredada del apartheid, nunca superado. Pero no se debe confundir país desigual con pobre pues allí los ricos son extremadamente ricos; ellos son los propietarios de las multinacionales que producen e importan a la UE los cítricos y obtienen provecho de la explotación laboral. Al mismo tiempo, este país está entre los 5 peores del mundo para las condiciones de vida de las mujeres, según el estudio de TrustLaw.
En Myanmar la mujer no puede ni heredar la tierra ni constar como propietaria, pero la trabaja. Camboya es un país extremadamente pobre y expoliado, con enorme desigualdad, a pesar de haber dejado atrás la etapa de los Kmer rojos que aniquilaron a buena parte de la población. Allí las mujeres carecen de poder de decisión y son explotadas, especialmente en el sector agrícola y el textil.
Si existe una naranja o un arroz más barato en Sudáfrica o Camboya respectivamente es porque detrás hay desigualdad y explotación laboral. Hay pobreza.
Y ésta, lamentablemente, suele tener rostro de mujer.
Isaura Navarro es diputada de Compromís en Les Corts