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tiempos posmodernos / OPINIÓN

Fin de año y cambio de era para la UE

Foto: PHILIPP VON DITFURTH/DPA

Así ha calificado el canciller alemán a la etapa en que entramos (zeitenwende) en la UE

18/12/2022 - 

Ahora que nos acercamos al final del año 2022, lo vamos a cerrar con unas expectativas muy diferentes de las que teníamos al comenzar. Tras casi dos años de pandemia, se esperaba que en este año se volviera a la normalidad, después de las tres dosis de vacuna y la reducción en la letalidad del virus. Sin embargo, en diciembre, casi nadie se informa ya de la cifra de contagios. En su lugar, nos preocupan la inflación subyacente y las subidas de los tipos de interés por parte del BCE y de la Reserva Federal.

Independientemente de los problemas a corto plazo, como la inflación, la crisis energética y la escasez de algunos productos, el principal cambio que ha supuesto este año que ahora termina es la sensación de un cambio de ciclo o, como lo ha calificado el canciller alemán Olaf Scholz “un cambio de era global” o global zeitenwende no sólo para la UE, sino también para los demás actores internacionales. Desde otro punto de vista, Paul Krugman también ha escrito recientemente sobre el futuro de las relaciones comerciales internacionales en un mundo multipolar.

Precisamente la propia existencia de la UE tuvo como objetivo evitar conflictos en Europa, comenzando por gestionar de manera común los recursos (carbón y acero) con (y por) los que se iniciaron las guerras entre Francia y Alemania desde finales del siglo XIX. La CECA nace en 1953 con ese propósito y la Comunidad Económica Europea, creada en 1957, sienta en el interés económico las bases para la paz en Europa. De la necesidad de autosuficiencia alimenticia se crea la PAC y la consolidación de los intercambios comerciales convierten dicha necesidad en virtud. Tras la caída del muro de Berlín, la rápida entrada de la mayoría de los países del antiguo bloque comunista en la UE llevó a pensar, en un alarde de ingenuidad, que era posible crear vínculos de interés mutuo con Rusia. La realidad ha mostrado lo que los europeos nos hemos resistido a ver a lo largo de la última década: que estábamos mucho más en riesgo de lo que creíamos.

Desde el punto de vista de la seguridad, la Unión Europea de la Defensa fracasó en los años 50, pero la existencia de la OTAN dio la excusa a los europeos para no dedicar más esfuerzo (ni recursos) al gasto militar. Posteriormente, Rusia dejó de verse como una amenaza inmediata y se optó por la vía del comercio y por convertirla en socio clave en el suministro de energía y otras materias primas.

Además de la integración comercial en la unión aduanera europea, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio y desde 1995 denominado OMC – Organización Mundial de Comercio) se convirtió, tras la Segunda Guerra Mundial, en un foro fundamental de negociación comercial para el nuevo orden económico internacional. Bajo el principio de no discriminación y con el reconocimiento de su papel de árbitro en las disputas comerciales, el comercio creció y se liberalizó. La UE se convirtió en un actor fundamental y, tras la consagración del Mercado Interior en los años 90, la globalización permitió a las grandes empresas europeas mejorar significativamente su competitividad. La UE pasó a ser entonces no sólo en el principal exportador e importador mundial, sino también en líder normativo y de estándares internacionales.

Pero la situación ha cambiado de manera radical en los últimos años. Por un lado, la entrada de China en la OMC significó, para las economías avanzadas, un productor muy barato y eje fundamental en las cadenas globales. Al contrario de lo que se pensaba, su integración comercial no supuso una verdadera apertura de su mercado al resto del mundo ni cambios hacia la democracia en su sistema político. En su lugar, ha competido por las materias primas y ha realizado inversiones estratégicas que han afianzado su papel en el mundo, en detrimento de Estados Unidos y la UE. La deriva autoritaria de Rusia ha demostrado que el interés económico y financiero no ha sido tampoco suficiente, en este caso, para convertirla en un socio fiable.

En el ámbito comercial, hace más de 20 años que se inició la última ronda de negociaciones de la OMC, sin que se hayan conseguido avances sustanciales. La razón radica, seguramente, en la presencia de múltiples polos y el menor peso comercial de la UE.

Llegados a este punto, la UE ha dedicado este último año a despertar del estupor que ha supuesto ver una agresión militar a tan poca distancia de sus fronteras. Lo que se pregunta el canciller Scholz en su artículo es qué debe hacer Europa para mantenerse, en el actual contexto internacional, como un actor independiente. Lo que contesta no debería sorprendernos a estas alturas, pues sólo el buenismo y nuestra propia decadencia (en el sentido “romano” y, por tanto, europeo del término) nos han impedido ver la realidad: debemos defendernos. Porque los riesgos a los que nos enfrentamos son más sutiles que en las guerras de antaño. No sólo la guerra convencional, sino los ataques cibernéticos y la dependencia energética ponen en peligro la estabilidad en la UE. Por si fuera poco, el programa IRA (Inflation Reduction Act) de Estados Unidos intenta atraer con subvenciones y con su autonomía energética a empresas de todo el mundo, a pesar de incumplir la normativa de la OMC que prohíbe las subvenciones.

Con el margen que le queda a la UE podemos aspirar a afianzar el mercado interno y seguir, al mismo tiempo, promoviendo acuerdos comerciales con grupos de países. Ello significa mirar a África y a América Latina, con quienes nos unen lazos culturales e intereses comunes, al tiempo que muchos de ellos son países democráticos. Pero también tendremos que dedicar, por un lado, una mayor parte de nuestro presupuesto a gasto militar, como ya ha decidido Alemania, así como a hacer más compatibles nuestros sistemas defensivos y compartir recursos. Por otro lado, la competitividad futura en nuestro continente sigue pasando por la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías y debemos dedicar más esfuerzos a ello. No deja de ser sintomático que mientras en la vieja Europa nos enfrentamos al invierno acumulando leña y preparándonos para los apagones, en Estados Unidos hayan logrado esta semana la fusión nuclear. 

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