LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Fin, Fidel, fin

Gran orador como fuiste, largo en tus discursos, hablaste brevemente en el último congreso del Partido Comunista de Cuba. Demacrado y tembloroso, admitiste con humildad que a todos nos llega nuestro turno. La hora de la muerte. Lo dijiste tú, que ejerciste el poder con mano de hierro 

2/05/2016 - 

Con la f inicial de Fidel se escribe fin, fracaso, fallecimiento, funesto, frustración y fragilidad. Todas estas palabras se te podrían aplicar a ti, comandante, en la última curva de tu vida. Estaba yo, Fidel, comiendo en uno de esos restaurantes baratos, de los que sirven menús a nueve euros, rodeado de obreros que atronaban la sala con sus carcajadas, animados con el vino de Valdepeñas que camareros suramericanos servían en mesas vestidas con hules a cuadros. Estaban ellos conmigo cuando apareciste en la televisión. Una periodista informó de que habías clausurado el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba con un discurso que tenía el sabor de las despedidas. Fue el único hecho imprevisto de un cónclave que se decantó por la seguridad revolucionaria de no cambiar nada. Hasta la derrota final. 

Pero a mí no me interesaban las resoluciones de un congreso amañado, uno más entre tantos; a mí me movía el interés de ver cómo te ibas alejando de una militancia que, entre lágrimas fingidas o reales, te hacía ya fuera de este mundo. Gran orador como fuiste, largo en tus discursos, muy largo, hablaste brevemente en tu adiós. Demacrado, tembloroso, con los ojos hundidos y las manos sarmentosas y cuidadas, admitiste con humildad que a todos nos llega nuestro turno. La hora de la muerte. Lo dijiste tú, que ejerciste el poder con mano de hierro, dictador inclemente con quienes no pensaban como tú y hoy un cadáver en ciernes que ha encontrado la salida a su laberinto. 

CUANDO MUERA TU HERMANO RAÚL, TODO EN CUBA VOLVERÁ A SU CAUCE NATURAL. VOSOTROS, LOS REVOLUCIONARIOS QUE TRAICIONASTEIS LA REVOLUCIÓN, HABÉIS SIDO UN LARGO PARÉNTESIS

Te faltó, sin embargo, la ironía de un Augusto quien, antes de expirar, tuvo la elegancia de reírse de sí mismo, según nos cuenta Suetonio. “¿He representado bien mi papel?”, parece que preguntó a sus íntimos. Pero tú eres distinto; siempre te tomaste demasiado en serio, como si hubieras nacido para posar en las estanterías de la Historia. En el congreso, mientras hablabas, los camaradas te veían sin verte. Yo me fijaba en tu atuendo. De haber estado allí te hubiera preguntado —abusando de la confianza que no tenemos— por qué todos los dictadores hispanoamericanos tenéis el mal gusto de vestiros con chándal. Mal está que el vecino del quinto lo haga cada fin de semana, antes de pasear al perrito, pero ¡un héroe de la Revolución! ¡Cómo extraño tu guerrera, tu gorra y tus botas de militar, comandante! Llevar un chándal, aunque sea de Adidas, es clara señal de declive físico y mental al que conducen los años. 

Me pareció que te despediste pronunciando la palabra ‘fin’. Fin de Fidel, fin de fidelidad a unos principios escamoteados por la Historia. ¿Valió la pena la Revolución, Fidel? ¿Crees que el precio que se pagó en vidas y en libertad compensó lo conseguido desde Sierra Maestra, esa sanidad y esa educación de la que habéis presumido? Eres inteligente, camarada, e intuyes  que, una vez muerto tu hermano Raúl, todo en Cuba volverá a su cauce natural. Vosotros, los revolucionarios que traicionasteis la revolución, habéis sido un largo paréntesis entre Batista y lo que vendrá después. Mira lo que ha ocurrido en Polonia o Rumanía. Dejaron el comunismo y se volvieron locos abrazando el capitalismo canalla. Puede que a Cuba le suceda lo mismo, por muy atado que lo creáis tener. Si eso sucede, al menos te quedará el consuelo de no verlo. 

Enamorado de La Habana de Cabrera Infante 

No conozco tu isla. Me han dicho que es hermosa pero nunca me dio por coger un avión para poner pie en ella. Prefiero visitar Úbeda. Y mira que ha habido gente que me ha aconsejado ir a verla “antes de que Fidel muera”. “Luego”, añadían, “será diferente”. Nunca me han interesado los parques temáticos, ni siquiera aquellos que promocionan a dinosaurios como reclamo turístico. Me moriré sin haber conocido la Cuba castrista, la Habana vieja y a su gente bulliciosa y alegre, a todos esos jóvenes que hacen vida en la calle y a los que el Caribe ha hecho de otra pasta. Esa Habana de la que me enamoré leyendo a Cabrera Infante, a quien tuve el honor de entrevistar, acompañado de su mujer, durante una Mostra en los años noventa, cuando ya se había convertido en uno de tus ilustres exiliados. 

Como no dudo de que posees una casa en la que vivir sin ser molestado, me permito aconsejarte que disfrutes de tus últimos días en paz, al margen de la furia del mundo. Una buena idea sería asomarte cada mañana al mar y dejar que tu mirada de viejo patriarca se perdiese a lo lejos, en los días blancos de tu infancia. Buen lector como has sido, recordarás aquel soneto del poeta cordobés que, después de cantar a la vida, acababa recordándonos en lo que todos nos convertiremos, en lo que tú te convertirás pronto: en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

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