Entre 1964 y 1966, Flipper fue una de las series más populares de Estados Unidos. La culpa fue de un delfín que además de nadar, sabía hacer casi de todo. Pero tuvo un trágico final
VALÈNCIA.- El boom de las series de televisión tuvo su momento animalista. De la misma manera que las historias de vaqueros y las de detectives tuvieron su auge, los estudios norteamericanos explotaron durante algún tiempo un nuevo filón: las series en las que los animales le robaban el protagonismo a los humanos. La culpa fue de Lassie, el perro espabilado que tras haber triunfado en el cine y en la radio, acampó también en la televisión a primeros de la década de los cincuenta. Años después irían llegando series protagonizadas por caballos (Furia, 1955), leones (en este caso uno que era bizco y se llamaba Clarence, en Daktari, 1966), canguros (Skippy, 1968) y el que quizá fuera el más lúcido de todos, el delfín Flipper.
Como en todos los casos anteriores, Flipper era la mascota de un núcleo familiar dominado por los hombres porque, en la mayoría de estos casos, la madre había muerto. Eso dejaba espacio de sobra para presentarnos a un cabeza de familia solo al cargo de su prole. Un tipo que intentaba apañárselas para compaginar trabajo y crianza, objetivo que la mascota de turno facilitaba enormemente. No es lo mismo ser un viudo con dos niños que serlo con un delfín haciendo gracietas a veinte metros de casa. Eso es lo que le pasaba al guardacostas Porter Ricks, responsable de mantener el orden en la reserva natural de Cayo Coral. Aunque ejerciera de agente del orden, Ricks era un pedazo de pan y su mascota Flipper no hacía más que destacar esa condición. Cuánta envidia daban Sandy y Bud, los hijos de Ricks, cuando se tiraban al agua sin quitarse la ropa —siempre iban en pantalón corto y camiseta— para celebrar alguna alegría con su amigo delfín.
Flipper nació como película. En su primera versión, Flipper (1963), el menos afable Chuck Connors (recordemos su facilidad para hacer saltar casquillos de balas en El hombre del rifle) interpretaba al guardacostas padre de los niños Sandy y Bud. Pero el origen de la serie le debe bastante a otra película mucho menos buenrollista. Fueron los guionistas de La criatura del lago negro, Jack Cowden y Rico Browning, quienes, envalentonados tras haber experimentado un rodaje con tantas escenas bajo el agua, decidieron transformar Flipper en serie televisiva. Y ya que estaban, le ofrecieron el proyecto al productor de la película, Ivan Tors, que después de haberse especializado en producciones de ciencia ficción quería abrir nuevos mercados. Como Tors, además, tenía un estudio en Miami, debió de pensar algo así como mel de romer.
De este modo, los televidentes de medio mundo tuvieron la oportunidad de conocer al fenómeno de Flipper. Mucho más inteligente que la mayoría de sus congéneres, Flipper era lo nunca visto en lo que a delfines se refiere. Solo en los capítulos de la primera temporada, la mascota transporta una bolsa de sangre para una transfusión que salvará la vida de la víctima de un ataque de tiburón, encontrará un tesoro, sacará de serios apuros a Sandy y Bud en más de una ocasión, se enfrentará a un par de desalmados que quieren llevárselo a un circo y hasta se convertirá en estrella de cine por unos días cuando un equipo de rodaje lo descubra mientras filma una película en el parque.
Dones no le faltaban. Flipper no solo parecía comprender asuntos que se le habrían traído al pairo a cualquier otro cetáceo, también tenía una asombrosa capacidad para comunicarse con sus amigos humanos. Uno de sus momentos más celebrados era cuando se alzaba sobre su propia cola y hacía una especie de paso de baile llamado tailwalking, algo así como el moonwalking de Michael Jackson pero en versión marina. Era la manera que el animalito tenía de celebrar que todo había salido bien, que los malos de turno ya estaban entre rejas o incluso que el guardacostas Rick estaba a punto de ligar cosa que, francamente, no ocurría demasiado a menudo. Una vez más, y debido a esos misterios que solo los guionistas de la serie podrían explicarnos, Rick nunca pillaba. Ni siquiera cuando en la serie se introdujo el personaje de la oceanógrafa escandinava Ulla Norstrand.
Donde sí había presencia femenina era en la vida de Flipper. Y no es que el animalito ligara más que su jefe, no. Es que Flipper ¡era hembra! Bueno, en realidad se podría decir que era un personaje de género fluido. Su personaje era, efectivamente, un macho. Pero quienes lo interpretaban eran hembras. Cinco nada menos. Susie, Kathy, Patty, Scotty y Squirt, que se turnaban para actuar ante las cámaras, ratificando de paso esa máxima que asegura que detrás de cada gran delfín hay cinco grandes delfinas. El único delfín macho que intervenía se llamaba Clown y era el que estaba entrenado para hacer el famoso bailoteo del tailwalking. Se suicidó, como si fuera un actor de Hollywood, dicen que por estrés. En cuanto a los sonidos guturales que emitía el cetáceo a modo de lenguaje, no provenían de ninguno de los seis delfines que lo encarnaba. Eran de un tipo de pájaro llamado dacelo, que existe únicamente en Oceanía.
En lo referente al elenco humano, ninguno de los protagonistas de la serie hizo una gran carrera posteriormente. Luke Halpin, que encarnaba a Sandy, se convirtió en doble para escenas de acción. Y el entrenador de todos aquellos delfines, Ric O’Barry, terminaría dedicado al activismo animalista tras el suicidio de Clown y participó el documental The Cove (2010), que cosechó un Oscar por denunciar las matanzas de estos cetáceos en Japón. De hecho, rodar una serie como esta hoy se antoja imposible sin crear un Flipper digital. Las organizaciones proderechos de los animales acabarían de cuajo con cualquier intento de hacerla con animales reales. Flipper es parte de una etapa pretérita de la cultura pop que ya no volverá.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 46 de la revista Plaza