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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

Forofismo medallero pandémico

Foto: EFE/Enric Fontcuberta
31/07/2021 - 

Siempre me ha gustado mucho consumir deporte a través de la televisión (practicarlo también, pero la edad no perdona y algunas disciplinas, como el triatlón y la halterofilia, comienzan a quedar fuera de mi alcance). Soy de la generación que vivió el drama de contar únicamente con dos cadenas de televisión, la primera y la segunda de TVE, lo que conllevaba, al menos, una ventaja: te obligaba a consumir lo que echasen, y eso te permitía conocer cosas que, si hubiéramos tenido la posibilidad de escoger, sin duda casi toda mi generación habría esquivado con mirada de terror.

Los fines de semana, TVE programaba cosas como el Estadio 2 de los sábados por la tarde y el Estudio Estadio del domingo por la mañana, sendos programas deportivos de horas y horas de duración, compuestos por retransmisiones de los deportes más variados. Para que se hagan una idea, pillar en alguno de esos programas un partido de rugby era un lujo, la crème de la crème del día. Y un partido de baloncesto caía sólo en las ocasiones especiales. Lo habitual era encontrarnos con espectáculos mucho más minoritarios (u horribles: aún me estremezco de pavor cuando recuerdo las inacabables sesiones de motociclismo de los domingos por la mañana, la cosa más aburrida que he visto en mi vida, después del Grand National).

Una cosa llevó a la otra y, desde que tengo uso de razón, he disfrutado como un enano de los Juegos Olímpicos. En tiempos atesoraba ciertos conocimientos generales de muchos deportes que no eran fútbol, tenis o baloncesto, pero con el tiempo la cosa (el tándem Estudio Estadio - Estadio 2) ha degenerado mucho y ahora son los Juegos Olímpicos el momento, cada cuatro años, para revisitar una miríada de deportes a los que, de otro modo, jamás les habría prestado atención. Ni yo ni millones de personas. Porque los Juegos combinan como nadie el espectáculo deportivo con otro poderoso aglutinante social (también consustancial al deporte): el nacionalismo.

Foto: EFE/Alberto Estévez

Pocas cosas más adictivas que un medallero, aunque el medallero español esté casi siempre poco transitado. Los Juegos, entendidos como la sucesión de acontecimientos en los que hay españoles con aspiraciones, más o menos remotas, de hacerse con una medalla, convierten a muchas personas por demás poco entusiastas de la efusión nacional en forofos especializados en piragüismo, taekwondo, o aquella disciplina en la que exista la posibilidad de incrementar la cuenta de medallas y así distanciarnos aún más de nuestros archienemigos de San Marino en el cómputo general de países.

De todas formas, podría ser peor: los más jóvenes tal vez crean que lo normal es aspirar a entre diez y veinte medallas en unos Juegos Olímpicos, pero eso es una construcción moderna derivada del mayor éxito español de relaciones públicas del siglo XX: los Juegos Olímpicos de Barcelona, en donde se consiguieron 22 medallas, de ellas 13 oros. Pero antes de esos Juegos la historia era muy diferente: cuatro medallas en Seúl 88, cinco en Los Ángeles 84, seis en Moscú 80, dos en Montreal 76, ... Y es cierto que por entonces había menos disciplinas susceptibles de obtener medalla, pero también menos competencia; especialmente en Moscú 80 y Los Ángeles 84, cuando fallaron muchos países que siguieron el veto, respectivamente, de Estados Unidos en 1980 (en represalia por la invasión soviética de Afganistán, un pretexto como cualquier otro) y la URSS en 1984 (en represalia por la represalia de 1980). La ausencia de muchas potencias del deporte en sendos Juegos nos permitió obtener los mejores resultados de nuestra modesta historia... hasta que llegó Barcelona 92. Desde entonces, y sin alcanzar nunca las cotas de aquella ocasión única, el deporte español se ha diversificado y ha incrementado su competitividad. Lo ha hecho, especialmente, en los deportes de equipo, donde ya había una buena base previa, y donde es previsible que se obtengan mejores resultados en los actuales Juegos Olímpicos.

Es verdad que los Juegos de Tokio resultan un tanto desangelados, sin público y con un año de retraso. De hecho, pocos símbolos hay tan efectivos para expresar el poder devastador del coronavirus para condicionar nuestras vidas como estos Juegos: la última vez que pasó algo así en unos Juegos Olímpicos desde que se reinstauraron en época moderna, en 1896, fue en la edición de 1940, que se anuló por el inicio de la Segunda Guerra Mundial (tampoco hubo Juegos en 1944). La Primera Guerra Mundial supuso cancelar los Juegos previstos en 1916. El coronavirus los ha logrado retrasar un año y además ha obligado a celebrarlos sin público, como un acontecimiento devotamente organizado para la televisión, esa expendedora de medallas. Aunque por ahora no sean muchas; al menos, si eres español.

Foto: EFE/Fernando Bizerra

Pero siempre hay un consuelo: si la delegación española cumple (entiéndase por "cumplir" un resultado parangonable a los anteriores Juegos Olímpicos celebrados en el siglo XXI), pues todo habrá sido para bien: incluso podemos decir que constituye el primer éxito de Miquel Iceta, flamante ministro de Cultura y Deportes. Y si fracasamos, siempre puede uno soñar con librarnos de Alejandro Blanco, eterno presidente del Comité Olímpico Español y antaño de la Federación Española de Judo, que saltó a la fama inventándose el Ushiro Nage como llave judo-futbolística susceptible de constituir penalti, siempre y cuando fuera a favor del Real Madrid.

Y si las cosas van mal en los Juegos y, como es previsible, Alejandro Blanco continúa agarrado al cargo hasta el infinito y más allá, piensen ustedes que estos Juegos Olímpicos tenían candidatura española, el Madrid 2020 del café con leche de Ana Botella. Estremece pensar qué habría sucedido si los Juegos Olímpicos de 2020 fueran a celebrarse en Madrid y el coronavirus se hubiera cruzado en el camino de Madrid, de España, y de la libertad de hacer lo que nos parezca. Por supuesto, se habrían celebrado en 2020, nada de retrasarlo un año. La desescalada en España habría sido de las que hacen época. Y teniendo en cuenta que los demás países no habrían enviado delegaciones, o muy mermadas, el medallero olímpico español habría podido batir no sólo el record nacional, sino los mejores registros de todos los tiempos. Lástima de ocasión perdida.

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