Las elecciones francesas han puesto de manifiesto que pueden producirse terremotos para que (previsiblemente) todo siga más o menos igual. Eso sí, por primera vez en la historia ninguno de los dos partidos tradicionales dirigirá el rumbo de la nación gala
Las elecciones presidenciales en Francia celebraron el pasado domingo la primera vuelta, el primer asalto, gracias a un inteligente sistema de segunda vuelta o balotaje que permite dejar fuera de juego a partidos con millones de votos pero ideas peregrinas o que pueden poner en peligro la estabilidad política e institucional no sólo de la nación sino del continente. En definitiva, una primera idea es que ese sistema electoral protege al propio sistema democrático de aventuras y sobre todo de alianzas chantajistas. En el caso de que se decida el “suicidio colectivo” votando un candidato que plantee propuestas antisistema, deben validarlo en dos convocatorias una mayoría de ciudadanos considerable.
Pero la verdadera novedad de estas elecciones y que a diferencia de lo que parecía que podía suceder en España en las últimas convocatorias, sí que ha ocurrido en el país galo es la desaparición –en cuanto a las opciones de gobernar– de los dos partidos tradicionales. Las grandes familias políticas (socialistas y gaullistas), con especial batacazo de los socialistas –no han llegado ni al 6% de los votos– se quedan fuera de la carrera y deberán replantearse su manera de hacer política, su ideología y sobre todo su forma caduca y anquilosada de transmitirla. Es la misma sensación de hartazgo que tuvimos en los comicios patrios ante los candidatos de PP y PSOE frente a la novedad, juventud y dialéctica de Podemos y Ciudadanos, pero allí les ha salido mejor a los nuevos.
Estamos en la era de las emociones y con todas las diferencias que queramos y los matices lógicos y necesarios, tanto Le Pen como Macron apelan a las sentimientos, la candidata del Frente Nacional de manera más primaria y el hombre de En Marche de manera más ilustrada. Pero ambos han logrado convertirse en líderes carismáticos, prueba de ello es la alta participación, cercana al 70%. Salvando las distancias, es un fenómeno similar –aunque con resultados más exitosos– al que simbolizaron Albert Rivera y Pablo Iglesias, ellos solitos y sin estructuras de partidos en todos los municipios de España lograron más de ocho millones de votos en las elecciones celebradas en junio de 2016, no está mal.
El contexto social y político exige nuevas formas principalmente en el marketing y la comunicación, esto lo han entendido bien los dos candidatos victoriosos. Pese a todo, quien tiene las apuestas a favor en parte por el apoyo de sus hasta el domingo rivales es Emmanuel Macron. Y el perfil de este hombre es digno de una novela de amor y lujo. Formación académica y profesional de élite –trabajó en la banca Rothschild–, inteligente y capaz de enamorar a su profesora y actual mujer, ex ministro con Hollande y con una agenda tan de andar por casa como la de cualquiera de nosotros. Si su carrera política se asemeja a la de una start-up y en este caso se suele hablar de las 3 F de la financiación –Family, Friends & Fools–, la segunda F es de un altísimo nivel.
Para encargarse de “pasar el cepillo” y obtener fondos para la campaña, tiene como responsable a un ex alto cargo de BNP Paribas, Christian Dargnat; y como delegada de la formación a Françoise Holder, fundadora de una cadena de panaderías y ex directiva del Movimiento de Empresas en Francia. Y entre su círculo de confianza, bien sea en puestos destacados o en la sombra a la espera quizá de repartir ministerios, hay perfiles como el de Bernard Mourad, ex Morgan Stanley o Marc Simoncini, fundador de la popular web de citas Meetic.
Con este elenco de “amigos” y con una ideología liberal, su firme apuesta por el mercado comunitario y llamando a las empresas estadounidenses a que se instalen en el país vecino, estamos a las puertas de Francia SA, muy alejado de esa Francia Insumisa que algunos reclamaban y que desde España apoyaban los líderes más radicales. Me atrevo a aventurar que el triunfo de Macron será una buena noticia a nivel político y económico, algo fundamental en estos difíciles momentos para la unidad europea tras el Brexit y los ataques de los populismos. Pero la batalla de la cultura con sus frentes de inmigración y religión sigue siendo clave para fortalecer y consolidar los valores de la Unión Europea.